“Violencias -no tan- solapadas”
Por Juan M. Velis
En la ópera prima de Qiu Yang, los encuadres son amplios y fragmentados, quebradizos. La operación interpretativa más simple nos llevaría a encontrar una correlación directa entre esas decisiones compositivas y el devenir cansino y atosigado de Cai, nuestra protagonista, una mujer de familia que se descubre a sí misma infeliz luego de una suerte de extraña epifanía que la asalta luego de cometer un acto de violencia involuntario: durante un partido de básquet de su hija, accidentalmente golpea a una anciana al querer alcanzar la pelota a lxs jugadores en la cancha.
Ya en el hospital, expectante para conocer el estado de la pobre anciana que resultó herida (abuela de uno de los compañeros de su hija), conocemos también a su marido. Un tipo frío, nervioso, violento, y también desganado. Some rain must fall nos devuelve, al menos en su primera mitad, un retrato distorsionado de una familia corroída por dentro a punto de implosionar, un registro lúgubre de luces bajas y penumbras empañado por niebla que revela una rutina familiar tan anodina como exasperante. Cai no quiere a su marido pero le es poderosamente difícil comunicárselo; en cambio, golpea a su hija reprimiéndola por su “falta de disciplina”, advertida por el director de la escuela a la que asiste.
La dificultad -o imposibilidad- en la comunicación intrafamiliar es un escollo que el cine se ha aventurado históricamente a tratar. Hacer foco en la problematización de aquél supuesto básico de que comunicándonos humanamente entre nosotros, todos los problemas atinentes a una convivencia armónica en un marco socio-cultural podrán ser resueltos… El dilema crucial subyace, como siempre, en las formas de la comunicación. Cuando Cai discute con su esposo, en una de las escenas más ruidosas de la película, ella no puede hacer más que liberar otra restricción pre-impuesta, represión contenida, otra violencia involuntaria que estalla, una reacción trillada pero inevitable: arroja los platos que estaba lavando al suelo, haciendo tronar a la porcelana de manera tal que -en términos expresivo-dramáticos- el clímax de la violencia cúlmine queda focalizado en ella (algo que el punto de vista de la cámara deliberadamente subraya, exponiéndola con su expresión desaforada en un costado y, a la otra mitad del encuadre, la pared de la cocina que oculta en fuera de campo a su marido, la presencia tácita de la violencia mayor siempre enmascarada).
En el marco de un matrimonio derrumbado moralmente, corrompido por la violencia contenida y el micro-machismo acumulado, esa parece ser la única forma de comunicación para procurar resolver problemas prácticos: el “cuidado” (corrección disciplinaria) del comportamiento de su hija en la escuela. Otra forma diferente de comunicación es la que Cai logra con su empleada doméstica, tan extrañamente sugerente como singular y sensible, acaso la única que aparenta comprenderla en su caos interno de represión contenida; y otra forma será la que la protagonista recupere de su padre, un viejo que supo ser tan violento como su actual marido pero que ahora yace agonizante y catatónico en un lecho frío mientras su hija apenas se atreve a sostenerle durante diez segundos la mirada. Una mirada más lastimosa que compasiva.
En fin, pareciera ser que a partir de que Cai descubre que la violencia es, de alguna manera, tan fortuita como inevitable (a raíz del detonante inicial del pelotazo a la mujer mayor en la cancha de básquet, esto es: una posibilidad de la violencia en ella), algo empieza a torcerse en su auto-conciencia nublada, condicionada por los gruesos matices que imponen modelos de vida automatizados en el mundo contemporáneo. Un mundo que poco parece haber resuelto a propósito de esos dramas históricos, que generaron desmoronamientos de patrones universales y cambios de épocas. Todo ha sido en vano: la violencia encuentra nuevos modos, nuevas formas de inmiscuirse. La mujer de familia sometida, débil y sofocada por un humo interno que no la deja respirar, puede terminar dejando inválida, internada en un hospital, a una pobre anciana.
La mirada cinematográfica pesimista de Qiu Yang podrá provocar tensiones, rechazos, distancias… Otra discusión en torno al eterno problema de la comunicación en tiempos de hiper-convergencia mediática y virtualidad. El cine tiene un dilema allí, una disyuntiva que no es nueva, y que tiene que ver acaso con los presuntos límites de la moral (o, mejor, la ética) en el acto de encuadrar, elegir un recorte torsionado de la realidad, exaltar un tratamiento sonoro específico, etc. Some rain must fall se debe también a la plegaria que su título enuncia (“alguna lluvia caerá…”), pero de eso conviene no adelantar mucho, salvo lo ineludible: si la violencia encuentra nuevas formas y caminos para inmiscuirse en nuestra cotidianeidad rutinaria, también habrá nuevos modos (extraños quizás, por fuera de los lineamientos reguladores y normalizantes del sentido común) para el consuelo, la paz y la esperanza.
Titulo: Some Rain Must Fall
Año: 2024
País: China
Director: Qiu Yang