Cambio cambio (2022), de Lautaro García Candela
“Los papeles verdes, de cara grande”
Por Candelaria Carreño
Pablo el protagonista de Cambio cambio es un pibe joven del interior, que vive en la ciudad de Buenos Aires, y trabaja en la calle Florida, cerca de las cuevas oscuras y subterráneas, intestinos de eso que llaman la city porteña. Se necesitan muchas palabras lunfardas propias del espacio callejero, ajenas tal vez a quien no transita con asiduidad las calles porteñas, para explicar la trama de la película. En otras palabras: Pablo en realidad trabajaba como volantero de una parrilla en la calle Florida. Allí conoce a sus amigxs, Ricky y Dani. Ricky tiene una marroquinería y Dani, migrante colombiana, vocifera sobre el adoquinado cemento las palabras homónimas que dan título al largometraje, para atraer turistas o transeúntes argentinxs que quieran comprar/vender dólares. Esa es la función de un arbolito: atraer personas interesadas en cambiar los papeles verdes a un valor menor que el oficial. Las cuevas son los lugares donde se realizan estas transacciones económicas. Todo esto no es legal, pero es legítimo: así lo describen las palabras narradas en off por un periodista al comienzo de la película. En esas calles, Pablo conocerá a su novia, Flor. Al tiempo comienza a trabajar para Daniel, el jefe de su amiga Dani: su cueva es en realidad una peluquería, toda de madera. La city porteña es esa entelequia gigante y mercantil que pedalea constantemente, manejando ejemplarmente el manubrio de la bicicleta financiera. Su epicentro es, valga la redundancia, el centro porteño. La Calle Florida una de sus arterias; las cuevas, los engranajes de una cadena oxidada que se aceitan con cada corrida cambiaria para hacer que la bicicleta no deje de pedalear. Un mundo que parece totalmente ajeno al día a día del resto de los mortales que habitan el suelo argentino. Sin embargo, lo que allí ocurre tiene incidencia en la cotidianeidad. Cambio cambio mezcla esos dos mundos, a un ritmo vertiginoso, generando una empática sensación de comunidad entre los personajes de la historia y quien mire la película; quizás, porque sus historias no son tan lejanas a nuestro día a día.
Si Cambio cambio no puede explicarse sin la jerga lunfarda, es porque es eminentemente porteña. Pero no sólo porque transcurre en las calles de la ciudad de Buenos Aires, sino por la capacidad de tomarle el pulso y ritmo a la ciudad, a la que también ensalza contando las historias de algunos de sus edificios. Por ejemplo, el protagonismo que tiene el Kavanagh, aquel gigante mandado a construir por la potentada Corina Kavanagh, enemistada con la patricia familia Anchorena, a quienes les tapo la vista de la ciudad, como un desagravio por no avalar su matrimonio con uno de los varones de la distinguida familia. La historia se la cuenta Flori a Pablo, mientras, tirados en el pasto, levantan la vista hacia la mole de cemento. A Pablo solo le importa cuánto sale vivir ahí; no tiene mucho interés en la particularidad de joya del racionalismo arquitectónico de la ciudad: “nosotros lo miramos de afuera, y ellos están adentro”. En la escena posterior, pasean en las góndolas de un supermercado chino, debatiendo sobre cuál paquete de fideos es conveniente comprar. Pablo siempre opta por lo más barato, y ella le hace entender: mejor mirar relación precio calidad. La sinergia lograda entre los actores y actrices, genera una mayor empatía hacia sus personajes, otro acierto de la película.
El fuera de campo es la realidad del país que constantemente se entromete en la película, recogida por el relato de los discursos mediáticos. La televisión, la radio discurren sobre el trasfondo de la película y nos ubican en espacio y tiempo determinado Enmarcada en el 2021, cuando se empezaba a dejar de lado telas y elásticos de los barbijos, los arbolitos de la calle Florida saben que con la apertura del turismo, el negocio va a repuntar, y que se viene una, porque el acuerdo con el FMI está próximo. Fuera de campo marca el contexto, lo que entra en cuadro marca la crisis. Porque Pablo, el protagonista, lo sabe. Pillo, aprendiendo el movimiento de la calle, comienza a entender cómo jugar e intentar hacerse lugar en la peatonal Florida. No porque quiere poder, o un puesto de autoridad: quiere dinero. Dinero que no tiene, que no alcanza a ganar trabajando. ¿Para qué quiere el dinero Pablo? Para vivir bien. Para pagar el alquiler que aumenta. Para irse a Europa junto a su novia, estudiante de arquitectura que gana una beca para terminar sus estudios en Francia, para poder llevarla en taxi y que no se mojen sus maquetas mientras espera el colectivo. Para comprarse un sintetizador nuevo, para que sus amigxs de la banda no lo dejen de lado porque no tiene guita para pagar la plata del demo. Pablo quiere plata para poder comprar los fideos de mayor calidad, para no tener que maldecir porque debe compartir la última bondiola freezada del mes con las visitas. Por este hartazgo, Pablo quiere hacer la diferencia. Juega al límite del todo o nada; pero no está solo. Ricky, Dani, Flor, son sus compañerxs accionistas que, encerrados en una marroquinera en medio del centro porteño saben lo que va a pasar. Y por eso, se la juegan completa. Sin saber si la jugada sale bien, o, incluso, con las posibles represalias violentas del jefe y su amigote soplándoles el cuello. Eso sí, políticxs, no se nombra ninguno –la cara de Martín Redrado asoma por la pantalla en una entrevista televisiva, utilizando material de archivo– aunque, sabemos, la película está delimitada por el actual mandato. El que cierra el acuerdo con el FMI afuera, es Martín Guzmán. El que va a la barbería de Daniel a cortarse el pelo es –ficcionalmente esta vez sí, vale la aclaración– su secretario.
La película ronda la insignia no importa quien gobierne, todos son lo mismo, pero sin hacerse cargo en demasía de la propuesta ideológica que supone, característica que atraviesa prácticamente todo el film. Como comenta el mozo del bar, en plena corrida cambiaria: no importa nombre o color del medio que escuches, todxs mienten. Si el largometraje anterior de Lautaro García Candela, Te quiero tanto que no sé, dejaba entrever una juventud desperdigada por los valores ideológicos de una progresía en decadencia con líderes(as) políticxs en el ocaso de su esplendor, en Cambio cambio parece que lo único que queda es el sálvese quien pueda. Eso sí, algo tienen claro los personajes: nadie se salva solo. Actúan de manera colectiva y organizada, y si pierden, pierden todxs juntxs. La idea de irse del país late en la película: Ricky, el más grande del grupo, insiste: tienen que irse. Flori está muy segura y fue siempre su objetivo. Pero Pablo decide quedarse, en un país donde la moneda nacional se devalúa, y lo único confiable parecen ser los papeles verdes de cara grande. El poema anónimo grabado en la pared de una galería del centro, que cita en una video carta que envía a Florencia hacia el final, es quizás, la mayor toma de postura ideológica que tiene la película. Cambia de trabajo, lava copas en un bar del centro porteño (¿no es acaso la protitipica salida laboral que como latinos y sudacas tienen quienes alguna vez piensan el cruzar el charco?). No es más arbolito, pero no pierde las mañas.
En los planos de Cambio cambio resuena el frenetismo y pulso de las calles porteñas filmadas en 9 Reinas (Fabián Bielinsky, 2000), tal vez algo de Pizza, birra, faso (Bruno Stagnaro, Adrián Caetano, 1998). Claramente los personajes del largometraje no están en los lindes extremos de la marginalidad del Cordobés, Pablo, Frula, Sandra y Megabom –aunque atravesamos un contexto de crisis, no estamos en los albores del 2001– y el obelisco, símbolo inequívoco de la película de Stagnaro y Caetano, tampoco es el Kavanagh, pero de alguna manera homenajea su evocación. Más que pensarla en relación a películas del pasado, sería interesante poder realizar alguna genealogía entre producciones actuales, trazando fronteras que nos lleven más allá de zonas geográficas o instituciones de cine específicas. En la edición anterior del Festival de Cine de Mar del Plata, se discutió sobre la representación social y etaria de los jóvenes de veinticortos en el cine actual. Particularmente, de la pretendida generalidad de retratar a una juventud de una clase social alta que no es la mayoría en el país. Quizás, más que arremeter con películas afines a ciertas estéticas discursivas ya agotadas –anodinas e insípidas–, sería un ejercicio más fructífero pensar si hay nuevas propuestas en el cine argentino actual. Podemos nombrar películas que presentan historias de pibes y pibas jóvenes que sufren un fuera de campo que no da tregua (Cambio cambio sería un ejemplo, pero también podemos pensar en Sobre las nubes de María Aparicio). También existe el interior del país, y no es una escenografía que quede por fuera de la filmografía actual (Jesús López o Las Motitos, podrían traerse como ejemplo en este caso). Posibles preguntas, que agrupan sin querer indagar en el tratamiento formal, porque tampoco pretenden una respuesta. Funcionan como invitación a un ejercicio: más que seguir machacando a películas que no aportan al panorama actual, esbozemos posibles nuevas lecturas. Mientras tanto, una luz atisba: no todo está perdido para el cine argentino, hay esperanza.
Titulo: Cambio cambio
Año: 2022
País: Argentina
Director: Lautaro García Candela