“Árbol de Melanie”
Por Candelaria Carreño
Frente a cámara, vemos pasar a varias chicas, jóvenes, de no más de veintitantos, de ascendencia asiática. Un casting. Dicen su nombre, edad y responden por qué creen que sus familias llegaron a Argentina desde Corea del Sur, por qué se dio la migración. Cada una de ellas va relatando y presentándose en pantalla. Luego de la escena del casting, pasamos a la siguiente, marcada por un plano que va a detenerse en Melanie Chong, que mira su desempeño en la prueba de reparto, a través de la pantalla de una notebook; sabemos, entonces, que la estudiante de actuación de la EMAD (Escuela Metropolitana de Arte Dramático de Buenos Aires), será la protagonista. ¿Y qué papel interpretará? En este punto, el entramado formal que propone Partió de mí un barco llevándome (Cecilia Kang, 2023) se vuelve interesante, porque Melanie va a actuar de ella misma, pero atravesada por aristas e historias ancestrales, algunas colectivas y otras del entorno familiar, que van a recomponerse en una historia de múltiples capas, en donde revisita su historia, su identidad y su persona (y en este gesto, la de tantas otras).
Primero lo obvio: la situación migratoria de sus padres, y por consecuencia la doble nacionalidad de una generación, planteada como una especie de escisión en los relatos que se reponen. Extranjeras en su propia tierra, algo ajenas en el país que las abrazó por adopción, Corea del Sur y Argentina se vuelven una especie de reflejos enfrentados donde costumbres, hábitos, trabajos y anhelos se entraman de manera tensa. Después lo no tan obvio: Melanie tiene que aprender una especie de monólogo, que la vemos interpretar, a lo largo de la película. Un papel ajado, que se sienta a leer, y recitar. Es el testimonio de Hwang Geum-Ju, quien fue durante la Segunda Guerra Mundial, una de las tantas esclavas sexuales –mal llamadas wianbu, o “mujeres de consuelo”– capturadas y secuestradas para ser abusadas sexualmente por el ejército japonés; sus cuerpos usados como receptáculos para la descarga libidinal, y aparentemente incontenible, de los soldados. Melanie lee y memoriza el testimonio de una de ellas, quien sabremos con posterioridad que fue una activista importante en la reconstrucción de la memoria de los vejámenes de la Segunda Guerra. Y las acciones mediante las cuales es filmada haciendo esta actividad son muy cotidianas: mientras se lava los dientes, en el depósito de la tienda de ropa donde trabaja junto a su mamá en el barrio de Flores, junto a una amiga en una clase de expresión corporal; lo que permite, más bien, terminar de componer un retrato de su vida mientras construye el recuerdo de Hwang Geum-Ju a través del testimonio escrito, uno de los tantos publicados en un libro. Y en este devenir, revisa, también su propia historia familiar, y la de su madre, que se abre a revisitar un pasado habitado por situaciones violentas. Esto, indefectiblemente, abre una herida en la vida de Melanie, que tensiona con un pasado y un presente, entre dos países que la contienen. En el medio, como ella responde, ante cámara ante la pregunta de la directora en el fuera de campo, más allá del argumento central, la película trata sobre una chica de 26 años, de clase media, que vive en Buenos Aires, que está descubriendo lo que quiere, y hace lo que tiene que hacer para sobrevivir intentando avanzar en lo que le gusta. Como la mayoría de nosotras.
Entonces, el punto de vista que parece retomar Partió de mí un barco llevándome, es el de una joven estudiante de actuación de 26 años de ascendencia coreana, que revisita su pasado. Es a través de su mirada, y de la habilidad narrativa para conformar planos y escenas de la cotidianeidad, albergando complejidades históricas y transgeneracionales, que el largometraje no se permite caer en golpes bajos. El punto de vista que parece tomar, porque aquí ficción y realidad se tensan constantemente: la puesta en abismo está dada por el juego entre el ser actriz y dejar de serlo ante cámara, por lo que podemos preguntarnos, cuánto está delimitado como ejercicio actoral y cuánto no, aunque más bien la película elige el tono de capturar a la protagonista de manera transparente, evadiendo cualquier intento maniqueo. De todas formas, por si aún quedaban algunas dudas, la visita de Melanie al estudio de Julio Chavez, filmada e incluida en el relato refuerzan está cuestión.
Geografía del cuerpo, la escisión territorial que se repone en los relatos del casting al inicio del film, y en el andar cotidiano de hábitos y costumbres que aparecen en escena, parece ser también la geografía que adopta la película. La segunda mitad del largometraje sucede en Corea del Sur, cuando Melanie visita a su hermano y cuñada. Entre chocolates y alfajores de regalo, que funcionan como una patada de sabor hacia Buenos Aires, recuerdos de la infancia, y salidas entre amigas y familia, la visita al The War and Women’s Human Rights Museum de Seúl, termina de recomponer un rompecabezas histórico, marcado por el dolor, pero también por la búsqueda de la identidad. Visitando las salas del museo, Melanie se reencuentra con la historia de sus antepasadas en general, y de Hwang Geum-Ju en particular, desde otro lado, incluso acompaña en manifestaciones y reclamos a las organizaciones y espacios que activan por mantener y reivindicar la memoria y lucha de las mujeres víctimas de crímenes de guerra. Durante la segunda mitad de la película, el papel de actriz que memoriza y recita el testimonio pasa a ser, más bien, un acercamiento con el cuerpo hacia ese pasado, expresado ya no como un deber, sino como un querer. Un deseo genuino, territorial y de toma de posición ante ese hecho que la habita, tanto a Melanie, como a la película. Como si el fluir y devenir de la historia hubiera crecido al mismo pulso que el de la protagonista.
Ese papelito ajado, que Melanie parece tener que interpretar, alimenta un sentimiento de a ratos angustiante, hasta el punto de renegar de esa apertura a la herida traumática; sin embargo, parece aquietarse a medida que avanza el relato. Si bien reniega de abrirle la puerta a lo ya ocurrido y vivido –¿A quién le resulta cómodo volver a lo que dolió sabiendo lo que trae aparejado cuando se lo habita y reactiva en el presente? – termina construyendo puentes hacia el pasado, donde la reparación histórica de la memoria es eje y ancla, atravesando varias generaciones de mujeres hacia atrás y seguramente, proyectando futuros hacia adelante, no solo para historias lejanas en el tiempo, sino también para los propios lazos familiares. Partió de mí un barco llevándome ilumina un hecho de la historia traumático e invisibilizado, y lo hace sorteando lugares comunes a través de un acercamiento genuino, logrando un retrato intergeneracional y de construcción de la memoria, que se mueve hábilmente desde el gesto individual, sin estridencias, al esbozo de la memoria colectiva.
Titulo: Partió de mí un barco llevándome
Año: 2023
País: Argentina
Director: Cecilia Kang