Mundo, nunca te abandono
Fotografía: Still Life (Newspaper) (1976), de Josef Koudelka
Por María Aparicio.
Hay una mesa. Más bien una superficie. Sobre esa superficie están desplegadas las hojas de un diario, que ofician de mantel sobre el que se disponen los alimentos: una caja de leche, unos triángulos de queso, una tira de pan, restos de una manzana. También hay un cuchillo. El diario-mantel es norteamericano. Textos en inglés revisten esa hoja de papel cuya textura se dibuja como los pliegues de una tela. Es una imagen que pareciera estar diciendo: es todo lo que tengo y nada puede salir mal. Se trata de una fotografía de Josef Koudelka, tomada en 1976.
Hombre checoslovaco que me recuerda a Herzog. Hace varios años encontré un libro pequeño de él en una librería, y en sus primeras hojas, la foto de la mesa. Si acaso existen imágenes difíciles de olvidar, las suyas operaron en mí de ese modo. Sus blancos y negros son tan pregnantes como las situaciones sobre las que decide posar su mirada.
Lo que se sabe es que la labor de Koudelka estuvo alejada de los oficios tradicionales de los fotógrafos comisionados de la época, cuando la captura de lo real era todavía una tarea específica, y una proeza llevada a cabo por entendidos. Antes de dedicarse a la fotografía a tiempo completo, fue ingeniero aeronáutico en algunas ciudades de Europa Oriental. Sus primeros negativos llegaron a la legendaria agencia Magnum en ocasión de la invasión soviética de Praga. Esas fotografías fueron publicadas bajo las iniciales P. P. (Prague Photographer, en español, “fotógrafo de Praga”), por las implicancias políticas del momento y el temor a las represalias. Casi diez años más tarde se conocería su autoría, y aparecería la legitimación del reconocimiento.
Ese anonimato inicial en su camino como fotógrafo es, a mi modo de ver, un indicador simbólico de su forma de hacer imágenes. Detrás del reconocimiento y el renombre, existe en Koudelka un ejercicio de la práctica fotográfica desde un carácter silencioso y austero. Su forma de trabajar parece estar alejada de aquellos fotógrafos que retratan la miseria en el día y descansan en hoteles de lujo por la noche.
Lo que también se sabe es que ha caminado buena parte del mundo. Cuando le preguntan por algún consejo de fotógrafo, él contesta: “tener buenos zapatos”. Quizás esta veneración de los pasos, del gesto de andar, de caminar el propio rumbo, es lo que me recuerde a Herzog, quien comparaba la dirección de películas con el atletismo. Ambos hacen del caminar su propio método, nada más, ni nada menos. Es a través de sus pasos que encuentran una forma de estar en relación con el mundo, y con las imágenes y las ideas que de él se generan.
Fotografía: Serie España (1975), de Josef Koudelka
Koudelka fotografiaba en verano y revelaba en invierno. El calor le permitía andar con su bolsa de dormir a cuestas, atravesando la intemperie y observándolo todo. Tras el paso acallado que imagino de él, se desprende una mirada compasiva que convive y dialoga con aquello que decide observar. Pareciera que el nomadismo fuese en Koudelka una forma encontrada para llevar adelante la vida y, en ese modo de estar, propiciar el encuentro con otros. En muchas entrevistas dice que no le interesa hablar de sus fotografías, explicar sus porqués. Lo que le importa verdaderamente es hacerlas. En sus palabras:«Quiero verlo todo, observar todo. Quiero ser la mirada en sí misma».
En esa andanza ligera y solitaria, Koudelka hizo sus fotografías más conocidas. Sus largas convivencias con los gitanos comienzan desde sus primeros años, y son estas imágenes, juntas con las de la invasión de Praga, quizás las que más trascendieron. De los gitanos se ve su intimidad, sus casas, sus celebraciones y también sus funerales. La figura humana está presente casi siempre, pero no en el sentido tradicional del retrato.
El fotógrafo de Praga parece estar inmerso en lo que fotografía, como un hombre huérfano que es adoptado por sus retratados en sus andanzas. Él captura imágenes, pero pareciera también estar dejando algo de sí en aquel gesto. En muchas de esas fotografías hay tristeza, pero no así padecimiento. Como si en la tristeza retratada algo pudiera estar siendo redimido. En palabras de Bernard Cuau, en el prólogo de aquel libro que encontré en la librería: «¿Cuántas personas hay en el mundo que puedan fotografiar de la forma en que se consuela, no de aquella en que se agrava la pena?».
No son solo los grandes acontecimientos socialespolíticos los que determinan los temas de sus fotografías. Tampoco los ensayos temáticos. Me cuesta pensar que haya prevalecido en él una intención de elaborar un concepto a priori. Como si sus imágenes y las cosas que encuentra fueran más bien una consecuencia de su andar. No hay una regularidad establecida en sus encuadres o en su forma de componer. Tampoco pareciera haber una premeditación deliberada en sus motivos. Más bien, Koudelka parece ser alguien que vive en lo fotográfico, un portador de una existencia acompañada por la observación, como si los cuatro márgenes del encuadre fueran las cuatro paredes de su hogar. Y esto podría incluso entenderse de forma literal.
En 1970 abandona la antigua Checoslovaquia con un permiso de salida de tres meses. Pero no regresa. Desde entonces se vuelve un apátrida, concepto definido por la ONU como “cualquier persona a la que ningún Estado considera destinataria de la aplicación de su legislación”. Así, Koudelka se desplaza por Europa como exiliado. Reside en algunos países por temporadas, pero pasa la mayor parte de su tiempo tras sus imágenes. En esas fotografías nómades existe todo: el mar, la tierra, los niños, los adultos, los animales, el frío, el calor, el trabajo, la música, el dolor, la ciudad, la comida, el tiempo.
No es sencillo encontrar imágenes de notorios fotógrafos de esa época que hayan retratado su propia presencia, registros de su cotidiano, como quien lleva un diario visual. Koudelka fotografiaba los lugares en los que se recostaba, a veces una tela en medio del pasto, otras su bolsa de dormir, rincones donde pasaba las noches. También las mesas en las que comía, el reloj en su muñeca, sus propios zapatos.
Todas imágenes que podrían ser menospreciadas temáticamente, desde una mirada más conservadora de lo fotográfico. Es que no es sencillo generar de eso una imagen conmovedora. Pienso que Koudelka lo lograba porque, en sus fotografías, la autorreferencialidad pareciera no ser un mero reflejo del yo, sino una mirada posible sobre la vivencia, sobre el paso por el mundo. Creo también que, con esas imágenes, él estaría recreando la compañía, burlando la ausencia, como una forma de engrosar la satisfacción —aun en el dolor— de estar con uno mismo.
Por todo esto, Koudelka también me recuerda a Jonas Mekas. Las particularidades de ambos lenguajes –el cine y la fotografía– establecen de por sí una diferencia lógica, y pretender comparar imágenes fijas con películas es una tarea engañosa. De todos modos, creo que es posible trazar vínculos entre sus ideas y sus labores. Hay en ambos una voluntad por sobrevivir a los exilios a través de las imágenes. Como si detrás del dolor existiera todavía una insólita pulsión vital capaz de buscar más allá de la pena. Como si en sus imágenes ambos estuvieran intentando resistir. Una resistencia amorosa y humana, profunda y deseosa de vida. Quizás en Mekas esto es más evidente. Sus películas caseras, los colores, su cotidianeidad, los textos y su voz son en sí mismos faros de una vitalidad dolorosa: «Mundo, nunca te abandono, pero me hiciste cosas terribles». En Koudelka, a simple vista, el blanco y negro pareciera recubrir sus imágenes de una sensación más difícil de penetrar. Pero una vez adentro, el alcance de sus ojos parece perseguir el mismo mensaje. Pienso que Koudelka tampoco sería capaz de abandonar el mundo.
Fotografía: Portrait (1983), de Josef Koudelka
Cerca de los 90, Koudelka empieza a fotografiar con una cámara panorámica. Extiende los márgenes del encuadre y el formato se abre a otros territorios. Poco a poco, la figura humana empieza a desaparecer de sus fotos, o más bien, su ausencia complementa los nuevos sentidos que parecieran imprimirse en lo que retrata: paisajes devastados, espacios alterados por los seres humanos, zonas de conflicto arrasadas, la destrucción. Fotografiar la humanidad no desde la presencia de sus hacedores, sino desde la huella siniestra que estos dejan. Estas fotos son quizás las menos vistas. Yo misma las redescubro con más atención al escribir este texto. Es un Koudelka distinto, pero igual de fascinante.
Un libro que contiene casi su entera retrospectiva lleva el nombre de Nacionalidad dudosa. Fue editado en 2014, a propósito de una muestra en Chicago. Pienso que cuestionar, o al menos repensar, el concepto de Nación en un mundo como hoy, con desplazados permanentes, con países europeos multando a aquellos ciudadanos que se atrevan a socorrer migrantes, es, en algún sentido, un gesto contundente y urgente. Pienso también que las imágenes de Koudelka han girado en torno a esto desde siempre.
Me gustaría alguna vez poder filmar con los blancos y negros de Koudelka. Sus blancos y negros, sus contrastes, su granulado y sus formas de encuadrar muchas veces han sido una guía para mí. En la película en la que estamos trabajando en este momento no hay colores, la imagen es en monocromo. Filmo en blanco y negro, aceptando con cierto lamento que el registro de nuestras camaritas digitales está lejos de aquellas texturas e impresiones que generan las emulsiones analógicas.
Hemos discutido mucho sobre esto ya. No miro con nostalgia el cine en fílmico, ni venero aquellas formas de filmar. El cine digital ha habilitado la existencia de las películas que hacemos, y probablemente sea una de las fortunas más grandes que nos haya tocado vivir. Pero sí me inquieta pensar que el cine en su hacer ha cambiado para siempre, y que aún no seamos verdaderamente conscientes de las implicancias de este cambio.
¿De qué nos sirven a nosotros, los seres humanos, los registros? La posibilidad de fijar sentidos, palabras, ideas, sonidos, situaciones, capturas de la realidad, ¿qué lugar ocupa en nuestra existencia? Quizás un lugar tan grande que se vuelve difícil de dimensionar. También es difícil tener alguna noción de la cantidad de imágenes y fotografías que vemos cotidianamente. En alguna parte de mí, creo que es el momento más confuso, problemático y fascinante en el que hemos estado, fotográfica y visualmente, como humanidad. En este mar de paradojas, pensar y volver a las bases de algunas ideas se vuelve cada vez más necesario.
En Koudelka encuentro algunas respuestas, y creo que, probablemente, sin sus fotografías la memoria fotográfica del mundo sería diferente. Siempre agradezco poder volver a ellas. A las fotografías y a las películas siempre se puede volver. Quizás por eso insistimos en seguir acumulando registros de este mundo, por si acaso sirve seguir buscando razones para no abandonarlo.