PR1NC3S4 (2021), de Raúl Perrone

“El fuego y la imagen”

Por Belén Paladino.

¿Cómo se recupera el pasado? ¿Se trata simplemente de atesorar objetos lejanos que luego se contemplarán con amor, como quien observa un hermoso álbum de viejas estampillas, o una colección de postales, con la satisfacción de que se ha rescatado del olvido algo que peligraba con perderse para siempre? Hay algo muy hermoso en el gesto del coleccionista, pero también una imposibilidad, aquello que se atesora parece formar parte de otra dimensión, el pasado y el presente no terminan de encontrarse. Raúl Perrone lejos de ser un coleccionista, bucea en la historia del cine para rescatar algo de ese pasado, para iluminar el presente y crear nuevas imágenes, para actualizar aquella magia perdida.  

En su universo el esqueleto de un edificio abandonado puede volverse castillo, un gran pez de metal dragón milenario, la ciudad de Ituzaingó escenario de aventuras de samuráis y princesas del antiguo japón. Perrone retomará la tradición del cine de samuráis para volverla propia y desplegar una ficción de aventura y experimentación. Una mirada del pasado sin melancolía, el pasado no como atadura sino como trampolín que propicia el salto en la creación de imágenes propias. Hay una continuidad, una búsqueda que persiste en sus películas más recientes, porque Perrone es autor de una única gran obra, un abanico que no deja de desplegarse y develar cada vez un nuevo pliegue. 

El diálogo que viene manteniendo con el cine mudo se vuelve más profundo que una mera búsqueda formal. Perrone recupera algo de la fuerza y el magnetismo de las imágenes del cine de los primeros años, una imagen que se desmarcaba de lo puramente narrativo, una imagen que se volvía fantástica por su movimiento y por su tamaño, una imagen hipnótica frente a miradas que se enfrentaban a una pantalla por primera vez. Ese es el mejor homenaje que se pude hacer desde la contemporaneidad, recuperar algo de ese magnetismo que antes de la imagen cinematográfica solo parecía tener el fuego. Perrone recupera ese espíritu, esa magia, el fuego que se vuelve imagen.