Victoria (2015), de Sebastian Schipper

“La noche eterna”

Por Martin Haczek.

Para bien o para mal, depende la hora del día, el estado de ánimo y un sinfín de variables que resultaría desatento enumerar aquí, vivo en una calle rodeada de bares. Y siempre me llamó la atención una frase escrita en el exterior de uno de ellos: “The best nights are usually unplanned, random and spontaneous…”[1]. La consigna, a pesar de ser algo trillada, no pierde cierto contenido de verdad: todxs tenemos alguna anécdota que la certifica o le da cierto valor. Creo, a su vez, que ese enunciado podría funcionar bastante bien como epígrafe o línea introductoria a Victoria (2015), la opera prima del alemán Sebastian Schipper. 

La película comienza con su protagonista —quien da nombre a la película, interpretada por la catalana Laia Costa— bailando sola en un boliche: una madrileña que vive en Berlín y apenas balbucea algunas palabras de alemán. Al salir, comienza a hablar con cuatro lugareños que la invitan a conocer las bondades de la noche germana. En una situación de coqueteo, atravesada por los malabares comunicacionales que implica la barrera idiomática, Victoria acepta. Hasta allí, la película avanza como una suerte de paseo por las calles del under berlinense: la ciudad, el barrio de Kreuzberg (donde transcurre casi toda la película) parecen ser los protagonistas de un relato sobre la circulación de la juventud por la noche y sus modos de diversión. Pero tras un llamado inesperado a uno de los cuatro amigos anónimos que acompañan a la protagonista, la película da un vuelco inesperado. 

El plano secuencia que completa los 140 minutos de Victoria es solidario con la trama, funciona como un espejo. No hay corte alguno entre las cervezas tranquilas en una terraza nocturna y una historia de delincuencia que atraviesa los submundos del hampa alemán, las devoluciones de favores turbios, los intentos de secuestro, las persecuciones y los tiroteos en plena vía pública. Del mismo modo, las relaciones entre los personajes se trasmutan automáticamente. En un primer momento podemos dudar sobre la moralidad del grupo de amigos en relación a Victoria —sobre cuáles son los motivos que sostienen el breve y esporádico vínculo que construyen. Pero a partir del giro argumental, las relaciones interpersonales entre ellos se complejizan. Resulta innegable que ese vínculo se sostiene desde un principio en una serie de desigualdades (de género, de nacionalidad, étnicas, culturales), pero la forma en que avanza el relato se encarga de matizarlas.

Quizás uno de los mayores logros de la película sea justamente los modos de poner en escena, lejos de clichés y lugares comunes, dos temas que forman parte de la agenda política contemporánea: la situación de los inmigrantes en Europa y las relaciones de poder propias de una sociedad patriarcal. Por momentos, la cámara está tan cerca de la protagonista, nos cuesta tanto despegarnos de ella, que no sabemos bien qué piensa ni qué la motiva. El procedimiento con el que Schipper construye la narración, el plano secuencia y la acción a tiempo real, es solidario también con la manera en que se construyen los personajes: cómo una persona que termina envuelta en una situación de forma aleatoria y espontánea se hace cargo de ella y la lleva hasta las últimas consecuencias. ¿Mujer empoderada? Parece demasiado asustada para serlo. ¿Desesperación ante una situación que parece inevitable transitar? Quizás, aunque la película nos permite conjeturar posibles fugas del raid delictivo en que se ve envuelta. ¿Cierta actitud lúdica ante una cacería policial vivida como una aventura o divertimento? Podría serlo. ¿Una historia de amor a primera vista con Sonne (Frederick Lau)? Aunque suene algo naif, es una posibilidad. Me atrevo a hipotetizar: por ahí todas esas razones (o ninguna, lo mismo da) sean su motivación. En todo caso, el acierto de Schipper es montar un plano secuencia que sigue tan de cerca a los personajes que nos posiciona como si fuésemos unx más de la troupe; pero esa cercanía artificiosamente construida no nos permite nunca entender bien qué es lo que está pasando por sus cabezas. Como si el destino estuviera echado, y solamente restara actuar. En última instancia, parece que las mejores noches son aquellas no planeadas, espontáneas, o, por qué no, inminentes, en las que no hace falta preguntarse demasiado cómo terminarán⚫

[1] “Las mejores noches generalmente no son planificadas, son aleatorias y espontáneas”

Titulo: Victoria

Año: 2015

País: Alemania

Director: Sebastian Schipper