En su ópera prima, Vitrival – The Most Beautiful Village in the World, los directores belgas Noëlle Bastin y Baptiste Bogaert nos invitan a sumergirnos en un rincón del mundo aparentemente apacible donde la rutina cotidiana, tan simple como encantadora, comienza a resquebrajarse por una serie de eventos desconcertantes. Lo que inicia con grafitis de falos en espacios públicos, incluyendo la puerta de la iglesia, pronto se transforma en una sucesión de suicidios que sacude a esta comunidad agrícola del sur francófono de Bélgica.
El filme no busca construir un thriller policial al uso. Muy por el contrario, la investigación que llevan adelante Benjamin y Pierre, dos primos y policías municipales, avanza al ritmo tranquilo del campo, entre patrullajes sin prisa, cafés compartidos y festividades como la Grand Feu o la Marche Royale Saint-Pierre, que funcionan como marcadores de tiempo dentro de la narrativa. A medida que transcurren las estaciones, el pueblo intenta dar sentido a lo incomprensible sin perder su esencia.
Bastin y Bogaert componen aquí una comedia seca y delicada, anclada en la observación paciente de los hábitos del pueblo y en las peculiaridades de sus habitantes. Desde el locutor de radio que acompaña cada jornada con reflexiones locales, hasta el vecino que desde su balcón lleva un minucioso registro de las emociones ajenas, cada personaje contribuye a delinear una red de vínculos que sostienen a Vitrival incluso en la incertidumbre. Lejos de apostar por el dramatismo, la película privilegia el detalle y la sutileza. La relación entre los protagonistas, llena de silencios cómplices y gestos cotidianos, se convierte en el ancla emocional del relato. Pierre, atrapado entre la tradición y un deseo latente de cambio, y Benjamin, más reservado pero igualmente sensible, representan dos formas de afrontar la tensión entre lo colectivo y lo íntimo.
El uso de actores no profesionales, muchos de ellos habitantes del propio pueblo, aporta una autenticidad difícil de impostar. Esa naturalidad se traduce en un humor sobrio, casi involuntario, que no oculta el peso de lo que se narra, pero sí lo hace más llevadero.
