The Mountain Won’t Move (2025) de Petra Seliškar

“Una vida suspendida entre cumbres y dudas”

Por Valentina Soto

En un rincón remoto de Macedonia del Norte, los días comienzan con el sonido de cencerros, ladridos y el rumor del viento entre las rocas. Allí, en lo alto de los montes Šar, cinco hermanos se encargan de una ardua tarea heredada: cuidar rebaños de ovejas, vacas y cabras durante la temporada de pastoreo. Con The Mountain Won’t Move, su sexto largometraje documental, Petra Seliškar se sumerge en esta existencia austera y aparentemente inmutable, observando con paciencia y sensibilidad la rutina de estos jóvenes pastores, cuyas edades oscilan entre los ocho y los veinte años.

Estrenada en la Competencia Internacional de Largometrajes de Visions du Réel 2025, la película se construye como un retrato silencioso y atento, sin artificios ni dramatismos. A diferencia de su anterior trabajo Body (2023), marcado por una carga emocional más explícita, Seliškar opta aquí por el poder de la observación. La cámara de Brand Ferro acompaña los gestos cotidianos —ordeñar, hacer queso, vigilar el rebaño, esquivar tormentas— y captura la imponente belleza del entorno natural con una mezcla de crudeza y poesía. La banda sonora, de tintes folk, se mezcla sutilmente con los sonidos del campo, creando una atmósfera envolvente.

Los hermanos no solo comparten tareas; comparten también el peso de una vida dura, casi siempre masculina, donde la compañía humana escasea y el relevo generacional se tambalea. Zekir, el mayor, asume con seriedad su papel de guía. Zarif, de dieciséis, encuentra en los perros Karabash —guardianes natos contra los lobos— una forma de afecto y pertenencia. Cuando uno de ellos, Belichka, es prestada y no devuelta, el suceso cobra una dimensión emocional que revela cuán profunda es la conexión con estos animales, y cuánto afecta la codicia humana incluso en las alturas.

Seliškar evita toda idealización del campo. Aquí, la vida no es idílica ni romántica. Las conversaciones entre los hermanos, entre juegos y bromas, dejan entrever aspiraciones y frustraciones. Zarif sueña con emigrar. Le atrae un mundo que conoce a través del celular, ese objeto omnipresente que funciona como ventana a una modernidad tentadora pero lejana. Zekir lo comprende, aunque sepa que su partida significaría más trabajo para los que se quedan. En este cruce entre el arraigo y la fuga, la película encuentra su tensión narrativa.

Uno de los aciertos del documental es su rechazo a la explicación didáctica o al juicio externo. Seliškar confía en la capacidad del espectador para leer entre líneas. No hay entrevistas, ni estadísticas, ni gráficos: solo una serie de momentos que, acumulados, dibujan un paisaje humano complejo. La cámara se posa con la misma atención sobre un cachorro que busca mimos que sobre una discusión fraterna o una comida compartida al final del día.

La cuestión de la continuidad de esta forma de vida se cuela como una sombra persistente. En un entorno donde muchos ya han vendido sus animales y las oportunidades escasean, ser pastor no parece una opción, sino un destino heredado. Las nuevas generaciones, sin embargo, están menos dispuestas a aceptar esa imposición. Las referencias a la escasa intervención estatal —no hay caminos, ni buena señal telefónica— refuerzan la idea de un abandono estructural.

Como Honeyland, la aclamada cinta de Tamara Kotevska y Ljubomir Stefanov, The Mountain Won’t Move también retrata la fragilidad del equilibrio entre tradición y modernidad. Pero, a diferencia de aquella, aquí los protagonistas son jóvenes. Y en su persistencia —especialmente en la de Zekir— hay una chispa de esperanza, una voluntad de resistir, aunque el futuro sea incierto. La montaña, quizás, no se mueva. Pero quienes la habitan, aunque con dudas, están en plena transformación.

Titulo: The Mountain Won’t Move

Año: 2025

País: Eslovenia

Director: Petra Seliškar