Entrevista a Tomás Pernich

Director de La Alegría

“Estaba buscando salirme un poco del relato solemne y esterilizado al que a veces tiende uno. Esto fue un poco pensado al revés, busqué lo kitsch, lo sexual, lo chabacano, desatarme un poco.”

Por Fermín Muñoz

La alegría nos lleva a través de una amplia gama de situaciones, desde comedias hasta tragedias y momentos de descontrol, lo cual es poco común en el cine argentino. ¿Cómo nació la idea de explorar esta variedad de tonos y géneros en la película?

Empecé con la idea hace algunos años, a raíz de un cuento que me comentaron, nunca llegué a leerlo, y dudo hoy de su existencia, si lo conocen avisen, sobre unos actores que trabajaban en el show de los Teletubbies y tomaban LSD para hacer el trabajo más llevadero. Resulta que, sigo con el relato, quizás inexistente, de este supuesto cuento, los actores se terminaban creyendo que eran los Teletubbies. Esa situación de búsqueda de la fantasía y pérdida de la realidad, o más bien encontrar una nueva realidad más feliz en el contexto absurdo, inocente y monótono de un programa de niños, me pareció brillante, tanto por lo decadente como por lo gracioso. Ese planteo me sirvió para dibujar en mi cabeza este otro relato que mezclé un poco con mi propia experiencia viajando de pibe en trenes de la alegría. Nunca la pasé bien. Creo que somos muchos los que no nos sentimos a gusto paseando ahí. Tengo la sospecha de que, como el que tropieza con la piedra dos veces, debo haber viajado un par de veces y que la expectativa se rompía rápidamente. Sin embargo, aún habiendo vivido ese horror, hay algo que me siguió fascinando de esos hombres y mujeres que encarnan personajes. Porque cada vez que uno ve a la Pantera Rosa o a Peppa Pig, uno los llama por su nombre, es decir, uno sigue deseando suspender, aunque sea por un momento, la realidad ordinaria.

La fotografía en tu cortometraje es realmente impresionante, tanto en los hermosos atardeceres como en los momentos de desenfreno y locura. La saturación de colores logra sumergirnos aún más en la historia. ¿Podrías compartir cómo abordaste estos aspectos y qué inspiró la elección de la paleta de colores para cada escena?

Creo que fueron surgiendo solos en la escritura. Uno tiene una idea inicial, que es la que les comentaba, y después se busca la manera de desarrollarla narrativamente, darle un sentido, encontrar momentos graciosos, penosos, ridículos, pero enmarcados en un relato que inevitablemente se va moviendo. En principio, estaba buscando salirme un poco del relato solemne y esterilizado al que a veces tiende uno. Esto fue un poco pensado al revés, busqué lo kitsch, lo sexual, lo chabacano, desatarme un poco. Y sobre todo fue pensado desde las imágenes, desde lo que el cine puede dar. Al final, me di cuenta de que en realidad quería, simplemente, jugar un poco y hacer catarsis. Me dio alegría hacer La Alegría. La fotografía la realizó Lucio Castelnuovo. Es un director de fotografía joven, muy avezado, que suele trabajar en videoclips de artistas grandes y también jóvenes, de la movida musical de los últimos tiempos. No lo conocía antes de hacer la peli. Lo buscamos porque sentía que necesitaba un enfoque que fuera justamente fresco, colorido, novedoso y popero. Definitivamente musical. Pienso mucho en las imágenes desde la música, y viceversa. De hecho, la peli tiene varios micro momentos musicales, e incluso un cuasi videoclip. Me gusta eso porque además me divierte hacerlo, así que aprovecho para divertirme desde ese lugar y es algo que vengo explorando en los últimos trabajos que hice. Pero volviendo al color, las paletas fueron objeto de discusión que tuvimos con el director de fotografía previo al rodaje, y en la que trabajamos también con la dirección de arte y las maravillosas vestuaristas que hicieron un trabajo exquisito y muy profesional (¡y en poco tiempo!). Teníamos claro que buscábamos hacer algo que se viera “bien” y que enganchara rápidamente.

El nivel de producción de La Alegría es impresionante a simple vista. ¿Cómo se financió la película y cuáles fueron los desafíos que enfrentaron en ese aspecto? 

Sí, fue algo grande y costoso. Desde el guion se sentía así, y para que funcionara tenían que cumplirse ciertas cuestiones. Una de ellas, por supuesto, es que hubiera un tren, y la otra más grande fue la locación: Mar del Plata. No podía contar una historia de trenes de la alegría que no estuviera localizada en la costa durante el verano. ¡Todo el sentido de la historia surgía desde ahí! Me recomendaron trasladar la narración a la Capital Federal, desde donde somos casi todo el equipo técnico, pero me negué. La realidad es que me hubiese costado menos. Pero además de una cuestión federal que tengo, de querer ver otras imágenes que no sean las de la Capital Federal, la historia necesitaba esa locación. Y por supuesto que los traslados hicieron que los costos se elevaran y fue donde se fue gran parte del dinero.

¿Podrías contarnos sobre algún otro proyecto en el que estés trabajando actualmente?

Nuevos proyectos siempre hay. Lamentablemente, ya he asumido hace mucho que soy un trabajador de la creación, con la cantidad de canas que salen de mi cabeza por eso. El tema es el bendito contexto político y socioeconómico que nos toca, que es de locos, deprimente, y aún más delirante que mi película. Cómo y cuándo podré hacerlos es una gran incógnita. Tengo una peli recién escrita llamada El Búho Negro, que se desarrolla en los días previos a la votación de la primera presidencia de Menem y que trata sobre un actor de Hollywood, ya retirado, que se viene a vivir a Buenos Aires por motivos laborales y personales. Es una especie de historia apócrifa sobre los últimos días de Guy Williams, pero con elementos que me interesan a mí de la época, y otros más misteriosos y místicos incluso. Me gusta jugar con la mirada extranjera sobre mi país, y cómo nos explicamos a nosotros mismos a través de los que vienen de afuera. Es algo que hice en una trilogía de cortos que tengo, y siento que aún queda más por explorar. Veremos qué sucede. ¡Quizás esta entrevista interese a algún productor!

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