Sobre la charla en IDFA “Construyendo coproducciones justas: estudios de caso y soluciones”, una mirada a cómo construir alianzas más equitativas en el documental

La discusión sobre cómo hacer coproducciones más justas y equitativas atraviesa hoy a la industria documental. Según el informe Building Inclusive Co-productions: Best Practices for Producers del EAVE Think Tank 2025, la coproducción ética es un marco que prioriza la transparencia, la equidad y el respeto mutuo, garantizando beneficios reales para todos los socios, especialmente aquellos provenientes de regiones con menor capacidad de producción o de comunidades marginadas. Conversaciones con productores de Asia, África y Europa permiten entender cómo estos principios se llevan, o no, a la práctica.

Para el director y productor indio Bipuljit Basu, la confianza fue el punto de partida. Su primer largometraje documental, Redlight to Limelight, nació dentro de un burdel de Calcuta, donde un grupo de trabajadoras sexuales creó una película sobre la vida de sus hijos. La obra logró cambiar la percepción de la comunidad sobre estas mujeres y, sin saberlo, Basu ya practicaba un modelo de producción con impacto. Su encuentro con el productor finlandés John Webster en Docedge Kolkata lo ayudó a consolidar el proyecto, aunque las exigencias de algunos fondos, como llegar a un 50% de financiación antes de acceder a apoyo, lo obligaron a recurrir a inversores privados para sostener el rodaje.

La productora belga Rosa Spaliviero, por su parte, destaca la importancia de trabajar desde el contexto. En Liti Liti, del director senegalés Mamadou Khouma Gueye, la participación de la productora local Aminata Dao resultó esencial, así como el apoyo del fondo nacional FOPICA. Spaliviero sostiene que la fuerza de una coproducción está en la comunidad que la sustenta y en acompañar la visión del cineasta sin imponer estructuras ajenas.

El productor keniano Sam Soko coincide en la necesidad de fortalecer las voces locales. En Matabeleland, de la directora zimbabuense Nyasha Kadandara, optó por trabajar con equipos africanos para abaratar costos y reforzar la autonomía creativa. La película aborda exhumaciones y entierros de víctimas de la guerra civil desde una perspectiva íntima, pero varios fondos presionaron para obtener una narrativa más confrontativa. Soko diferencia entre el “dinero con agenda”, que exige formatos y contenidos específicos, y los fondos que asumen riesgos y confían en los cineastas. Para él, promover historias diversas es indispensable para construir una industria real.

El equilibrio entre requisitos institucionales y visión artística también marcó el trabajo de Spaliviero en otros proyectos, donde recurrió a asesores locales para garantizar la coherencia cultural. Critica que muchos fondos obliguen a gastar dinero en sus propios países o impongan modelos narrativos occidentales, y plantea que las subvenciones no reembolsables serían una forma justa de compensar desigualdades históricas.

El productor francés Victor Ede aporta ejemplos concretos de cómo compartir propiedad en la práctica. En The Mountain Won’t Move, rodada en Macedonia del Norte, el empleo de un equipo local amplio permitió mantener una verdadera corresponsabilidad, pese a las diferencias entre los niveles de financiación. En un proyecto posterior, Ashes Settling in Layers on the Surface, asignó valor económico al archivo personal de la directora ucraniana Zoya Laktionova para reforzar su participación y cumplir con reglas de los fondos europeos. Ede también destaca la utilidad de acuerdos privados de reparto de ingresos que corrigen desigualdades entre los porcentajes de financiación y el trabajo real de cada parte.

La colaboración regional aparece como otra vía para lograr coproducciones más equitativas. Aunque Matabeleland no recibió fondos de Zimbabue, es considerada una coproducción Kenia, Zimbabue y Canadá, y su equipo incluye profesionales de cinco países africanos. Para Soko, el reconocimiento del valor creativo, más allá del financiero, es clave, y fomentar redes de financiación e intercambio dentro del Sur Global es una apuesta necesaria para el futuro. Su experiencia más reciente con Concrete Land, de la directora jordana Asmahan Bkerat, confirma las dificultades para encajar proyectos que no responden a estructuras temáticas solicitadas por el Norte Global, pero también demuestra las posibilidades de innovar en modelos de colaboración alternativa.

El desafío, coinciden los productores consultados, no consiste solo en conseguir fondos, sino en transformar la forma en que se conciben las alianzas internacionales. La coproducción ética implica reconocer voces, redistribuir poder y construir relaciones duraderas que permitan contar historias diversas sin sacrificar su integridad.

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