“Mientras tanto…

Por Pablo Gross

Carta a mis padres muertos, la más reciente película de Ignacio Agüero, se erige como un delicado y persistente ritual de contacto con lo irrecuperable. Lejos de la forma convencional de la “carta filmada”, este filme expande el género hasta convertirlo en un ejercicio de memoria y sueño, tal como Raúl Ruiz, referente ineludible para Agüero, propuso en sus escritos sobre un cine chamánico: un cine donde los vivos conversan con los muertos sin asombro ni solemnidad excesiva, transitando puentes misteriosos entre dimensiones. El punto de partida parece casi trivial: Agüero se propone visitar a sus padres, hablar con ellos después de tantos años de ausencia. La paradoja es obvia: ambos llevan mucho tiempo muertos. Pero para el cineasta chileno, la muerte es apenas una frontera borrosa cuando se filma desde el jardín de la casa familiar, allí donde las flores, los gatos y el viento activan un diálogo secreto entre lo que fue y lo que sigue vibrando. Es precisamente en ese patio, con sus árboles y su luz suave, donde la película encuentra su tono: una mezcla de melancolía, afecto y una ligereza que desactiva cualquier tentación de monumento.

Más que rendir homenaje, Agüero convierte la casa (espacio recurrente en su obra) en una nave que viaja a través del tiempo. Las ventanas, los pasillos y la galería funcionan como umbrales entre épocas: se superponen recuerdos de infancia, imágenes de dictadura, fragmentos de películas anteriores y sueños donde Ruiz, exiliado y siempre libre, reaparece como fantasma guía. Esta convivencia de materiales (fotos familiares, registros caseros, tomas del presente, fragmentos de No olvidar)  configura una narrativa que no avanza en línea recta, sino que se expande como una constelación. Cada escena se conecta con otra a través de asociaciones libres que el montaje abraza sin miedo al exceso ni a la confusión. En este trance de imágenes, Agüero se permite la pregunta política: ¿cómo puede un país tolerar aún la ausencia de más de mil cuerpos arrebatados por la dictadura? ¿Cómo sostener esa herida abierta sin nombrar una y otra vez a los desaparecidos? Por eso la película se convierte, a ratos, en un memorial: la repetición de nombres, la evocación de la matanza de Lonquén, la irrupción de No olvidar como eco que insiste en no dejarse archivar. Sin embargo, la gravedad de esos momentos se contrapesa con la ligereza de la vida que sigue: un colibrí que se posa en una flor, un gato que explora el techo, la brisa que sacude las hojas. Estos planos, que parecen robados al tiempo, funcionan como respiraciones que alivian el peso de la Historia y recuerdan que la muerte no anula la belleza de lo cotidiano.

Uno de los gestos más íntimos de Carta a mis padres muertos es su voz en off. Agüero habla como quien piensa en voz alta, sin pretensión de orador ni impostación de cronista. Es una voz que se graba muchas veces en el propio montaje, ensayando su tono justo, tanteando la cercanía con el espectador. A veces resulta repetitiva o desprolija, pero esa deriva no es un error, sino parte de la búsqueda: un relato que se construye mientras se piensa, que se permite desviarse y volver, que no teme a la acumulación de materiales ni a la fragilidad de la confesión. A ese flujo de palabras se suman entrevistas con personas que conocieron a su padre. Algunos testimonios se extienden más de lo necesario, como si prolongaran la ilusión de una conversación interrumpida por la muerte. Son fragmentos que ensanchan la carta, la vuelven polifónica y la alejan del monólogo. En esa apertura radica parte de la vitalidad de la película: hablarle a los muertos implica también hablar con los vivos, con los hijos, los amigos, los árboles y los recuerdos que se niegan a petrificarse.

Filmada con la serenidad de quien ya no necesita demostrar nada, Carta a mis padres muertos confirma la vocación de Agüero por un cine que se gesta en el patio de su casa, con la cámara siempre a mano, alerta a la danza diminuta de la realidad. Cada nube, cada pájaro, cada insecto que se posa frente al lente dice algo de esa otra forma de resistencia: registrar la belleza sin historia, el instante sin discurso, la vida que se filtra mientras la Historia insiste en repetirse.

Titulo: Cartas a mis padres muertos 

Año: 2025

País: Chile

Director: Ignacio Agüero