Una banda de chicas (2018), de Marilina Giménez

“Aturdiendo al patriarcado”

Por Rocío Molina Biasone.

La Historia del Arte —la de todas las artes, al menos la que nos siguen enseñando— ha dejado bien en claro dónde tenemos que pararnos las mujeres: en la tarima, quietitas para ser retratadas desnudas; a un costado, admirando a los grandes maestros; en la cabeza del artista, inspirándolo para que pinte o componga; como voz adicional, para lo cual tu talento es importante, pero no más que tu apariencia. Sea como sea, algo se nos dejó siempre en claro, y es que nosotras somos las musas, y ellos los artistas, nosotras el objeto, y ellos el sujeto, nosotras la inspiración, y ellos el genio.

Esta clara exclusión de las mujeres del trabajo creativo y de las artes tiene como resultado un mundo en que las artistas y las músicas suelen ser pocas, o mejor dicho, poco visibles. Como dice Paula Maffía —música, compositora, cantante, guitarrista, y más— en Una banda de chicas, en nuestro sistema solar no hay astros que sean mujeres. En este detalle reside la importancia de los vínculos y las redes que se crean entre bandas conformadas exclusivamente por mujeres, en que haya espacios para que toquen, no solo por ellas mismas, sino por todas las otras mujeres en el público que quieran hacer música y aún no sepan con quiénes cuentan.

Con un documental que se articula en ritmos tan diferentes como las bandas que aparecen en él, Marilina Giménez construye su primer largometraje a forma de viaje musical para que el público vea a las chicas tocar como pocas veces las habrá visto. El título funciona sobre varios planos semánticos, es de por sí una apuesta interesante: tal y como han hecho los movimientos de mujeres, las disidencias, y todos aquellos grupos de alrededor del mundo que llevan en sus espaldas siglos de discriminación sistemática, esta película se reapropia de una expresión creada con fines de insultar o burlar a las mujeres artistas. Crecemos escuchando, hasta el hartazgo, cómo se habla de libros, películas o música “de chicas”, utilizando la categoría para indicar que algo es de menor calidad, “femenino”, poco relevante, como si el arte que producen y consumen las mujeres pudiera reducirse a algo tan simple como su género, como si las mujeres en cuanto artistas no pudieran “inspirarse” como los varones.

¿Qué les gusta escuchar? ¿Rock? ¿Blues? ¿Electropop? ¿Cumbia? ¿Punk? ¿Reggaeton? ¿Trap? ¿Rockabilly? Bandas de chicas hay para todxs. Es imposible salir de ver esta película sin haber incorporado múltiples astros a tu cielo personal, sin notar las hermosas diferencias de raíz que se articulan cuando la banda es de chicas, chicas de cualquier orientación sexual, chicas más chicas y más grandes, chicas que son madres y chicas que no, y como todo esto convive en las giras, en los recitales, en las entrevistas. Cualquier diferencia con los documentales sobre esos ídolos del rock que pasan más tiempo en los cuartos de hotel con drogas y menores de edad —que quién sabe si están conscientes de lo que pasa a su alrededor— que tocando… no es ninguna coincidencia.

Esperemos que un día no sean necesarias las distinciones de género en la música. Esperemos, pero mientras, vamos a tener que sacarle el micrófono a aquellos astros que se creen muy listos, y creen que ofenden a las pibas al llamarlas “prostitutas” por militar la Ley de Cupo Femenino en la música. Pobrecitos, después de todo, según ellos mismos, son “señores del siglo pasado”. Salmón, vuélvase al río y no moleste, que las pibas quieren tocar ⚫

Titulo: Una banda de chicas

Año: 2018

País: Argentina

Director: Marilina Giménez

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