“Sudacas en Madrid”

Por Diego Fió.

El día que me llegó el mail con la confirmación de que Diente de león, el guion de mi largometraje, había quedado seleccionado para el curso de desarrollo de proyectos cinematográficos iberoamericanos de Ibermedia, me invadió un sentimiento de alivio. Todas esas horas dedicadas a lo incierto, todos esos fines de semana encerrado escribiendo y esa angustia a la que me expuse durante ese época, al fin tenían su recompensa. Durante seis semanas me iría a Madrid, todo pago, a reescribir mi guion con ayuda de tutores muy reconocidos y talentosos. Pero lo que no sabía aún era lo importante que resultarían mis compañeros de beca en este proceso.

Se presentaron aproximadamente ochocientos guiones a la convocatoria y solo había veinte cupos para una comunidad iberoamericana que, por supuesto, incluía a España. México, Colombia, Perú, Chile, Ecuador, Costa Rica, Venezuela, Bolivia y Argentina tuvieron sus representantes en ese grupo selecto de guionistas que hoy llamo amigos.

Los organizadores del curso nos alojaron en la mítica residencia de estudiantes de Madrid. Lugar que alvergara a García Lorca, Buñuel y Dalí, entro otros muchos con menos renombre internacional. Cada guionista tenía una habitación pequeña, con un escritorio pequeño, con un baño pequeño, pero la ventana era grande e irradiaba un gran caudal de luz. Recuerdo pensar y especular que en la época en que se habría construido la residencia no debería haber luz eléctrica y cada rayo de sol se habría apreciado mucho. Eso explicaba su tamaño exagerado. Estos antiguos claustros de la residencia, hoy remodelados con simpleza y funcionalidad, eran el espacio justo para concentrarte en pensar y escribir en soledad.

La bienvenida se hizo en la casa de las Américas, un palacio ornamentado en exceso, que homenajea o trata de revalorizar la cultura latinoamericana. Es como un lugar que expresa cierta autocrítica colonialista española, pero sin hacer un mea culpa. Las autoridades del curso nos dieron una cálida bienvenida, pero, por breves instantes, me sentí uno de esos indígenas que traían los barcos españoles para mostrarlos en la corte del rey. En este caso, en vez de indígenas, eran guionistas. Quizá es parte de ese sentimiento de baja autoestima inconsciente que nos transita a los latinos, sudamericanos, tercermundistas ante la exposición en el primer mundo, porque quiero aclarar que en ningún momento nuestros anfitriones nos hicieron sentir incómodos. Todo lo contrario. Siempre fuimos valorados, reconocidos y recibidos como pares.

Alguna vez, en un festival de cine, con una borrachera incipiente y rodeado de gente de diferentes nacionalidades que a penas conocía, miré los hielos de mi vaso de ron con coca y pensé: el hielo no se rompe con calor sino con alcohol. Así vencimos la timidez de las primeras charlas entre los 20 latinos. De a poco nos fuimos hablando, preguntando, escuchando, hasta que, ya en la cena, había la suficiente confianza como para empezar con las primeras aproximaciones al bulling estereotípico de cada nacionalidad.

¿Cómo pretender que 20 latinos respeten las leyes de convivencia de la residencia? ¿Cómo no saber que juntar artistas becados en un mismo edificio llamaría al descontrol? ¿Cómo desconocer la capacidad alcohólica de un guionista? Esas fueron las preguntas que nos hicimos después de que los organizadores del curso tuvieron que convocar una reunión, en la segunda semana, para informarnos que las autoridades de la residencia querían expulsarnos; querían dejarnos en la “lleca”.

El edificio también albergaba jóvenes científicas, biólogos, matemáticos, etc. que oportunamente abordamos tratando de congeniar. Hubo varios intentos de acercarnos, pero “los joviejos”, como los terminamos bautizando, mantenían una distancia sospechosa. Con el correr de los días se haría evidente que las denuncias sobre nuestro comportamiento vendrían de parte de ellos.

Sin tener certezas sobre nuestro destino habitacional, prometimos comportarnos y lo que solía pasar en las diferentes habitaciones de mis compañeros (incluso en la mía), se traslado a la calle, a los infinitos bares de Madrid.   

Debería aclarar que paralelamente a este aparente descontrol, cada uno de mis compañeros asistía a sus tutorías y reescribía su guion con mucho compromiso. Una cosa no quita la otra, y la otra no inhabilita la primera.

En mi caso, las primeras 3 semanas fueron la de mayor reescritura. La devolución de mis 4 compañeros de grupo y los aportes de la tutora (Daniela Fejerman) me embarcaron en la eliminación de un personaje muy importante y me subyugaron a reescribir, casi por completo, el guion. Kill your darlings se refiere a saber eliminar lo que no suma, aún estando enamorado de ello. Porque cuando uno está enamorado, está, de alguna manera, ciego. Para eso están tus compañeros y la tutora, para hacerte ver lo que no podés ver, para mostrarte lo que atenta contra tu historia, como lo hace ese amigo que te dice que la chica que te esta haciendo sufrir no suma en tu vida. 

Desayunábamos, almorzábamos y cenábamos en el restaurant de la residencia. Nos armaban una mesa larga que se iba conformando en orden de llegada. Si bien había preferencias claras sobre la vista que deseaba cada uno, la disposición de los comensales era random. Cuarentidos días, con sus tres comidas diarias, nos dieron la oportunidad de que conocernos bastante bien. A veces se suscitaban charlas mano a mano, íntimas, pero otras veces, la gran mayoría, la coyuntura política de una Latinoamérica encendida cooptaba la atención grupal y se daban debates muy interesantes.

El primer hecho importante fue la suba del combustible en Ecuador, que generó un estallido social en Quito. Le siguió el enfrentamiento entre los narcos y los militares durante el traslado del hijo del Chapo Guzmán en Sinaloa, luego estalló Chile con la masiva protesta reclamando igualdad en una sociedad de privilegios para pocos, y por último, el “golpe de estado” que hizo que Evo Morales renuncie a su candidatura de reelección. No me quiero olvidar de Venezuela, que ya esta en una situación de inimputabilidad y de Cuba que es un universo paralelo.

Milagrosamente en Argentina, y gracias a que Alberto Fernandez ganó las elecciones, se percibía una calma extraña que hacía ver nuestro país como un oasis democrático. Esto sin tener en cuenta la quiebra económica que padece el estado Argentino.

Todas estas realidades sociales se discutían a diario en esa mesa. Se podría decir que los artistas siempre tienden a tener un pensamiento más ligado a la izquierda, pero Latinoamérica es un crisol tan inexplicable que el concepto de derecha e izquierda se desdibuja con facilidad. Aún habiendo pasado mas de quinientos años desde su “descubrimiento” (según los españoles), Latinoamérica entera padece una separación radical entro el indígena y el llegado; el colono. El llegado ganó, el indígena perdió y la tierra se redistribuyo de una manera tan desigual que aún seguimos pagando las consecuencias de esa injusticia. Las oligarquía de antaño han mutado, pero el poder económico sigue en manos de unos pocos, muy pocos, y la clase trabajadora/indígena solo puede ejercer poder a través de disturbios y destrucción. Esta reflexión es una simplificación tremenda de un conflicto que lleva mucho tiempo y que lejos de solucionarse, se agrava con los fundamentalismos de ambos lados de la grieta latina.

La política, la ficción, el sexo, la bebida, la poesía fueron los temas que se discutían permanentemente en esas mesas latinas. Desde un interrogatorio grupal, sumamente atrapante y educativos, a une de les compañeres que practicaba el sadomasoquismo, hasta intensas charlas con otre de elles que se denominaba swinger sin pareja; de las diferentes formas en que cada uno llegaba al orgasmo, pasando por las escenas más eróticas del cine mundial, hasta las preferencias en las bebidas y los diferentes papelones de borracheras que cada uno había protagonizado, todo se contaba, nada se escondía, todo se ponía sobre la mesa; esa mesa larga que unía la cultura de un continente enorme e inabarcable, y que también abrazaba a la madre patria (España) con Gala y Lorenzo, dos de los españoles que estaban en el curso.

Y llegó la noche del 29 de octubre que, pasadas las 00:00, sería mi cumpleaños número 41. Al fin salía de los malditos 40. Los odié, los amé y los volví a odiar. La sobremesa se trasladó al patio, aparecieron los vinos y decidimos alejarnos de la residencia hacia una cancha de fútbol cercana al edificio. Sabíamos que una vez que se calentaran los picos, sería difícil contener el volumen de nuestras voces. El horno no estaba para bollos y queríamos evitar que nos vuelvan a denunciar. Lentamente fue cayendo gente, inclusive algunas amigas de Madrid que se unieron en este festejo silencioso. Tan silencioso que a las 00:01 me cantaron el cumpleaños en tono susurro. Fue increíble, nunca volverá a pasar algo tan hermoso en mi cumpleaños. Miraba a mi alrededor y solo veía amigos nuevos cantando en modo susurro el feliz cumpleaños. Por momentos sentía que era otra persona, que había tenido otra vida y que ellos eran mis amigos de toda la vida. El susurro del canto me puso en un estado emotivo y me dio un tipo de alegría nueva que me acompañó hasta mi almohada.

Al día siguiente, por la mañana, cursábamos una clase de producción que detestábamos. No solo porque tenía un horario matutino, sino porque la clase estaba orientada en instruirnos en el mercado audiovisual, y no estaba pensada para colaborar en el proceso de las películas que estaban transitando el curso, principalmente operas primas.

La industria audiovisual muta constantemente y los procesos de producción de una película son muy laxos; tardan años. En esos futuros años, la forma de distribución audiovisual habrá cambiado y nos tendremos que enfrentar a nuevas paradigmas. Por eso creo que la odiábamos, porque nada de lo que nos estaban tratando de enseñar iba a permanecer en el tiempo. Nada serviría cuando hayamos rodado nuestras películas. La odiábamos también porque queríamos ese preciado tiempo para dormir o para seguir escribiendo.

Pero esa mañana seguía siendo mi cumpleaños, y cuando terminó el suplicio de la clase de producción, una de mis compañeras entro al salón con una torta y su correspondiente vela. Me cantaron el cumpleaños, esta vez a viva voz. Pedí mis deseos y soplé la vela. Cuando levanté la vista el cumpa chileno me indicó que observe la leyenda de la torta. Decía: “Deja de tocar la guitarra”.

Para no tener que llevarla desde argentina, le había pedido a un amigo que me prestase su guitarra durante mis estancia en Madrid. Me gusta tenerla a mano cuando escribo. Siento que es un recreo, pero productivo o positivo. Lo que desconocía era que las paredes de la residencia eran muy delgadas y se escuchaba todo. Para quien no sabe disfrutar del porno sin sonido y no está dispuesto a usar head phones, esto era un problema. Para alguien que tiene una voz potente y carece de pudor al cantar, como yo, también.

 Pero a pesar del “Deja de tocar la guitarra” de mi torta, se que a mis compañeros les gustaba sentir que alguien NO ESCRIBÍA. Alguien hacía otra cosa, algo diferente, algo que evidentemente lo sacaba momentáneamente de ese lugar y lo trasportaba a cualquier otro sitio; a un recuerdo, a otra vida, a la desdibujada imagen de un futuro que aún no llega. Eso siento cuando toco. Esa ausencia y presencia absoluta, sin importar si estoy a solas o acompañado; si hay publico o estoy solo grabando una canción en el celular. Y cuando dejaba la guitarra y volvía a mi guion, el solo hecho de saber que, medianera de por medio, estaba una veintena de compañeros poniéndole cabeza a sus películas, te incitaba a eludir las distracciones procastinatorias.

A pesar de esos muros delgados, la residencia era un espacio absolutamente pensado para que uno se concentrase en lo que había venido a hacer. Tenía todas las facilidades que necesitábamos y eliminaba cualquier excusa que nuestra pereza formulase.

Pero la residencia no siempre tuvo este espíritu de productividad. EL libro que se vendía en la recepción, y que narraba su historia, tenía varias anécdotas que relataban cómo se vivía en esos claustros a principio de siglo. Narraba que Buñuel se iba a dormir temprano porque le gustaba hacer deporte y Lorca, que recién a esa hora empezaba a leer sus páginas en alguna habitación, se enojaba con él y lo trataba de ignorante.  Palabras textuales “Sos Mu bruto ”. A veces, se ofendía tanto que decidía irse a su habitación para hablar con “GENTE INTELIGENTE”, como él llamaba a los autores que leía.

Daly cuenta que cuando Buñeul y Lorca dejaron de lado los prejuicios sobre su persona (Salvador Daly era el ser más extraño de la residencia) forjaron una amistad de por vida. Cuenta que ellos le enseñaron lo que significaba irse de juerga. Palabras textuales de Daly: “Ocupé tres días en ese periplo. Dos días para el barbero, una mañana para el sastre, una tarde por el dinero, quince minutos para emborracharme, y hasta las seis de la mañana siguiente para la juerga”.

Diría que este grupo selecto de guionistas le hizo justicia a esa tradición. La juerga estuvo presente desde la primer día cuando, con Lenadro, mi colega argentino, fuimos esa misma noche al supermercado más cercano, compramos un vino “CAMPO VIEJO” y lo tomamos escuchando buena música y desplegando digna charla. Sin dudas Lorca estaría orgulloso de nuestros horarios de retorno a la residencia, Buñuel celebraría la constancia y el sacrificio de nuestra escritura y Daly… se mantendría indiferente, en su mundo.

Pero volviendo un poco al curso, y a su necesaria existencia, haber podido leer 12 guiones de diferentes partes de Iberoamérica, acompañar su evolución a través del curso y la de mi propio guion, es un privilegio. Creo que todos hemos aprendido mucho de este oficio en esas seis semanas, y me animo a decir que todos hemos vuelto con mejores guiones que los que hemos llevado inicialmente.

En la jerga “cheli” (jerga originaria de la ciudad de Madrid, que hereda elementos del casticismo madrileño, en ocasiones marginales y sobre todo despectivas o insultantes) el término “sudaca” tiene su origen en la deformación del término “sudamericano” en el habla de las clases populares. Nunca mejor acompañada la etimología de esta palabra que en la residencia de Madrid. El curso de desarrollo de proyectos cinematográficos iberoamericanos supo recibir a esta banda de sudacas talentosos que, sin lugar a dudas, se han hecho merecedores de ese privilegio; el de ser artistas, el de querer construir desde la cultura, el de mostrar problemáticas que muchas veces son invisibilizadas por quienes les conviene que permanezcan así, el tener la posibilidad de poder encontrar la propia voz, esa que se desprende de la palabra “vocación” y que pocos son los que realmente tiene la posibilidad de transitar.

Estos sudacas que, a pesar de las dificultades económicas y financieras a las que se enfrentan sus proyectos, siguen adelante en un camino lleno de trabas, coyunturas políticas desfavorables y emergencias sociales prioritarias.

Lo que he vivido en estas seis semanas me hace pensar que el curso de desarrollo de proyecto cinematográfico iberoamericando de Ibermedia y la Fundación Carolina es, sin duda, uno de los principales reducto que fomenta el cine independiente, que aún sobrevive ante la nueva tendencia de series, y que acompaña ese camino tan difícil que es hacer una película.

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