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CALIGARI

“La tercera edad del cine: Representaciones sobre la vejez”

Ilustración por Lara Franzetti

(Publicado originalmente en Revista Caligari, Año 1 – Número 3)

Por Agustina Osorio.

Cocoon (1985) es la primera película que asocio cuando trato de recordar cuándo fue la primera vez que vi la vejez tratada en el cine. El año en que salió en VHS la vimos con mis hermanxs varias veces seguidas. Si bien me daban impresión esos enormes huevos (capullos), me fascinaba la forma en la que lxs viejxs de la película se revitalizaban y disfrutaban de la vida nuevamente. La palabra “cocoon” se convirtió en un neologismo para referirnos a diferentes cuestiones relacionadas con esa etapa de la vida. Hoy hay grupos de whatsapp de septuagenarixs que se reencuentran después de más de cincuenta años de haber egresado del colegio que se apodan a sí mismxs así. Algunxs, incluso, hablan de las “películas cocoon”, para referirse a aquellas en las que lxs protangonistas son viejxs.

Las últimas décadas han registrado un aumento de la población mayor de sesenta años en nuestro continente, tal como ya se estaba dando en Europa hace décadas. Según datos de la Organización Panamericana de la Salud, en 2010 el promedio de personas mayores de sesenta años era de un 13% del total; mientras que, para 2025, se espera que sea de un 18.6%.

La esperanza de vida también está aumentando, lo cual habla, en algún punto, sobre el desarrollo de estas poblaciones. Sin embargo, estos cambios traen consigo la necesidad de una readaptación, por empezar, de las políticas orientadas a la población mayor y, a su vez, por parte de la comunidad entera, quienes tenemos que deconstruir nuestras ideas y conceptos sobre la vejez, frente a un nuevo paradigma que se está abriendo camino.

En este sentido, la Convención Interamericana de protección de los Derechos Humanos de las personas mayores, la cual tuvo una activa participación de especialistas argentinxs en su redacción durante 2014 y 2015, plasma este nuevo paradigma en su articulado y en su preámbulo al reconocer que “a medida que la persona envejece, debe seguir disfrutando de una vida plena, independiente y autónoma (…), que la persona mayor tiene los mismos derechos humanos y libertades fundamentales que otras personas (…)[1]”.

Estas convenciones, quizá no sean la solución de fondo a nada, a veces solo ponen en palabras (y leyes) aquellos cambios de paradigma que la sociedad genera. Instituyen algo que los movimientos sociales pusieron en agenda y quedan plasmados para que tengamos una herramienta orientadora de las políticas públicas y el comportamiento en sociedad.

En ocasiones, estas normas ayudan también a romper con las miradas instaladas en nuestra vida cotidiana, pública y privada. Así como el movimiento LGBTIQ+ logró visibilizar la existencia de géneros disidentes, también fue parte del hecho que se acepte a nivel jurídico una rectificación del DNI para ellxs. Este movimiento nos recuerda que, hasta no hace mucho, no había palabras para nombrar a estos géneros ni tampoco la distinción entre el género asignado al nacer y el autopercibido.

Las vidas de las personas, la organización que ellas generan, los movimientos que surgen, instalan temas, rompen estructuras y finalmente instituyen nuevas formas que permiten mayor inclusión, en definitiva. Sin embargo, esta lucha fue necesaria debido a la existencia previa de un pensamiento y comportamiento generalizado que dejaba a aquellas otras opciones por fuera y, por ende, calificadas como “disidentes”. Algo parecido podemos trazar con la vejez. Hace no mucho tiempo, el pensamiento generalizado asociaba esta etapa de la vida como una de fragilidad y pérdida de autonomía. Estas ideas eran reflejadas en nuestros comportamientos y, por ende, en nuestros productos culturales también.

Esperando la carroza (Alejandro Doria, 1985) es el clásico argentino cuyos diálogos forman parte del léxico cotidiano de nuestras familias. Si bien, en general, se la menciona por su tino a la hora de retratar la vida cotidiana y parte de una cierta idiosincrasia argentina, es válido recordar que está dedicada “a nuestros viejos queridos”; por lo que se puede interpretar que el tema de la vejez es uno importante para sus realizadores. 

Sin un análisis demasiado profundo, se puede observar que la presencia del personaje viejo de la película, Mamá Cora, es el detonante de la “tragedia” en la historia. El hecho de que viva con uno de sus hijos, su nuera y una nieta chiquita, sumado a una incipiente demencia o pérdida de memoria y algunas facultades, es motivo para que esa familia pida a lxs otrxs hermanxs que “se la repartan un poquito”. En tono de comedia negra y con algunos agregados del grotesco, se plantea algunos de los grandes dramas de la vejez, relacionados con el cuidado familiar, el hecho de no tener en cuenta la opinión y deseo de la persona mayor, incluso para que ella piense  la posibilidad de buscar otras alternativas para vivir, por fuera del ámbito familiar. Una forma de abordar la temática esperable para aquella época en la que, ante la negativa del cuidado dentro de la familia, solo existía en el imaginario (y quizás incluso en la realidad) el “asilo de ancianos”.Un retrato de algunas de las miserias de aquel viejo paradigma que ubicaba a las personas mayores en un lugar pasivo, como un peso o molestia y a lxs hijxs en el espacio de poder que decidía por sobre su vida y “padecía” la vejez ajena; ajenxs a la posibilidad de su propio envejecimiento.

Cocoon (1985), de Ron Howard

Muchas vidas, varias vejeces:

Hoy estamos paradxs en un nuevo paradigma, que nos trae, además de nuevas formas de nombrar esta etapa de la vida, la noción de que existen distintos tipos de vejez o diferentes formas de vivirla. Si bien existen ciertas cuestiones biológicas esperables, como cierta pérdida de vitalidad o fragilización en algunos casos, esta nueva mirada viene a dejarnos en claro que ya no podemos retratar la vejez con imágenes de señoras de pelo blanco con rodete, sentadas en una silla mecedora, esperando que pase el tiempo o rodeadas de su familia ávida de escuchar sus sabias ideas o, en casos más tristes, esperando no molestar para evitar que nos saquen de encima.

Elsa y Fred (Marcos Carnevale, 2005) quizás haya sido la primera de esta bisagra. Si bien la película data de trece años atrás, es una de las que empezaron a retratar las diferentes maneras de llevar la vida después de los setenta. Alfredo (o Fred) es el viejo más estereotipado, si se quiere: una vida tranquila y una rutina bien marcada, sin sobresaltos. Asiste al médico con frecuencia y toma medicamentos para buscar el equilibrio que, supuestamente, su cuerpo dejó de generar por sí solo. Su hija vive pendiente de él, queriendo controlar sus decisiones y tirando por la ventana su autonomía, bajo la excusa que está demasiado grande para ciertas cosas. Elsa es quien irrumpe con su espíritu jovial y libre. Le hace de espejo para que él vea cuán alejado está de la vida y lo resume en una simple frase: “Vos no tenés miedo de morir, tenés miedo de vivir”. Aunque ella está más cerca de la muerte que él, es también quien lo trae nuevamente a la vida, incluyendo las ganas de estar junto a otrx, aunque sea para dormir al lado. Después de la propuesta de Elsa de “solo dormir juntos”, Fred también se conecta con él mismo, dándose un baño de espuma; situación que interrumpe su hija cortando todo tipo de auto-erotismo, pero que le permite a él romper con esa invasión constante a su privacidad y anulación de su voluntad.

Si Fred es el viejo paradigma de lo que antes llamábamos homogéneamente como “abuelxs”, Elsa representa este nuevo paradigma que hoy nos permitimos nombrar como “viejxs”, sin que ello implique un insulto, sino más bien una expresión que agrupa a personas de una cierta edad pero sin endilgarle características comunes como, por ejemplo, el hecho de tener nietos y estar enfermxs.

Más cercanas en el tiempo, tenemos a las exitosas Grace & Frankie (Marta Kauffman, 2015-2018) quienes, a través de su exitosa serie original de Netflix, han logrado llegar a millones de espectadorxs para transmitir el mensaje de que las personas mayores de setenta tienen derecho a replantearse su orientación sexual, trabajar, enamorarse, a vivir bajo nuevas formas que se adapten mejor a sus necesidades y situaciones. Lograron hacer todo esto sin dejar de ser realistas en cuanto a la posible fragilización que puede traer el paso de la edad. Al avanzar en las temporadas, Grace sufre una lesión en su rodilla que amenaza con dejarla demasiado dependiente, sumada a la eventual pérdida de memoria de su compañera de vida, Frankie. El valor de la serie reside en el hecho de contar con actores, actrices, escritorxs y directorxs mayores de sesenta años, lo cual habla también de lo genuino del producto. Ese hecho, expone que, las grandes productoras que hoy rigen el mercado se dieron cuenta, en primer lugar, del importante nicho de espectadorxs mayores que quieren consumir producciones escritas especialmente para ellxs y, en segundo lugar, que dichas producciones deberían ser realizadas por las mismas personas mayores, de manera tal de poder reflejar esta realidad que se nos va imponiendo.

En Alguien tiene que ceder  (Something’s gotta give, 2003), de Nancy Meyers, una exitosa, adinerada pero remilgada escritora interpretada por Diane Keaton, despierta a la vida después de verse forzada a convivir durante un tiempo con otro adinerado pero liberado productor de música interpretado por Jack Nicholson.

Esta película, es un claro ejemplo de la conquista de Hollywood y sus taquilleras comedias sobre la población mayor de sesenta años. Las fórmulas son similares a otras del género. Un encuentro desagradable que se irá tornando más atractivo para lxs protagonistas, a medida que avanza la película. Sin embargo, el agregado de escena de pasión y sexo entre los septuagenarios, fue más bien novedosa para la época, teniendo el agregado de la liberación por medio del corte del cuello alto de ella con tijeras, por parte de su amante. La historia tendrá nuevos giros cuando sea la ex-remilgada quien se anime a explorar una relación con alguien más joven; sin embargo, la producción hollywoodense no se saldrá demasiado del camino más transitado, para cerrar la historia entre los dos coetáneos. Este éxito de taquilla permitió probar que existía un público ávido de historias hechas para ellxs, tratando temas que fueran de su interés. Si bien la historia se centra en personajes ricxs y blancxs, la vejez y las diversas maneras de vivirla es el centro del guión.

Por muchos años adelantada, Amores que nunca se olvidan (How to make an american quilt, 1995) también nos mostraba estas diversas maneras. Desde una perspectiva romántica, en la que cada una de las protagonistas repasa su vida amorosa, a medida que cosen un acolchado para una futura novia, estas mujeres se van reencontrando con su ser actual, más avejentado pero aún con ganas de vivir, de acuerdo a cómo han vivido o cómo quieren hacerlo a partir de ahora.

En el fondo, el mensaje de estas películas, es que hay muchas maneras de envejecer y que, si se quiere y puede, todavía hay oportunidades cruzando el umbral de los sesenta.

Si en la mencionada Cocoon, lxs protagonistas necesitaban de la vitalidad de otro planeta, en este tipo de películas o series, la vitalidad, aunque disminuida, viene por el entusiasmo de una nueva vida, de nuevos desafíos o del simple hecho de tomarse esta etapa de una manera distinta a la esperada décadas atrás: como una simple espera hacia la muerte.

 

Autonomía y garantía:

La premisa de que existen tantas formas de afrontar la vejez, como personas viejas viven, es abonada, desde una perspectiva menos atractiva, por otra serie de películas que muestran quizás el lado más trágico de esta etapa; en especial, si ésta no es transitada con la ayuda de un buen pasar económico como era el caso de la pareja de los Hamptons.

La película uruguaya, La demora (Rodrigo Plá, 2012), retrata la tragedia de una mujer, madre soltera quien además está a cargo de su padre mayor y enfermo. Todxs viven en una casa pequeña, que ella debe sostener gracias al duro trabajo de coser en casa. La mujer toma una decisión que impacta pero también es comprendida dada la situación en la que vive. Aprovechando los problemas de memoria de su padre, lo deja esperando en una plaza, para poder luego hacer una denuncia anónima y que el servicio social lo lleve a un asilo. La historia de segundas o terceras oportunidades se ve que no es tal en los casos en que hay problemas económicos sumados a una enfermedad mental; es decir una situación vulnerable en todas las generaciones de una misma familia.

La tragedia de aquellxs que están en una situación de vulnerabilidad social, se repite en Yo, Daniel Blake (Ken Loach, 2016), donde un hombre mayor, de clase media-baja en Irlanda no califica ni como inválido para una pensión ni apto de salud para trabajar. Atrapado en el limbo del servicio social, Daniel no se resigna a morir de hambre y hará todo lo posible para que se haga justicia e incluso ayudar a otrxs en el mismo camino. La película transmite no sólo la tragedia sino el desamparo que genera el abandono de un Estado deshumanizado y deshumanizante, ante la doble vulnerabilidad social de ser mayor, enfermo y pobre. A diferencia de La Demora, el protagonista puede valerse por sí mismo todavía y, por lo tanto, decidir qué hacer, en los márgenes que la situación le permite.

Sin embargo, la tragedia no solo se da cuando falta la plata. En el caso de Amor (Amour, 2012), de Michael Haneke, una pareja en la que abunda ese sentimiento y donde no existe a la vista ningún problema económico, debe afrontar la enfermedad degenerativa de la mujer, quien irá perdiendo memoria y funciones, mientras su marido la acompaña y padece casi a la par. La angustia y malestar generados por los cuidados a cargo de personal profesional, sin la sensibilidad necesaria también son transmitidos de manera magistral a través del ojo de Haneke, quien no duda en mostrar lo cruel y amoroso de la enfermedad y la muerte en compañía. Estas películas, nos invitan a pensar en el rango que debemos tener en cuenta tanto para diseñar políticas públicas para las personas mayores, donde se deben abarcar el respeto de su autonomía, así como la garantía de los derechos básicos como el alimento, la salud, la vivienda, etc., como para repensarnos como comunidad que debe incluir de la mejor manera posible a este colectivo del cual, en algún momento, formaremos parte.

Donde reside el amor (How to make an american quilt, 2018)

Del asilo a la comunidad:

Parte del cambio de paradigma implicó una modificación en los dispositivos para las personas mayores a la hora de una pérdida de autonomía. Las alternativas al cuidado en familia, eran los llamado “asilos de ancianos”, reemplazados hoy por un nombre menos agresivo como “residencias de larga estadía”, anhelando a un modelo menos hospitalario y más comunitario. A lo largo de los años, en ciertos países se han desarrollado experiencias de vida en comunidad para las personas mayores. Películas como  The best, exotic Marigold hotel  (El exótico Hotel Marigold, 2011), de John Madden, expone esta opción casi como fantasía o juego, con su cuota de realidad cuando muestra que, cada una de las personas mayores que elige vivir ahí, tiene una forma distinta de sobrellevar la vida y la vejez. Hay quienes quieren empezar de cero, trabajando por primera vez, otrxs que quisieran mantener el mismo estilo resistiendo la transformación que conlleva el paso del tiempo; hay quienes buscan amor y compañía y otrxs que solo quieren algo de placer.

La opción que ofrece ¿Y si vivimos todos juntos? (All together, 2011), de Stephane Robelin, también arriesgada pero más verosímil, nos acerca a un grupo de amigxs que, habiendo cumplido más de setenta años cada unx, van explorando diferentes formas de acompañarse a medida que van teniendo pequeñas pérdidas, como la memoria o la salud física y distintas preocupaciones.

La vida comunitaria trae sus problemas pero habilita nuevas opciones al encierro o cuidado en un lugar extraño, con personas que jamás conociste antes ni tampoco elegiste para convivir. Sin embargo, en esta ecuación, según ¿Y si vivimos…? resulta clave la compañía de una persona joven que pueda complementar el cuidado y, por qué no, aprender algo sobre las opciones de vida, a través de quienes ya pasaron por variadas experiencias. La decisión sobre qué hacer a la hora de no poder vivir más solxs, se pone sobre la mesa y se explicita en la voz del personaje de Jane Fonda cuando dice “hacemos muchos planes, menos para los últimos años de nuestras vidas”.

Las estadísticas mencionadas más arriba, deberían darnos una pauta sobre nuestros planes de vida. Así como pensamos en la adolescencia para qué profesión u oficio queremos estudiar y, más adelante, imaginamos con quién o quiénes queremos compartir la vida adulta, si queremos tener hijos o no; deberíamos incluir en nuestros planes cómo, con quiénes y dónde queremos pasar nuestra vejez, de manera tal de evitar decisiones ajenas cuando vayamos perdiendo autonomía.

En cada una de estas producciones, las decisiones avasallantes de lxs hijxs están presentes, a veces de modo tiránico y conveniente y otras a través del temor y un amor mal entendido. En cada una, las opciones de lxs viejxs son miradas con extrañeza y miedo por parte de sus familias, quienes pondrán la voz de alerta en esta idea rara “que se le metió a mi padre/madre en la cabeza”. En todos los casos, serán los padres o madres quienes nuevamente enseñen una lección a sus hijxs.

Otro tipo de vida en comunidad entre personas mayores que darán una lección de complicidad, se muestra en Waking Ned Devine (El divino Ned, 1998) y La gran seducción (2003). En la primera, un pueblito de Irlanda se revoluciona cuando uno de los viejos gana la lotería y muere al instante, debido a un ataque al corazón, a consecuencia de la emoción. El pueblo no se toma demasiado tiempo para pensar en esta ironía y se organiza al instante para que el premio pueda ser compartido por toda la comunidad. Todxs lxs protagonistas son viejxs y están un peldaño por encima de lxs personajes más jóvenes de la historia. Son ellxs quienes planean y ejecutan todo, sin encarnar en ningún momento aquel estereotipo de personas mayores pasivas que no toman ninguna decisión. Lxs protagonistas están convencidxs de la posibilidad de disfrutar del dinero todxs sin que importe la edad que tengan ni las elecciones de cada unx.

Algo similar ocurre en La gran seducción. En la versión original, el pueblo en cuestión está situado en una isla en Canadá y se ha convertido en fantasma después de haber quebrado la fábrica de pescado que daba trabajo a los varones del lugar y los enorgullecía para poder llegar a casa a cumplir el resto de sus obligaciones maritales. Dejando de lado la mirada patriarcal de la historia, la película relata, nuevamente, una historia de organización colectiva entre mujeres y hombres mayores que buscan una solución en conjunto y que, en este caso, pueden darle una buena lección al protagonista más joven. Lxs más viejxs de la isla, deciden que toda la comunidad debe seducir al joven médico, que vendrá de visita al pueblo, para que se quede a vivir y así reabrir la fábrica que devolverá la vida a la isla. Estxs artífices del engaño, se actualizarán en la tecnología del momento para ponerse a tono con el Dr. y lograrán generar una empatía fingida pero con una apariencia de lo más genuina.

En ambas historias, lxs viejxs no se cuestionan ni por un segundo la posibilidad de dejar todo tal como está. Se enfrentan al desafío de mejorar su situación, con una mirada alejada de aquella más tradicional en la que se diría que, a esa edad, ya está todo hecho o dicho.

En la vejez también se puede apelar a la organización comunitaria cuando hay una causa justa que militar. Chicas de calendario (Calendar Girls, 2013), fue inspirada en un caso real que sucedió en un pueblito de Inglaterra, en el que un grupo de amigas mayores se organizó para hacer un calendario con fotos suyas desnudas, con el objeto de recaudar fondos para la lucha contra la leucemia. La película no solo fue un suceso de taquilla en su momento, sino que también implicó una ruptura del tabú de mostrar y hablar sobre los cuerpos de las mujeres mayores.

 

Lecciones aprendidas:

Podría decirse que existe un sub-género dentro de este tipo de películas, que tratan sobre las lecciones que se pueden intercambiar entre viejas y nuevas generaciones. En esta línea, hay toda una colección. Una de las que se ha convertido en un clásico en pocos años es Up, Una aventura en altura (2009). Este clásico de Pixar transmite la idea de que es posible seguir viviendo aventuras a pesar de dejar de ser un niñx e incluso envejecer. Esto es transmitido por un niño a un señor mayor muy malhumorado quien, a medida que la aventura avanza, irá soltando el pasado para tomar un nuevo futuro e incluso sonreír un poco. El mensaje es reforzado a través de su mujer quien disfrutó haber envejecido junto a él como una aventura en sí misma.

La fórmula de viejxs malhumoradxs y rígidxs que se aflojan gracias al cariño de unx niñx, se repite en otras tales como Kolya (Jan Sverak, 1996), una pequeña joya checa en la que un hombre mayor y rígido, empieza a abrirse y ablandar su corazón con la llegada de un pequeño de origen ruso que, además, pone a prueba su capacidad de amar “al enemigo”. Algo similar ocurre con Un hombre llamado Ove (En man son heter Ov, 2015), quien vive atado a las reglas impuestas por sí mismo en su barrio, sin poder disfrutar de casi nada. Decidido a terminar con su vida, después de haber enviudado, la vida de Ove se irá enriqueciendo gracias al contacto con una nueva familia vecina e inmigrante que llegará para cuestionar todo aquello que tenía asegurado, incluida su muerte.

No obstante, el personaje viejo no siempre es un malhumorado. En Saint Vincent (2014), Bill Murray interpreta a un señor poco ortodoxo y con escasa disciplina que cuida del hijo de su vecina y aprovecha para transmitirle algunas pautas de vida distintas a las que el niño puede adquirir en el colegio o a través de su entorno familiar.

El aprendizaje puede ir y venir desde ambas puntas de la vida. En la poco conocida Aprendiendo a vivir (Roomates, 1995), un abuelo se hace cargo de la crianza de su nieto al fallecer ambos progenitores. La recomendación de todxs a su alrededor es que no emprenda una tarea que es muy probable que no pueda completar ya que, seguramente, también muera pronto, dejando al niño huérfano. Sin embargo, este abuelo polaco no se dejará vencer por el inevitable paso del tiempo hasta tanto el muchacho se haya hecho hombre y madurado lo suficiente como para afrontar los desafíos de su vida.

La preparación de lxs nietxs para la vida se da de una forma menos tradicional en Camino a casa (The way home, 2002), donde una abuela cuidará de su nieto en un ambiente alejado de la tecnología y comodidades habituales, en un poblado rural de Corea del Sur. Una abuela que no habla y un nieto caprichoso, resultan una hermosa combinación para que las lecciones sean trasmitidas por la práctica y la experiencia. En todo caso, ambas generaciones tienen algo que aportar la otra. Si bien estas películas reafirman que nunca es tarde para aprender, también ponen en cuestión aquella idea de que con la edad viene la sabiduría necesariamente o que, lxs viejxs no cambian.

 

Deseo, sexo y soledad:

Las películas que abordan la sexualidad en la vejez, han implicado un verdadero aporte. En Mrs. Palfrey at the Claremont (2005) una señora que no cuenta con familia cercana, decide pasar sus últimos años en un hotel en Londres en donde no conformará una sociedad con otras personas mayores que también viven allí, sino con un joven ajeno al lugar, con quien podrá compartir tardes, conversaciones profundas y un nuevo tipo de vínculo que no tiene categoría salvo la de una amistad que se sale de los cánones esperados. En un tono distinto, en la argentina, Besos en la frente (1996) hay un deseo más explícito por parte de la mujer mayor, interpretada por China Zorrilla, hacia un joven escritor. La película logra incomodarnos para cuestionar el amor y deseo entre personas con diferente edad, en especial cuando es la mujer la que desea a un varón más joven, teniendo en cuenta cómo el patriarcado ha normalizado el deseo de un hombre mayor hacia las jovencitas.

Aquellas películas que sugerían un deseo sexual en la vejez, también aportaron a la deconstrucción de la idea dominante que nos hacía creer que después de los sesenta años las personas ya no desean tener relaciones amorosas y menos aún sexuales. La explicitación del coito entre mayores, hoy tiene su lugar en varias películas que lo abordan desde la comicidad y también desde tonos menos edulcorados, como es el caso de 45 años (2015). Una pareja descubre secretos que han influido en decisiones pasadas, en el marco de la preparación del festejo de sus cuarenta y cinco años de casadxs. La elección del director de llevar adelante la retrospectiva es original, en tanto no recurre al flashback ni al relato en off, sino que la misma se da a través de diálogos sutiles y el uso de las fotos, como elemento que marca presencias ineludibles. En una escena memorable, la pareja empieza a recordar sus años juveniles y bailan acompañadxs por una canción romántica que los llevará a continuar este encuentro en la cama. El encuentro no puede consumarse; sin embargo, el relato tiene tantas capas que es difícil para lx espectadxr saber si se trata de una dificultad física fruto de la edad y la pérdida de vitalidad o por aquellas cuestiones ocultas y tapadas hace años entre ellxs. Lo que la película nos deja, en definitiva, es la posibilidad de repensar los encuentros sexuales de la vejez con la misma complejidad que en el resto de las etapas de la vida.

La cuota cómica se destaca en la española La vida empieza ahora (2010) donde hay un grupo de personas mayores que asisten a un curso de sexo, en el cual se habla abiertamente del placer, las caricias, las fantasías, el deseo por otrx y por unx mismx. El tono de comicidad no elude el tratamiento de temas recurrentes, como la negación de la vida sexual en la vejez, por parte de lxs hijos hacia sus padres. El retrato del tema se hace a través de planos en los que abundan las arrugas, pieles marcadas y cuerpos que han perdido tonicidad tocándose, uniéndose. Imágenes que contrastan con las gigantografías en la ciudad donde se expone un cuerpo torneado de un hombre vendiendo ropa interior. A diferencia de Grace & Frankie, donde el argumento pretende romper estereotipos pero lxs personajes protagónicos están representados por actrices y actores hollywoodenses en un muy buen estado físico y mucha inversión en productos de belleza, en la española, lxs viejxs aparentan ser de clase media (en un país europeo, valga la aclaración), con atuendos que quizás no lxs favorezcan o con un tipo de belleza fuera de los estándares establecidos.

Si bien en esa comedia la mayoría de lxs protagonistas expresan sus ganas de tener una vida sexual ya sea solxs o acompañadxs, existen otrxs ejemplos en los que, por el contrario, lxs viejxs quieren estar acompañados aunque no haya coito.

Así como Elsa le proponía a Fred dormir juntos y nada más, en El exótico hotel Marigold, el personaje de play-boy, cansado de fracasar en sus intentos de seducción, termina por sincerarse frente a una mujer cuando le dice: “soy Norman y me siento solo”. Una presentación suficiente como para invitar a otrx a acompañarnos por una noche o hasta el final. Si el sexo es válido  a toda edad, también lo es buscar una nueva pareja o compañía para esta etapa. Our souls at night (2017) propone dos personas mayores encuentran compañía y se ayudan con su insomnio, compartiendo la cama sin que el sexo esté puesto como primera invitación.

Así como vejez es diversa, la manera en que se vive la sexualidad también. La premisa es válida para cualquier edad; sin embargo, las películas en la que lxs protagonistas son viejxs trabajan mejor esta idea que otras. Casi como si en la juventud no se pudieran retratar historias entre parejas amorosas que no incluyan sexo o sexualidades que no impliquen coitos e incluso coitos que no se pueden consumar. Como si eso fuera exclusivo de la vejez.

 

El sufrimiento inevitable:

Cocoon nos mostraba que lxs viejxs querían rejuvenecer y permanecer más tiempo vivxs. Pero también nos ponía frente a cuestiones inevitables, como la enfermedad y la muerte (en el caso de la pareja que elige no bañarse con los capullos), así como la posibilidad de alterar el curso “natural”de la vida. En este sentido ¿qué pasaría si lxs viejxs se mantuvieran vivxs y sus nietxs envejecieran frente a sus ojos?

El budismo parte de la premisa que en la vida hay sufrimiento y que los cuatro principales e inevitables, al menos hasta que nos iluminemos, son cuatro: el nacimiento, la vejez, la enfermedad y la muerte. Estos cuatro momentos son parte ineludible en cualquier vida. Todxs nacemos y en algún momento enfermamos, aunque no sea una enfermedad grave, tenemos algún nivel de sufrimiento. “Envejecemos”, aunque alguien no llegue a una edad avanzada, desde el momento en que nacemos, no hacemos otra cosa que envejecer. Salvo que viviéramos como en El curioso caso de Benjamin Button (The curious case of Benjamin Button, 2008). No obstante aquí el protagonista también sufre su propio paso del tiempo, sin perder pelo, vitalidad ni ganar arrugas, sino por el cambio mismo y el desencuentro con los seres queridos en ese transcurso. Si a esto le sumamos, el mensaje que nos bombardea diariamente acerca de los estereotipos de belleza asociados a la juventud, el sufrimiento seguramente es peor.

Sacando el factor de la imagen, podría decirse que, es la impermanencia de lo que conocemos, por algo nuevo lo que nos hace padecer. Cada cambio es un pequeño duelo a transitar. Sin embargo, el cambio del paso del tiempo, nos acerca a aquel último estadío de sufrimiento que es la muerte. Aquel duelo en el que, lamentablemente, se pone el foco en los que se van a quedar, pero no se trabaja previamente por quien lo va a atravesar.

Las películas pueden ser reflejo de la sociedad y sus costumbres. Si tomamos este arte como una porción de la cultura; de eso que expresa de manera simbólica las costumbres de una sociedad, podemos reconocer algunas películas del mainstream que hablan de aquella preparación. El caso más conocido quizás sea Antes de partir (The Bucket list, 2007), donde dos hombres mayores internados con enfermedades terminales, deciden cumplir con una lista de cosas pendientes, antes de morir. Si bien loable en cuanto a tratar el tema abiertamente, la película tuvo malas críticas en relación a la manera trillada y poco creíble en la que lo hizo; así como alejada de la realidad de muchas personas que, por ejemplo, no cuentan con los medios económicos para viajar.

De la mano de enfrente, tenemos una pequeña joya, poco conocida: Futatsume no mado (2014) que expone la que quizás sea la mejor escena de transición de la vida a la muerte. Cabe destacar que, siendo de origen oriental, ya sabemos que podemos encontrarnos con costumbres totalmente diferentes a las occidentales, frente al momento de agonía de un familiar. De cualquier manera, la escena es sublime en cuanto a retratar el clima e intención de la situación real. No hay magia ni viaje astral figurado. Es la realidad misma, con la tristeza, ternura y todo lo que trae la muerte en general, en la vida real pero que pocas veces vemos reflejadas en el cine más cercano a nosotrxs.

La familia y seres queridos de una mujer agonizando se reúnen a su alrededor, tocando tambores y cantando. Su hija está muy cerca suyo, la toma de la mano mientras ríe y llora casi al mismo tiempo. Su madre, también sonríe y sufre prácticamente en simultáneo. Si bien los tambores y las reuniones alrededor de lx moribundx están lejos de nuestras costumbres, el sentimiento agridulce de angustia y alivio por quien va a dejar de sufrir en breve, puede trasladarse a casi cualquiera.

La fiesta de despedida (2014) muestra algo similar, de manera menos festiva (pese al título) pero con un tono cálido y poco solemne de acompañamiento al que sufre, en su tránsito hacia la muerte. Aquí, un grupo de vecinxs que viven en una suerte de residencia para personas mayores (un edificio de departamentos con algunos espacios comunitarios), se organizan y crean una máquina que permite a una persona ejercer su eutanasia, sin involucrar a una tercera persona en dicho acto, aún prohibido en Israel. Las despedidas son íntimas y tranquilas. Con esa tranquilidad de saber que su ser querido no va a sufrir en su paso hacia lo inevitable.

Estas películas más disruptivas nos ayudan, una vez más, a cuestionarnos las ideas preconcebidas acerca de la enfermedad, la muerte y el sufrimiento e invitarnos a pensar en otras opciones a la hora de enfrentarnos a ello. 

Bueno sería tomar esta corriente que nos acerca el cine del nuevo paradigma, para hacerlo de una buena vez y que esta variedad de historias no sólo sirvan para vender cine a un nuevo nicho, sino para romper ideas en otras generaciones, para que seamos más conscientes de que se pueden vivir otros tipos de vejez, dependiendo de distintos factores pero segurxs de que uno de ellos es la propia decisión. Así como también, aprovechar para prepararnos para esa etapa, e ir tomando ciertas decisiones para que después otrxs no la tomen en nuestro lugar, para evitar perdernos de algún nuevo aprendizaje, de una oportunidad de cambiar una actitud, de disfrutar de nuestros deseos y placeres o, incluso, para no dejar de organizarnos para ayudarnos entre varixs.

[1] Convención Interamericana sobre la protección de los derechos humanos de las personas mayores. Organización de Estados Americanos (OEA)