Por Paulo Pécora
La séptima edición de Construir Cine, el único festival internacional de la región que se centra en el mundo laboral, se llevará a cabo entre el 6 y el 13 de mayo próximo de manera online, a través de la página web www.octubretv.com. Con el propósito de descubrir y promocionar películas que aborden temáticas universales que afectan a los trabajadores, el festival ofrecerá este año poco más de 50 films, entre largos y cortos de ficción y documental, distribuidos en seis competencias oficiales de alcance local e internacional.
Entre las películas argentinas que participarán en esta nueva edición sobresalen La Dosis, de Martin Kraut, único film nacional en la Competencia Internacional de Largometrajes de Ficción, y El Panelista, de Juan Manuel Repetto, Una banda de chicas, de Marilina Giménez, Botera, de Sabrina Blanco, y Planta permanente, de Ezequiel Radusky, entre varias otras incluidas en la sección de Largometrajes Nacionales.
Si bien habrá muy buenas propuestas llegadas desde Colombia (Homo Botanicus, de Guillermo Quintero), Mozambique (Mabata Bata, de Sol de Carvalho), Estados Unidos (Born to be, de Tania Cypriano) y Canadá (River Silence, de Rogério Soares), una de las películas más atractivas de la Competencia Internacional de Documentales es Spoon, una coproducción entre Letonia, Lituania y Noruega dirigida por la letona Laila Pakalnina.
Filmado en impecable blanco y negro, sin diálogos, testimonios o textos que expliquen o hagan obvios sus objetivos, el film de Pakalina invita al espectador a contemplar el larguísimo proceso que demanda la fabricación de una simple cuchara de plástico descartable: desde la extracción del petróleo, pasando por los procesos químicos necesarios para convertirlo en plástico, hasta el momento en que se le da forma y se la distribuye para usos tan banales como comer un helado o probar un poco de sopa en el stand de alguna feria gastronómica.
En esa descripción minuciosa -aparentemente fría y distante- de la larga cadena de producción de esas cucharas, Spoon propone además una profunda reflexión sobre la contaminación ambiental y el absurdo que lleva a las sociedades capitalistas por el camino de la autodestrucción, a cambio de poseer y lucrar con ciertos utensilios efímeros cuyo único destino es ser usados una única vez y convertirse luego en basura.
Lo primero que salta a la vista es la exquisita composición visual de Pakalnina, el encuadre refinado y la decisión de expandir la imagen en su mayor horizontalidad, registrando así el mundo del trabajo –operarios, camiones, barcos, trenes y grúas, en puertos, refinerías, laboratorios, fábricas y grandes depósitos- que se manifiesta en toda su vitalidad en una coreografía intensa de movimientos y cruces permanentes desde y hacia diferentes direcciones.
Se trata de una puesta en escena sumamente meditada y minuciosa que si bien elige registrar la realidad a través de planos secuencia de cámara fija, sin intervención ni manipulación de ningún tipo, lo hace de tal modo que –como en un film de Jacques Tati- toda la información necesaria es transmitida a través de la imagen y las acciones de las personas, los objetos y los vehículos que van y vienen sin cesar. Ningún plano, por más estático que parezca, está verdaderamente quieto. Todo en su interior fluye con energía y vitalidad. Todo se mueve, se relaciona y se transforma a diferente velocidad y con diversas intensidades.
La película sigue como a un lema una frase atribuida a Leonardo Da Vinci: “Todo aquí se conecta con todo lo demás. De verdad”. Y en ese sentido comprueba la forma en la que, en un mundo cada vez más globalizado, espacios de países de Europa y Asia, distantes a miles de kilómetros entre sí, ahora parecen ser uno solo. A eso sin dudas colabora la homogenización de la imagen provocada por la elección del blanco y negro, la omisión de palabras que distingan entre idiomas y cierta indeterminación espacial –en algunos momentos cercana a la abstracción- que la mirada de la directora genera. En cada una de los planos que filma (un plano por escena), Pakalnina divide el espacio horizontal en dos, tres o hasta cuatro secciones verticales, usando los marcos de unas ventanas, las tuberías de una refinería, la cercanía entre dos barcos en un puerto, las máquinas en una fábrica o las puertas de entrada a una estación ferroviaria.
Todo parece ocurrir en un mismo lugar, pero en realidad sucede en los países bálticos y otras regiones de Europa, o en distintas ciudades de China, en Asia. Y todo está íntimamente interconectado en la larguísima cadena que va desde la extracción del petróleo, su refinamiento y su transformación en plástico, hasta la producción, la distribución y el uso efímero de una cuchara⚫