“Un giro vacío”
Por Mauro Lukasievicz
Hace unos días, en el Festival de Thessaloniki, un joven director me contaba sobre su mayor miedo en la posibilidad de alcanzar el supuesto “éxito” en el cine, Su mayor miedo es que un director, al conseguir el financiamiento para su película, acabe traicionando sus propias creencias en pos de satisfacer un sistema que busca solo gastar grandes cantidades de dinero. Este temor me vino a la mente mientras veía The End de Joshua Oppenheimer, una película que parece ilustrar ese mismo dilema. En un giro sorprendente de su estilo documental hacia la ficción, el resultado en una película superficial que prioriza el impacto visual sobre la reflexión profunda.
En The End, Oppenheimer sigue a una familia millonaria que se refugia en un búnker mientras el mundo exterior se desintegra debido al cambio climático. Los personajes viven en un aislamiento absoluto, rodeados de lujo y arte, mientras la humanidad se desmorona en la superficie. La película arranca con una cita de T.S. Eliot, pretendiendo sugerir un lamento por un mundo perdido, pero esta introducción solo enmascara la vacuidad de lo que sigue. La familia se muestra más preocupada por preservar su zona de confort que por enfrentar la responsabilidad que tienen en el desastre global que han contribuido a causar.
El mayor problema de The End radica en su incapacidad de profundizar en la psicología de los personajes. Por ejemplo el hijo, un joven que crece en este lujo y que, al no comprender la realidad, construye una maqueta distorsionada de la historia de Estados Unidos. Oppenheimer podría haber aprovechado este personaje para hacer una crítica aguda sobre la manipulación de la historia, la alienación de las clases poderosas y la negación del sufrimiento ajeno. Sin embargo, opta por una representación vacía y superficial. El hijo pinta a los trabajadores chinos que murieron en la construcción del ferrocarril de una forma casi mágica, trivializando la cuestión. Todo parece estar premeditado para subrayar visualmente la falta de profundidad del guion, sin adentrarse realmente en la psicología de su personaje.
Tilda Swinton y Michael Shannon, conocidos por su capacidad interpretativa, se ven atrapados en personajes que parecen una parodia de sí mismos. Los números musicales, que podrían haber servido para añadir una capa de ironía o desesperanza, son forzados y repetitivos. En lugar de crear una conexión emocional, las canciones refuerzan la desconexión que impregna toda la película, haciendo que los personajes no solo sean desagradables, sino también aburridos. La aparición de una mujer, interpretada por Moses Ingram, podría haber sido una oportunidad para introducir una grieta en el orden de esta élite aislada. Sin embargo, su presencia está marcada por clichés y conflictos predecibles, lo que impide una exploración más profunda de los temas que la película intenta abordar. La relación entre la Mujer y el Hijo, que en teoría podría haber cuestionado el privilegio y el aislamiento, se limita a una atracción superficial que sucede también mágicamente. The End intenta ser una crítica sobre el narcisismo y la desconexión de una élite que busca olvidar su complicidad en la destrucción del planeta. Sin embargo, la ejecución de esta idea es floja. Oppenheimer parece haber elegido un camino estético que opaca cualquier intento real de introspección. La película, lejos de invitar a la reflexión, se convierte en un espectáculo vacío que, al final, resulta tan superficial como los propios personajes que trata de retratar. Lo que alguna vez fueron obras profundas sobre la historia y la memoria, se ha convertido en una película sin alma, atrapada en la búsqueda de una estética llamativa que no logra esconder la falta de sustancia ni los problemas psicológicos que debería haber explorado a fondo.