“Cruce incierto entre la fe y el desierto”

Por Kristine Balduzzi

Óliver Laxe plantea una odisea que transita el límite entre el trance colectivo y la desintegración personal. A medio camino entre el apocalipsis y la fábula, la película nos arroja al corazón del desierto marroquí, donde una comunidad efímera de jóvenes rave se convierte en el telón de fondo de una búsqueda mucho más íntima: la de un padre y un hijo que recorren caminos de polvo y desesperación para encontrar a una hija y hermana desaparecida. Laxe nos invita a asistir, más que a una narración, a una experiencia donde los vínculos, la supervivencia y la fe se ponen a prueba bajo un sol implacable y al ritmo de una electrónica hipnótica. Desde su inicio, Sirât se posiciona como una película difícil de clasificar. No es exactamente un drama familiar, ni un film político, ni una distopía en sentido clásico. Es todo eso y nada a la vez. La trama, aparentemente sencilla, se complica conforme avanza, no tanto por giros argumentales como por una creciente sensación de desorientación: los personajes se internan más y más en un paisaje hostil, físico y emocional, donde las jerarquías sociales y las identidades nacionales pierden sentido.

Luis, el padre, aparece como una figura desplazada, fuera de lugar en medio del ritual pagano del rave. Él no baila ni consume, sólo busca. Y en esa búsqueda, arrastra a su hijo, demasiado joven para entender del todo lo que está en juego. La desaparición de Mar, más que una herida abierta, parece convertirse en símbolo: la imposibilidad de reconectar con los seres queridos, la fractura generacional, la disolución de las certezas paternales. Sin embargo, la película no insiste en la psicología de sus personajes. Laxe evita los subrayados y, en su lugar, propone un cine de superficie rugosa y profundidad incierta. En el trayecto que sigue al desalojo del primer campamento, una secuencia tensa donde aparece un mundo en descomposición geopolítica, apenas sugerido en una radio encendida o un documento oficial, se establece un nuevo grupo, una caravana improvisada de vehículos maltratados y cuerpos agotados. Aquí se refuerza la noción de colectividad: para avanzar por el desierto, nadie puede ir solo. La cooperación se vuelve una regla, no por virtud moral sino por necesidad inmediata. Y esa solidaridad frágil, llena de silencios incómodos y miradas desconfiadas, se convierte en el motor real de la película.

A ratos, Sirât cae en ciertas repeticiones. El peligro acecha con formas similares, los gestos de violencia o de ternura parecen reciclados de momentos previos. Esto puede restar algo de impacto emocional a escenas que, por sí solas, resultan potentes. Pero también construye una lógica circular, donde cada tramo del viaje devuelve a los personajes a un mismo lugar simbólico: la intemperie. En su tramo final, la película abraza el desgarro. Lo hace sin concesiones, aunque por momentos amenaza con desbordarse hacia lo gratuito. La progresiva desaparición de personajes recuerda a un cuento cruel, y aunque la película no se detiene a explicitar causas o consecuencias, deja claro que llegar al final tiene un precio. Sin entregar respuestas ni redenciones, Laxe plantea una hipótesis provocadora: quizás no haya un retorno posible a lo que fuimos. En su lugar, queda el tránsito, ese puente estrecho entre lo humano y lo inhumano, entre el amor y el abandono. Sirât, nombre tomado del islam para referirse al puente que separa el infierno del paraíso, no nos dice si los personajes logran cruzarlo. Pero nos deja ver cómo se enfrentan, con cuerpos y convicciones, a la posibilidad de hacerlo.

Titulo: Sirât 

Año: 2025

País: España

Director: Oliver Laxe