“Inocencia interrumpida”
Por Lucía Roitbarg
Las primeras imágenes y palabras de Corazón embalsamado de Julieta Seco pertenecen a registros caseros de ceremonias religiosas en Catamarca. Ideas como la de “amar al prójimo como a uno mismo” o que el evangelio es lo que puede guiar a los padres para educar a sus hijos invaden los sonidos del lugar y de la película. La observación a través de una voz en off es de una casi adolescente, quien asume que tener un corazón embalsamado como Fray Mamerto Esquiú debe ser algo bueno, ”porque él tenía mucha bondad”.
La Iglesia y la religión están muy presentes en muchas provincias del norte argentino, pero la directora no pretende resolver de qué manera esos discursos penetran en las casas, los padres, la escuela, los hijos, pero sí adopta una mirada para retratar eso marcando un extrañamiento con esa voz que describe y siente: cuando las cosas que parecen naturales empiezan a cubrirse con un manto de sospecha ya no es tan fácil aceptar lo que “otros” dicen.
Esas otras voces son la iglesia, pero también las otras instituciones: la escuela, la familia e incluso los amigos. La película muestra algo bastante universal que con matices aparece en todas las personas: criarse a los tumbos, podría decirse un poco bruscamente. Ese proceso que implica crecer es también un momento de mucha confusión, y la Iglesia en algunos lugares es en esta confusión muy determinante, aunque su intención, supuestamente, es la contraria.
La película de Seco está compuesta por material de archivo de hace más de 20 años de filmaciones domésticas y por otras imágenes registradas en la actualidad. En ellas se ven personas, algunos espacios cercanos a ella, ceremonias e incluso primeros planos de objetos, texturas o fondos que no se reconocen fácilmente. La voz en off intenta describir, pero con una intención de reponer ese sentir adolescente que las imágenes apenas pueden descubrir. En ese contrapunto de la voz y la imagen hay una propuesta para poner en duda el pasado, la autoridad, la identidad y las imágenes.
Esto último, está propuesto también desde los títulos de los capítulos en los cuáles divide su documental. Muchos de ellos permiten conocer el detrás de esas imágenes: cuánto de lo que vemos cuenta la realidad y cuánto la oculta. Como si de esos títulos surgiera una primera tensión narrativa. Hoy esta formulación parece obsoleta, pero la proliferación de imágenes caseras que se hacen con celulares circulan, se viralizan y se manipulan para apoyar un relato u otro. Hoy parece una obviedad afirmar que las imágenes son un recorte, que no son la realidad, sino una representación. Pero por otro lado, muchos discursos audiovisuales (en otras épocas las imágenes religiosas lo eran) intentan ponerse en el lugar de lo real y la verdad. Por eso es que una película que pretende pensar y poner en evidencia la subjetividad de los registros parece muy necesaria.
La noche, la hostia, el corazón embalsamado de Fray Mamerto Esquiú, las manos arrugadas del sacerdote, el cuarto cerrado del hermano, la virgen, las predicciones de la hermana sobre cómo tratar al propio cuerpo: la película pone de relieve con gran elocuencia ese entramado de pensamientos, lugares, rumores, deseos, miedos, supuestos, advertencias que se producen en la adolescencia. La realizadora habla de esos espacios prohibidos, que a veces son momentos, o pensamientos, o acciones involuntarias. Hay siempre una “campana” que suena más fuerte, puede ser la de la iglesia, la de los padres o hermanos, pero también es posible escuchar otras campanas que suenan más despacio y que son las que más hace falta oír y no embalsamar. Ese momento de la vida donde las preguntas son más que las respuestas, a veces son momentos de angustia y soledad. Representar esas sensaciones le permite a la directora poner en evidencia las contradicciones e iluminar lo que generalmente está más oscuro o prohibido y que es parte de la educación, tanto o más que la doctrina religiosa o la escolar.