“La milagrosa capacidad del cine”
Por Joaquín de Loredo
En la filosofía budista, la palabra samsara se refiere a la naturaleza de la vida como un ciclo de muertes y renacimientos. Es este proceso el que Lois Patiño evoca con un efecto impresionante en Samsara, una película con estructura tríptica que sigue un alma desde el cuerpo de Mon, una anciana en Laos, hasta la forma de un cabrito en Zanzíbar. Es un viaje que explora los límites espirituales y cinematográficos para crear una meditación profundamente conmovedora sobre lo que sucede después de la muerte y que es, en ocasiones, una experiencia trascendente.
Alrededor de la mitad de Samsara, un texto en pantalla explica que ahora seguiremos el alma de Mon hacia el bardo, el estado liminal entre los cuerpos, una secuencia de 15 minutos que sirvió como génesis de la película para Patiño. Debemos cerrar los ojos en esta sección de la película, y el efecto de la sinfonía sensorial que se desarrolla es contemplativo y genuinamente transformador. Los paisajes sonoros se funden entre sí, sugiriendo entornos terrenales cambiantes y otros mucho más inefables. El espectáculo de luces, una combinación de destellos y campos de colores brillantes, todos vistos a través de los párpados cerrados, evoca la luz del sol moteada de un bosque profundo con tanta facilidad como la grandeza celestial del más allá. La secuencia se encuentra entre las tácticas cinematográficas más fascinantes de los últimos años.
Por supuesto, la mayor parte del tiempo de ejecución de Samsara ocurre en el reino de los mortales. Patiño trabajó con diferentes directores de fotografía para cada sección y el resultado son dos capítulos distintos que representan estas diferentes encarnaciones. Las escenas en Laos fueron rodadas por Mauro Herce y tienen un aire sobrenatural. Centrado en los ocupantes de un templo budista, este segmento se centra en el logro de la iluminación y la luminosa cinematografía en donde Herce enfatiza sus aspectos oníricos. Aquí los novicios sueñan con elefantes en el bosque y reflexionan sobre unirse al monasterio, mientras Mon se acerca al final de una vida preparándose para viajar a la siguiente.
Las imágenes de Zanzíbar de Jessica Sarah Rinland son mucho más táctiles. Las propias películas de Rinland se han centrado a menudo en el trabajo manual, que reaparece aquí. Una joven Juwairiya cuida de la cabra y mascota de la familia, Neema, la Mon reencarnada, mientras las mujeres de la comunidad cultivan algas. Esta sección construye un mundo más concreto y corpóreo. La yuxtaposición entre las dos mitades –la filosófica y política, la metafísica y la material– parece celebrar la amplitud de la experiencia vivida. El paso entre ellos nos permite maravillarnos ante la milagrosa capacidad del cine para lo transportador y lo sublime.