Fogo do Vento: Marta Mateus y la construcción de una fábula política sobre la memoria y el porvenir

No parece casual que Fogo do Vento se estrene en un contexto europeo donde la amenaza de los extremismos vuelve a hacerse sentir; la película funciona como una advertencia poética sobre la necesidad de no olvidar las luchas pasadas.

Por Fernando Bertucci

En su primer largometraje, Fogo do Vento, Marta Mateus ofrece una obra de notable delicadeza visual y profundidad política, una película que dialoga íntimamente con la historia portuguesa mientras evoca una atmósfera suspendida entre el mito y la memoria. Lo que a simple vista parece una fábula campesina, un pueblo atrapado entre la modernidad y la tradición, entre los fantasmas del pasado y los temores del futuro, se revela, a medida que avanza, como una reflexión vibrante sobre las heridas abiertas de un país y las transformaciones inevitables que modelan la vida rural. La acción se sitúa en la región de Alentejo, un paisaje que ya había servido de escenario a su anterior cortometraje Farpões Baldios. Sin embargo, aquí Mateus expande su universo, sumergiendose en un espacio donde el tiempo es poroso y las memorias colectivas se filtran a través de los árboles, los cantos, los gestos de los trabajadores. Con producción de Pedro Costa, otro gran explorador de los márgenes y la resistencia, Fogo do Vento es un film donde el lirismo se combina con una mirada crítica sobre las tensiones sociales que persisten en la historia reciente de Portugal.

Desde su primer plano, la película anuncia su singularidad: un grupo de vendimiadores, atrapados por la furia de un toro desbocado, trepan a los árboles buscando refugio. Este hecho insólito, casi alegórico, marca el tono de todo el film: la naturaleza se subleva, los trabajadores quedan suspendidos en un limbo físico y temporal, y la tierra que han cultivado durante generaciones se convierte en un escenario de resistencia silenciosa. La sangre derramada por Soraia (interpretada con sutil intensidad por Soraia Prudêncio) parece sellar un pacto tácito entre los vivos y los muertos, entre el presente incierto y un pasado cargado de luchas. Fogo do Vento se inscribe dentro de una tradición de cine portugués profundamente preocupado por los efectos de la historia en las clases populares. Pero Mateus logra diferenciarse al dotar su relato de una musicalidad propia, donde los silencios, los rezos y los recuerdos se entrelazan en una sinfonía contenida. La película rehúye el dramatismo fácil y apuesta por una representación más poética, donde cada encuadre, cuidadosamente compuesto junto a Vítor Carvalho, respira al ritmo lento de las estaciones, del viento, de las voces que aún resuenan entre los árboles. En este paisaje detenido, los fragmentos de memoria emergen como relámpagos. No se trata de una narración lineal ni de un didactismo histórico: en Fogo do Vento, la memoria es sensorial, atmosférica. Un olor, una canción, un objeto hallado en el polvo puede desencadenar la aparición de antiguos combatientes o de trabajadores olvidados por el tiempo. La joven Soraia se convierte, sin buscarlo, en el puente entre generaciones, heredando no solo la tierra sino también las cicatrices invisibles de quienes lucharon antes que ella.

Mateus también introduce, de manera sutil pero efectiva, una dimensión política que atraviesa toda la película. La presencia de un joven soldado, desplazado en el tiempo, parte de las resistencias contra el régimen de Salazar, introduce una capa de reflexión sobre las continuidades del autoritarismo y la fragilidad de los logros sociales. No parece casual que Fogo do Vento se estrene en un contexto europeo donde la amenaza de los extremismos vuelve a hacerse sentir; la película funciona como una advertencia poética sobre la necesidad de no olvidar las luchas pasadas. Visualmente, la película es un festín para los sentidos. La textura de la tierra, la luz filtrándose entre las ramas, la cadencia del viento moviendo las hojas: todo contribuye a crear una sensación de mundo vivo, pero al mismo tiempo espectral. Las composiciones de Mateus y Carvalho remiten, por momentos, a la pintura clásica, pero también dialogan con la modernidad en su decisión de mantener los planos abiertos y prolongados. En estos encuadres casi estáticos, la vida palpita con una fuerza contenida, y la belleza de los cuerpos suspendidos en los árboles adquiere un poder casi escultórico. En cuanto a su estructura, Fogo do Vento apuesta por la fragmentación y la evocación más que por la progresión narrativa tradicional. La película se permite largos espacios de contemplación, donde la acción externa se detiene pero el flujo interno de memorias y emociones no cesa. Esta apuesta por un cine más meditativo y sensorial puede desafiar a algunos espectadores, pero también es precisamente lo que dota a la obra de una identidad inconfundible. A diferencia de otros relatos contemporáneos sobre la modernización rural, Mateus evita caer en el miserabilismo o en la nostalgia edulcorada. Su mirada es profundamente respetuosa, pero también crítica: muestra cómo las máquinas, aunque más eficientes, no comprenden el valor simbólico de la tierra, la riqueza intangible que se transmite de generación en generación. Fogo do Vento celebra la dignidad de un modo de vida amenazado, sin caer en el sentimentalismo.