“Una urgencia que no se detiene”
Por Valentina Soto
Desde el primer plano, Gatillero nos lanza de lleno a un infierno urbano sin tregua. Filmada con la ambición y el riesgo de un plano secuencia que no da respiro, la nueva película de Cris Tapia Marchiori —luego de La noche más fría (2017)— se convierte en una experiencia sensorial extrema, casi como si estuviéramos dentro de un videojuego o, mejor dicho, atrapados en una pesadilla donde las balas silban desde cada rincón.
La historia sigue a Pablo, alias “El Galgo” (interpretado con entrega física y emocional por Sergio Podeley), un ex sicario recién salido de prisión, que vuelve a caminar las calles de Isla Maciel con la esperanza de conseguir algo de plata para reencontrarse con su hija. Sin embargo, sus planes se tuercen rápidamente: una pequeña “changuita” que le ofrecen antiguos aliados lo lanza en picada hacia una noche frenética de traiciones, persecuciones y ajustes de cuentas. Todo se desata en tiempo real, en un espiral descendente que se siente cada vez más sofocante. Si en su ópera prima Tapia Marchiori exploraba las secuelas de la guerra desde la marginalidad urbana, en Gatillero pone el foco en los códigos del crimen, la ausencia del Estado y la violencia como lengua común. El barrio es más que un telón de fondo: se vuelve un personaje más. Las calles laberínticas, los pasillos estrechos, las luces parpadeantes y la noche perpetua refuerzan una atmósfera de encierro, donde no hay salida limpia. Cada decisión se toma al borde del abismo.
La apuesta formal del plano secuencia, lejos de ser un mero truco estético, construye un vínculo visceral entre el espectador y el protagonista. La cámara —siempre a su lado, siguiéndolo como un cómplice o un testigo incómodo— nos mete en su piel, en su respiración, en sus miedos. Este recurso estilístico, similar al que desplegó Sebastian Schipper en Victoria (2015), transforma la película en una odisea intensa que no conoce pausas. Y es justamente cuando esa continuidad se interrumpe para mostrar otros puntos de vista (como el de los vecinos que comienzan a rebelarse contra los narcos) que la tensión se resiente mínimamente.
En Gatillero no hay héroes ni inocentes. Cada personaje está marcado por la violencia, la precariedad o el abandono. En medio de todo, aparecen figuras que resisten: una mujer que sostiene un comedor, vecinos que ya no toleran más abusos, jóvenes atrapados en el dilema entre sobrevivir o entregarse. La película no solo retrata un universo criminal, sino que plantea una crítica directa a las estructuras que permiten que ese universo prolifere. La connivencia policial, la desidia política, el olvido estatal: todo está ahí, latente, como una herida abierta. El trabajo técnico es impecable. La fotografía nocturna potencia los climas de amenaza constante; la banda sonora subraya sin saturar; y la dirección de arte logra que cada rincón de Isla Maciel se sienta auténtico y cargado de historia. A esto se suma un elenco que encuentra el tono justo: Julieta Díaz, Mariano Torre, Maite Lanata y Ramiro Blas se suman a Podeley en una sinfonía de actuaciones ajustadas y verosímiles.
Pero Gatillero no se queda en el gesto espectacular de su puesta en escena. Tiene algo que decir. Y lo dice con crudeza: que en los márgenes hay vidas que se apagan sin justicia, que la ley llega tarde o nunca, y que muchas veces, el silencio es cómplice. Esta película no solo es una de las apuestas más enérgicas del cine de género nacional reciente, sino también una radiografía urgente de una Argentina rota. En 79 minutos cargados de furia, vértigo y desesperación, Tapia Marchiori consigue lo que pocos: combinar proeza técnica con mirada política.

Titulo: Gatillero
Año: 2025
País: Argentina
Director: Cris Tapia Marchiori
