“Contra el olvido”
Por Natalia Llorens
A medio camino entre la fábula política y el diario de un país desmemoriado, O agente secreto, la nueva película del brasileño Kleber Mendonça Filho, es mucho más que un thriller de época. Ambientada en el Recife de 1977, durante el Carnaval y en plena dictadura militar, la película explora cómo se construye la historia en los márgenes: entre archivos polvorientos, recuerdos borrados y ficciones que se filtran en lo real. Lo que comienza como la crónica de un hombre en fuga termina desplegando un mapa de tensiones donde lo íntimo y lo político, lo absurdo y lo brutal, se superponen sin solución de continuidad. En el centro de la trama está Marcelo, un hombre que busca pruebas de la existencia de su madre desaparecida. Su recorrido por oficinas estatales, edificios en ruinas y salas de cine clausuradas funciona como una arqueología del trauma, una indagación sobre aquello que fue arrancado del relato oficial. La desaparición forzada, esa técnica del terror tan eficaz como silenciosa, se convierte aquí en el punto de partida para una reflexión sobre los mecanismos del olvido, pero también sobre las formas de resistencia que el cine puede asumir frente a ellos. Desde el inicio, Mendonça Filho opta por desmarcarse de las etiquetas del género. Aunque hay persecuciones, asesinatos y redes clandestinas, la película no sigue las reglas del thriller clásico. En cambio, construye una atmósfera densa y caleidoscópica, donde la tensión se disuelve en largos planos, en escenas aparentemente intrascendentes, en gestos que parecen no conducir a ninguna parte. Esa apuesta por la textura por sobre la narrativa tradicional puede desorientar, pero también da lugar a una experiencia más sensorial, más envolvente: una inmersión en un Brasil marcado por la violencia estructural y la descomposición institucional.
La presencia constante del Carnaval, con sus colores, su música y su caos, sirve como telón de fondo irónico para una sociedad donde la represión y la vigilancia son moneda corriente. La contradicción es evidente: mientras las calles se llenan de máscaras, desfiles y excesos, en los pasillos del Estado se decide quién puede existir y quién debe ser borrado. La película no busca resolver esa tensión, sino exponerla con crudeza y humor, como cuando los flashforwards nos muestran a un grupo de investigadores contemporáneos transcribiendo las grabaciones de Marcelo, como si estuviéramos ante un documento hallado por azar. ¿Es esta historia una ficción cuidadosamente elaborada o un testimonio recuperado del olvido? A lo largo del metraje, Mendonça rinde homenaje a su ciudad natal con un ojo casi arqueológico: los cines cerrados, los carteles de películas como Tiburón, los autos que ya no circulan y los edificios semiabandonados componen un retrato de Recife como espacio fantasma, donde el pasado sigue latiendo bajo la superficie. En este sentido, O agente secreto prolonga algunas de las inquietudes que el director ya había planteado en su ensayo fílmico Pictures of Ghosts, donde afirmaba que “las películas de ficción son los mejores documentales”. La nueva obra parece tomar esta declaración como un manifiesto: más que ilustrar la Historia, la ficción sirve aquí para disputarla, para llenarla de preguntas, para incomodar.
Lejos de ofrecer respuestas fáciles, la película se instala en la incertidumbre. Cada escena, cada subtrama (como la extraña historia de una pierna amputada que circula como objeto de deseo o prueba irrefutable), pone en duda la linealidad del relato histórico. Lo que parece absurdo o irrelevante termina adquiriendo un peso simbólico inesperado, como si cada exceso fuera una forma de sabotear la lógica del poder. Así, O agente secreto se convierte en un mosaico imperfecto pero vital, un intento por fijar en la memoria colectiva aquello que el Estado quiso borrar.