“El calor insoportable del deseo“
Por Pablo Gross
La virgen de la tosquera es una película que transpira calor, incertidumbre y tensión. En ella, el verano argentino del 2001 no solo funciona como un telón de fondo, sino como una atmósfera espesa que parece impregnar cada gesto, cada mirada, cada silencio. Lo que comienza como un relato aparentemente sencillo sobre una adolescente obsesionada con un chico, pronto se enreda en una red de símbolos, malestares y pulsiones oscuras que desbordan cualquier etiqueta de género.
Lo que resulta más inquietante no es el componente sobrenatural ni los momentos de violencia repentina, sino el modo en que el deseo juvenil y la frustración se metabolizan en formas cada vez más perturbadoras. La protagonista, Natalia, no es una víctima inocente. Es deseante, decidida, manipuladora por momentos. Pero también está herida, abandonada, confundida. En esa ambigüedad es donde la película encuentra su verdadero filo.
El relato se va torciendo lentamente. Lo que parecía una historia de amor de verano se va contaminando con la presencia de lo inexplicable, de lo siniestro, de una especie de malestar que no se puede nombrar del todo. A ratos, la película parece sugerir que lo que ocurre tiene causas mágicas o esotéricas. Pero nunca termina de afirmarlo por completo. Esa indecisión es una de sus mayores virtudes, pero también una de sus trampas. Por momentos, uno tiene la sensación de que la película no sabe exactamente a qué reglas está jugando. Las decisiones narrativas cambian su lógica interna y esa falta de cohesión no siempre se justifica dentro de su propia propuesta. Lo que se presenta como una película atravesada por la confusión adolescente, por el no saber y por el caos, a veces parece convertirse en contradicción pura, como si los elementos se reorganizaran según las necesidades del momento y no del conjunto.
Aun así, hay una potencia en la forma en que La virgen de la tosquera captura una época y una sensibilidad. El país está al borde del colapso, y ese derrumbe social se filtra en los pequeños gestos domésticos, en las relaciones personales, en las calles vacías o agitadas. Esa sensación de estar a punto de que todo estalle, de que nada funciona, de que hay una violencia larvada esperando su oportunidad, convierte el film en una especie de espejo emocional de una generación atravesada por el abandono.
Lo fantástico aparece de manera intermitente, casi como si fuese un síntoma, no una causa. Hay algo en la forma en que se insinúan los rituales, las maldiciones, lo prohibido, que recuerda a las mejores obras del realismo mágico, pero aquí teñido de una angustia mucho más concreta. Lo extraño no viene a salvar, sino a profundizar la herida. También hay que decir que la película logra transmitir una sensación de pegajosidad, de calor que aplasta, de tiempo detenido. La virgen de la tosquera está ambientada en un verano donde parece no haber noche, donde el deseo se vuelve castigo, y donde la ternura es un bien escaso. Esa sensación es lo que queda incluso cuando la trama parece perderse.
Las escenas entre Natalia y su abuela tienen una fuerza especial, como si ahí la película respirara. También los momentos con Kechu, ese niño que irrumpe en la casa como una figura que rompe rutinas, permiten breves oasis emocionales dentro de una historia dominada por la tensión. Sin embargo, es en los cruces entre Natalia y Silvia donde se da el verdadero duelo del film: dos formas de poder, dos tipos de deseo, dos maneras de habitar lo femenino. La virgen de la tosquera es una película imperfecta, pero fascinante. Su fuerza no radica en cerrar con coherencia su relato, sino en dejar abiertas heridas, preguntas, posibilidades. Como esos veranos que no se olvidan del todo, porque algo oscuro, aunque no sepamos bien qué, se activó ahí para siempre.

Titulo: La virgen de la tosquera
Año: 2025
País: Argentina
Director: Laura Casabé