Priscilla (2023), de Sofia Coppola

“Retorcido cuento”

Por Natalia Llorens

Si el adorado Elvis de Baz Luhrmann presentó al rock como un hombre abrumado por su propio talento, responsabilidades y, claro, alguna que otra mala elección de vida, el drama biográfico color caramelo de Sofia Coppola es una ácida réplica a esa visión. Centrándose en su esposa, Priscilla, en su historia, presenta una imagen muy diferente de ‘El Rey’. Tal vez, sugiere, en realidad que era una basura total.

Basada en las memorias de Priscilla de 1985 sobre su matrimonio, Elvis y yo, y realizada con su total aceptación, Coppola nos ofrece la versión de la historia de Cilla.

Priscilla abarca diez años de su relación con Elvis: desde el comienzo del (abuso) noviazgo (él tenía 24 años, ella 14) en una base de la Fuerza Aérea de EE. UU. en Alemania Occidental en 1959, hasta las cenizas de la relación. -El final de su relación cuando él tomaba pastillas y sacudía las caderas en Las Vegas y ella era madre soltera en Graceland, agotada por su negligencia y naturaleza controladora. Por momentos soñador y oscuro, es un retorcido cuento de hadas que comienza con un casto beso en un dormitorio y termina con Priscilla encerrada en una especie de torre, y Coppola lo cuenta con estilo discreto. La banda sonora y en especial la de Phoenix se combinan a la perfección con las melodías de los años 60.

El guión de Priscilla no ofrece un juicio moral severo sobre el cortejo inicial que, según cualquier estándar moderno, contaría como preparación. En cambio, muestra al Elvis posterior como un hijo varón errático y controlador que pasa del enojo a la disculpa, a menudo en el mismo espacio que el de una silla, y cuyos caprichos y excesos (pastillas, mujeres, armas, misticismo, amigos molestos) tienen un efecto agotador. Con tantas películas biográficas que muestran a la ‘mujer detrás del hombre’ como víctima, es fantástico ver una que recupera el control de la narrativa. Empatica en lugar de juiciosa, el drama relacional de Coppola le devuelve la autoridad a su joven heroína. Si hay una conclusión, es tratar de encontrar a un hombre que no te dé Dexedrina para aprobar matemáticas de décimo grado, por más divinas que sean sus caderas.