«¿Alcanza con darse cuenta de la belleza del mundo, con disfrutar del arte, para sentir que los días son perfectos? ¿Pueden ser nuestros días perfectos si trabajamos limpiando baños públicos?»
La última película de Wim Wenders parece traer irremediablemente la pregunta sobre cuánto un director debe estar inmerso en el mundo que desea retratar para lograr abordarlo. ¿Debería el director haber trabajado en algún momento de su vida limpiando baños públicos antes de sumergirse a hacer una película asignando ese trabajo a su personaje principal? No. Claro que no. Sencillamente no podría existir el cine si así fuera. Pero la sensación final que me dejó Perfect Days fue la de una trampa. Parece querer decir algo pero en realidad dice otra cosa.
La fotografía es impecable y la narrativa avanza lento, dándole al espectador la posibilidad de disfrutar junto a su personaje principal, Hirayama, su cotidianidad: la música adentro del auto que convierte el camino al trabajo en un paseo, las personas a quienes sonríe, la luz del sol dibujando hermosas imágenes pictóricas desinteresadamente sobre la ciudad. La belleza poética del idioma japonés que le dio una palabra propia a la forma en la que se ve la luz cuando atraviesa las hojas de los árboles.
Si un individuo se mide ante la sociedad por su producción económica, no es raro que sea el trabajo lo que lo determine. “Somos lo que hacemos” es un concepto que muchas veces se confunde con “Somos nuestro trabajo”. Hirayama parece ser feliz incluso teniendo uno de los trabajos menos deseados, y la forma en la que alcanza esa felicidad parece ser lo importante de la película, subraya los placeres que se brinda a sí mismo para conseguirla: placeres que están al alcance de quien los quiera disfrutar. Pero ¿están esos placeres realmente al alcance de todos?
Es muy difícil no interpretar que Hirayama está en paz consigo mismo porque encontró en el arte una forma de alegrar sus días. Me permito pensar el vínculo entre cualquier individuo y el arte de dos maneras: está quien lo consume y quien lo crea. Ese vínculo muchas veces se combina, y en el caso de Hirayama se presenta de manera ordenada: por un lado, él escucha la música que le gusta en sus largos viajes al trabajo y lee libros por las noches antes de dormir. Por el otro, cría bonsáis a la mañana y saca fotografías analógicas que revela y clasifica en lo que parece ser un gran archivo de fotos propias guardadas en el placard. El montaje de la película nos da a entender que Hirayama también sueña con imágenes artísticas: una instalación visual que parece ser la reminiscencia diurna de su propia obra vista a través del sueño.
Sin embargo, el hecho de que Hirayama sea fotógrafo y sueñe con instalaciones visuales viviendo en una casa que pareciera ser muy humilde, nos da un indicio sutil de lo que luego se revelará de nuestro personaje. ¿Van Gogh y qué otro artista visual de la historia fue pobre durante la creación de su obra? En música y literatura, los nombres parecen multiplicarse rápidamente. En las artes visuales cuesta más encontrar ejemplos. Quizás es burdo clasificar a las artes por clases sociales, pero el hecho de que Hirayama esté ligado a las artes visuales como creador ¿dice algo del personaje o es casualidad? Yo no creo que en las películas haya casualidades.
“La música es el sonido creado con la intención de ser escuchado”, dice la definición de música de M. Shaffer y es para mí de las más acertadas porque incluye en sí misma a quien escucha, plantea inmediatamente el estrecho lazo que existe entre el oyente y la música, entre el músico y el espectador.
Perfect Days parece tensionar ese concepto: Hirayama es un artista, pero no muestra ningún interés por compartir su arte, como si lo creara únicamente para sí mismo. Esa búsqueda por la creación constante de obra es lo que lo lleva también a cambiar su forma de mirar el mundo, a contemplar su alrededor con un ojo que parece estar abierto a la belleza que lo rodea, con el ojo de quien sabe encontrar las fotografías que habitan el mundo.
¿Alcanza con darse cuenta de la belleza del mundo, con disfrutar del arte, para sentir que los días son perfectos? ¿Pueden ser nuestros días perfectos si trabajamos limpiando baños públicos? Una posible interpretación de la película sería “La felicidad no tiene que ver con lo que hacemos, sino con cómo lo hacemos. Se puede ser feliz sin importar el trabajo que tengamos que realizar”. Yo dudo de la verdad de esa premisa new age, de esa búsqueda espiritual que necesita negarnos a los individuos como seres sociales y a la sociedad como capitalista. Porque, siguiendo con la lógica de Wim Wenders, podríamos decir que si un empleado público no disfruta limpiando baños, es porque no está alineado espiritualmente.
Hirayama parece estar en paz y alegre, limpiando baños públicos. Encontró un modo de vida placentero y hace su trabajo con dedicación y esmero. Básicamente (y esto se devela hacia el final de la película durante un encuentro con su hermana) porque viene de una familia de mucho dinero y, por alguna razón, decidió dejar todo atrás. Al contrario de su compañero de trabajo (o de cualquiera que trabaje limpiando baños públicos) él no está atrapado ahí. Como si, en el fondo, estuviera jugando a trabajar de eso.
Encuentro otros dos factores que creo que se presentan en Perfect Days de forma muy contundente: el anonimato y la soledad. ¿Hay algún espacio más anónimo que un baño público? Alguien los limpia y en general, pocas veces vemos quién. A la vez, muchas personas los usan. El anonimato que marca el paso fugaz por el lugar hace que muchas veces la gente los deje mucho más sucios que si fuesen un baño de cualquier otro lugar. Trabajar de limpiarlos tiene poco prestigio, porque además de ser un trabajo sin reconocimiento social, es un trabajo muy mal pagado. En nuestra sociedad y, como se ve durante el encuentro de Hirayama con su compañero de trabajo, en la de Tokio también.
Creo que es una enorme decisión estética no mostrar en ningún momento un baño público antes de que hayan pasado los empleados a limpiarlo. Decidir retratar la vida de un limpiador de baños públicos soslayando la caca y el pis es una decisión que me resulta sumamente tramposa, como si no fuese parte de la realidad de su trabajo, como si eso no existiera.
“La música es aire sonoro” dice la definición de música de F. Busoni, y parece describir mejor el vínculo entre Hirayama, su propia obra y el anonimato. Toma fotografías que revela y archiva, es el único espectador de su obra. En ningún momento siquiera menciona a nadie lo que produce. Hirayama encontró el placer de ser artista sin necesitar compartir su arte con nadie más que consigo mismo. Su obra es, sola.
Hermosa idea. Pero lo cierto es que Hirayama no comparte su arte básicamente porque no tiene en toda la película un solo vínculo par. Vive en soledad. No existe en su mundo una sola persona con quien se relacione de forma pareja o profunda. El vínculo con su sobrina, si bien amoroso, está determinado por su disparidad y la palabra amistad aparece en la película solo para referirse al árbol que mira Hirayama durante su almuerzo.
La historia de un rico que encuentra su felicidad cuando logra desprenderse en extremo de su pasado, de su familia, de su riqueza. El rico que disfruta de trabajar en uno de los trabajos que le tocan siempre a los pobres. El rico que sale a sentir que las cosas bellas de la vida no tienen precio, son simples, se encuentran al alcance de la mano. Como si la felicidad y el entorno no estuvieran intrínsecamente ligados. Como si el salario y la forma de realizar un trabajo no tuvieran nada que ver. Como si limpiar baños fuese algo que se pudiera hacer con amor y esmero. Como si el mundo que habitamos no estuviera determinado por el capitalismo y nuestros días perfectos no dependieran de nuestro trabajo ni de nuestra sociedad.
Si entendemos a la sociedad como un conjunto de individuos, cabría pensar que buscar el bienestar individual podría derivar en una mejoría social. Pero no concibo el bienestar individual que se logra mediante el hermetismo, como en Hirayama, a costa de dejar de vincularnos con otros. El arte nos puede mejorar la vida, sin dudas, y esta película nos lo recuerda constantemente, pero creo que también ayuda a reafirmar que nadie se salva solo. Una persona que encuentra sus días perfectos viviendo dentro de la sociedad de manera aislada, para mí, solo existe en las películas.