“¿Cómo alguien puede perderse en un lugar que en algún momento supo ser suyo?”
Por Kiara Warmerdam
Cal narra un suceso, una pérdida que a su vez representa todas las pérdidas del personaje. Vemos a un hombre llegar a una casa, donde viven su hijo y su exmujer, para enterrar al perro que acaba de fallecer.
Si bien toda acción envuelve el objetivo de enterrar al animal pareciera ser que, con una destreza destacable, la narración está mirando hacia todo lo que pasa en esa casa. El recorrido del personaje comienza con estacionar el auto en reversa, luego toma la bolsa de arena y se dirige a abrir la puerta; la abre con sus llaves y la vuelve a cerrar para dejar que su hijo piense que no las tiene. El chico lo hace pasar y el personaje se adentra en un espacio que lo satura, porque no es solo el pasillo y el living: son los pasos de la calle, los gritos, el sonido del verano, las máscaras, los colores, algo no funciona y lo descoloca.
Todo en esa casa está puesto en función de desorientarlo, por lo que lo conocido se vuelve irreconocible. Cabe destacar que hay un trabajo muy meticuloso entre los gestos del personaje y una cámara atenta casi lista para exponerlo, para hacerle saber que allí ya no pertenece. Se lo hace saber en los múltiples desvíos de mirada, el chequeo sobre las cosas nuevas que hay en la heladera vieja, el goteo de la canilla y en cada movimiento que se pierde del hijo. El chico se mueve diferente por el espacio, las imágenes no pueden seguirlo y tampoco les interesa: él es parte de aquello que se desvanece. En cada interacción el padre va perdiendo, o si se quiere, el chico le concede cada vez menos autoridad.
La acción del entierro nunca se concreta, se interrumpe por la insistencia del personaje en demostrar que sigue perteneciendo. El corto concluye con la mirada que intercambian el hombre y su exmujer a la distancia. En esa mirada, la desorientación no sólo cobra sentido sino que, permanece en quien mira un peso donde sobran palabras y gana la imagen.