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Un cuerpo estalló en mil pedazos (2020), de Martín Sappia

“La sombra de un viejo fantasma errante”

Por Miguel Peirotti.

A algunos cineastas les gusta complicarse la vida, por ejemplo, al cordobés Martín Sappia, guionista, director y montajista de Un cuerpo estalló en mil pedazos, una de las tres películas originarias de Córdoba que integran los diez títulos de la Competencia argentina de la edición trigésimo quinta del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata en curso. En la génesis del proyecto que terminó en esta película documental que recupera memoria justiciera sobre un ser singular y exorbitante anida el avistamiento casual de un libro referido a éste entre los anaqueles de una librería de corte humanista muy prestigiosa en la ciudad antaño apodada La Docta. El libro avistado fue un volumen sobre el arquitecto, artista y actor Jorge Bonino, historiográficamente inasible y estéticamente elusivo personaje de la historia mítica de la bohemia argentina nacido en Villa María (Provincia de Córdoba) en 1935 y muerto en la institución neuropsiquiátrica Dr. Emilio Vidal Abal de la ciudad de Oliva (también de Córdoba) en 1990 tras una década exacta de encierro. (Nota: El final psíquicamente trágico, o tristemente psíquico, de Bonino es comparable al del músico Tanguito, quien en mayo de 1972 fue despedazado por un tren de la Línea San Martín al escaparse de la institución mental donde se lo resguardaba, aunque el corolario de Tanguito se vio teñido por una bruma de incertidumbre y especulaciones paranoides tan espesa como la bruma del realismo poético francés; de Bonino impera la casi nada).

Bonino se suicidó y no quedaron dudas. Murió no en su ley, en sus propias manos; Bonino culminó su propia obra de vida con un gesto existencial lapidario: tirándose al vacío que intermediaban las escaleras de los pabellones del “loquero de Oliva”, y su tendencia a arrojarse al vacío fue también lo que lo llevó interpretar monólogos demenciales y altisonantes en el Instituto Di Tella, desde donde su figura pública pudo encarrilar una proyección a nivel nacional. En 1975 Bonino participó de un cortometraje mudo de Marta Minujín y actuó casi inadvertidamente en Piedra libre de Leopoldo Torre-Nilsson en 1976 haciendo de cura. Pero lo que quiso hacer (y saber) Sappia era ir más allá de las anécdotas coloridas o testimoniales cronológicas y evitar que se corte el hilo delgado del que pendía el recuerdo artístico sobre Bonino, eclipsado por la ominosa presencia de los años de su estado mental en punto de ruptura y por las diversas leyendas o dichos sobre su biografía en el abultado “dicen que” del acervo oral de nuestro país. Su década maldita en Oliva puso en liquidación la solidez de un abordaje retrospectivo realmente honorífico. Resulta increíble pero la sociedad moderna aún sindica de loco a cualquier paciente psiquiátrico y al hacerlo le carga una mochila de plomo de un volumen significativo de incredibilidad social. Esto sí es una locura, una locura social, una enfermedad endémica apta para todo prejuicio público. Salvo un homenaje en el Centro Cultural España.Córdoba hace más de diez años, nadie, nada… mejor: pocos saben, a ciencia o magia ciertas, todo lo que hizo Bonino durante sus años de expansión y máxima creatividad, aproximadamente un período que comprende el año 1962 en un extremo y a 1980 en el otro. De 1980 a 1990, la oscuridad.

Le decían el Antonin Artaud argentino o el Jacques Tati argentino pero creo más cercana la filiación (in)disciplinaria entre Bonino y ese otro espectro de la vida en performance permanente que fue el estadounidense Andy Kaufman, a quien Milos Forman le dedicó en 1999 la película biográfica El mundo de Andy (Man on the Moon). Tanto Bonino como Kaufman borraron los límites entre realidad y ficción. Bonino creó un idioma ininteligible con el que engañaba el público y Kaufman se inventó varias identidades por las que transitaba de salto en salto como quien juega a un tejo psicológico. Motivos distintos, modos discrepantes, búsquedas sin fin ni razón a puro instinto. Kaufman lo hacía como una estrategia “coproducida” entre su estado psicótico y la borra de cordura cafeinómana que le quedaba; esos pequeños destellos de realidad que podían (pedían) colarse entre los personajes de Kaufman oficiaban de desfibriladores para mantener con vida su otro(s) yo(es). Bonino se especializó en varias cosas, entre ellas, en algo que, por lo que creemos, se escapó de su voluntad: la práctica ausencia de registros audiovisuales de su carrera. Es probable que Martín Sappia sea el que esté loco: indagar documentalmente en la vida de un artista sin archivo es nadar con tiburones excitados por la sangre. En la presentación de la película online que hizo para el festival, Sappia, que no es ningún loco, aclara dos cosas: una, que no buscó saber la verdad sobre Bonino, que no se propuso armar las piezas de ese rompecabezas; quizás acá radique la cordura de Sappia, porque a la sensibilidad se le nota en las decisiones de encuadre (“No busqué hacer una biografía; por un lado no me interesa, y por otro creo que es imposible. Para hacer la película busqué mucha información sobre Bonino, pero eso no significa que yo sepa quién realmente fue, y mucho menos que sea eso lo que la película se proponga dilucidar”). Y dos, que quiso y pudo evitar el desfile de “cabezas parlantes”, como se le llama despectivamente y ¡merecidamente! al documental que sienta gente ante cámara para chuparle las medias a la convención. Hay, en cambio, una voz en off a cargo de la escritora cordobesa Eugenia Almeida que lee textos pertinentes y frases alusivas con la fluidez de un cálido happening literario mientras informa. Es una de las maniobras narrativas que utiliza la ópera prima de Sappia con inteligencia para evadir el impuesto modo de contar con rostros célebres lo que puede ser descrito con ensayo y poesía, que es lo que él hace.

Llamar a Sappia “operaprimista” es técnicamente correcto pero prácticamente injusto porque lleva casi dos décadas de trabajo en España, Chile y Argentina como productor, montajista y fotógrafo; es uno de los técnicos más experimentados que tiene el pujante sector cinematográfico de Córdoba. Debutar como director único de un largometraje no le quita lo bailado y Sappia baila el vals de los mareados junto al eco de un Bonino que sonríe ante tanta gratitud. “Dicen que Bonino busca ser Bonino”, dice la voz de Almeida en el tercer acto. “Dicen que regresa a Córdoba buscando refugio”. Bonino siempre debería volver a Córdoba, debería estar permanentemente entre nosotros, cubriendo los vahos dispersos de fluctuación y deseo boninianos, demandando atención y afecto. Sappia modula su trabajo con madurez y se posiciona ante el inicio de una trayectoria como director que podría seguir escalando. Dicen que todavía anda en busca del fantasma viviente de Bonino. Dicen que locos son los que sepultan el valor real de los locos. Sappia sólo sabe que no sabe nada sobre Bonino y es el primero en decirlo. Pero con esta película también es el primer en decir varias cosas sobre Bonino. “Dicen que Bonino no deja rastros”. Dicen –y a esto lo dicen en los pasillos virtuales del festival de Mar del Plata– que Un cuerpo estalló en mil pedazos es una gran película. Y, al menos por esta vez, el dicen ensambla con equilibrio verdad y mito.

Titulo: Un cuerpo estalló en mil pedazos

Año: 2020

País: Argentina

Director: Martín Sappia

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