Un díptico de verano

Sobre Syncro, Festival Internacional de Cortometrajes de la Ciudad de Buenos Aires

Por Pablo Foladori

A veces escribo sin necesidad de saber cómo va a terminar lo que estoy contando. No es algo fácil y, para eso, hay que tener capacidad para el asombro y paciencia para escuchar hacia dónde van las cosas. Pero lo que escribo ahora no es una historia, es, apenas, algo que podría ser una crónica breve sobre la primera edición de Syncro Film Fest que se realizó en Buenos Aires entre el 22 y el 25 de junio en la Sala Lugones y en La Casa Nacional del Bicentenario. Tengo que confesar que soy algo fóbico a los festivales de cine y que siempre me pierdo de ver películas geniales por no querer salir de casa. Pero la programación de este nuevo festival tengo que reconocer que era demasiado buena y eso me dió el coraje que necesitaba para ir a la Sala Lugones de miércoles a domingo. Voy a hablar sobre dos películas que vi el último día y que me gustaron mucho. Las películas podrían funcionar como un “díptico de verano”.

Empiezo por Thats How the summer ended , película eslovena que parece sacada de un cuadro de Grant Wood. Lo que más me interesó de la película es la relación desplazada entre lo que se ve y lo que se escucha. Algo está siempre en otro lado y ese otro lado es un reflejo, una inversión, algo que se mueve en el cielo y no sabemos bien dónde está: como el plano de la avioneta que parece la caída de un submarino en la profundidad del océano.

 

Thats how the Summer ended está recorrida por esa avioneta que suena como una melodía que acompaña los rostros de los protagonistas – extraños y fascinantes-, y que son el bajo continuo que sostiene la película. El Magnificat de Monteverdi del final, en el medio de ese celeste infinito, es un barroco imposible, aéreo y actual.

La segunda película se llama Can’t help my self y es de Letonia. Can’t help myself podría ser una película más sobre el verano si los elementos con los que trabaja (el audio de autoayuda que suena todo el tiempo, las conversaciones de los bañistas, la visera amarilla de la protagonista con la palabra “tropical” y sus labios lastimados por el sol del verano) no nos llevaran a lugares imposibles en un tiempo siempre igual. Me refiero a ese lugar acuático y extraño que construye el plano secuencia del supermercado o a ese otro lugar fantástico en el medio del bosque que aparece cuando suena el mantra de autoayuda que sale por los auriculares de la protagonista. Los días aburridos del verano, cuando todo es un loop demasiado caliente, esconden espacios asombrosos.

Esa noche, la ultima proyección de la competencia internacional fue Neighbour Abdi -que después leí que fue la película ganadora de esa categoría-. Cuando volvía en el subte, mientras escuchaba un tema de Swans, me di cuenta de que la fobia que me daban los festivales de cine había desaparecido. Llegué a casa con un poco de nostalgia y con ganas de que Syncro se repita todos los años.