“La negación como método”
Por Pablo Gross
Una comedia sobre la ceguera contemporánea disfrazada de documental fallido, Magic Farm es una sátira sutil y corrosiva sobre el turismo mediático, la creación de contenido y la desconexión radical entre quienes miran y lo que deciden mirar. Amalia Ulman vuelve a sus raíces argentinas para narrar la historia de un grupo de “creadores” —ni periodistas ni cineastas, sino algo peor: exploradores de tendencias virales— que viajan desde Nueva York hasta un rincón rural del sur global con la intención de documentar un fenómeno musical que no entienden y que, de hecho, ni siquiera está allí.
La premisa es simple y desconcertante a la vez: un equipo llega a San Cristóbal, Argentina, en busca de un artista excéntrico. Pero están perdidos, tanto geográficamente como existencialmente. No están en el país correcto y, sin embargo, eso no parece importarles demasiado. Como buenos improvisadores, deciden reinventar el motivo del viaje y adaptarse —es decir, inventar algo— para no volver con las manos vacías. Esta ligereza con la que sustituyen la realidad por una “historia” más conveniente deja entrever la ironía central del film: el contenido por el contenido, sin contexto, sin profundidad, sin contacto real con el mundo que los rodea.
En ese sentido, Magic Farm se convierte en una comedia de errores, no tanto por lo que los personajes hacen, sino por lo que son incapaces de ver. El pueblo que los recibe —con sus problemas, su espiritualidad excéntrica, sus relaciones humanas e incluso sus señales de advertencia— es un espacio rico en situaciones que podrían conmover o al menos despertar curiosidad. Pero el equipo de “Creative Lab” parece operado por la lógica del algoritmo: lo que no puede convertirse en clickbait, no existe.
La película está llena de momentos absurdos que nunca se sienten forzados, en parte porque Ulman tiene un oído agudo para lo ridículo cotidiano. Los personajes están construidos con precisión irónica: desde la presentadora agotada y confundida, hasta el productor egocéntrico con delirios de influencer, pasando por un técnico de sonido entrañable que, sin entender mucho, se convierte en el único capaz de conectar de verdad con los locales. Entre malentendidos idiomáticos, relaciones truncas y una larga serie de distracciones, cada uno de los miembros del equipo va desplazándose sutilmente del centro de la historia, hasta que se revela que la verdadera trama siempre estuvo en otra parte.
Ese “otro lado” es lo que los personajes nunca ven, pero que el espectador intuye cada vez con más claridad. Hay señales diseminadas por todo el pueblo: agua marrón, enfermedades infantiles, una sensación de descomposición apenas disimulada tras la fachada pintoresca del lugar. Pero ni una sola vez estos elementos entran en el radar de los visitantes. En lugar de eso, prefieren aferrarse a ficciones más cómodas, como la de un supuesto “movimiento” local digno de ser exportado al mundo digital. Ulman no juzga a sus personajes, pero los expone con una mezcla de compasión y mordacidad que los vuelve profundamente humanos, en su mediocridad y su desconexión. Uno de los aspectos más entrañables del film es cómo San Cristóbal, ese lugar al margen del mapa y del mercado, termina filtrándose de a poco en las vidas de los protagonistas. No por las vías esperadas, sino a través de vínculos inesperados, pequeños gestos de afecto y complicidad, momentos que podrían parecer irrelevantes si no tuvieran el poder transformador de lo cotidiano. En este sentido, Magic Farm es también una película sobre la posibilidad de que algo auténtico ocurra incluso cuando todo parece estar mediado por la máscara de la performatividad.
Ulman logra que el espectador se ría sin culpa, y al mismo tiempo, que no pueda dejar de preguntarse por el verdadero alcance del daño que provoca esa forma contemporánea de mirar el mundo como si todo pudiera convertirse en contenido. La comedia se convierte, sin proponérselo abiertamente, en una crítica política de los modos en que consumimos y representamos al “otro”, especialmente cuando ese otro está lejos y sufre en silencio.
Cuando llega el final —inesperado, conmovedor y profundamente lúcido—, se revela el verdadero corazón de Magic Farm. No es una película sobre influencers ni sobre la estupidez millennial, aunque juega con esos elementos. Es una reflexión disfrazada de chiste, una fábula posmoderna sobre lo que significa estar en un lugar sin verlo realmente, sobre la imposibilidad de registrar lo esencial cuando se está atrapado en una lógica de producción vacía. Con humor seco, mirada aguda y una sensibilidad que esquiva tanto el cinismo como la complacencia, Amalia Ulman ofrece una obra que parece liviana, pero que se queda flotando como una pregunta incómoda. ¿Qué estamos viendo, cuando decimos que estamos mirando?

Titulo: Magic Farm
Año: 2025
País: Estados Unidos
Director: Amalia Ulman
