“La vida de alguien más”

Por Natalia Llorens

Una mujer joven aparece sola en medio de un paisaje detenido. Observa el agua, ausente, como si acabara de llegar o estuviera a punto de irse. No sabemos bien quién es ni hacia dónde se dirige. En Miroirs No. 3, Christian Petzold se entrega una vez más a esa cadencia que le es tan propia: el deslizamiento silencioso de las identidades, la posibilidad de habitar otra vida por un instante, y la idea de que algo, quizá el amor o el duelo, puede surgir cuando dejamos de perseguirlo. Hay una historia, claro. Un accidente al comienzo, una muerte, un gesto de hospitalidad. Pero Petzold no se interesa tanto por el drama que podría extraerse de esos elementos, sino por las tensiones mínimas que surgen entre dos mujeres que, sin proponérselo, empiezan a compartir algo parecido a una intimidad. No hay explicaciones, ni giros sorprendentes. Solo una sensación persistente de que las cosas no están del todo claras, como si todo transcurriera bajo el agua o detrás de un vidrio ligeramente empañado.

La película se sostiene en lo intangible: una atmósfera de irrealidad apenas interrumpida por los rituales cotidianos, una caminata al atardecer, una comida compartida, una prenda ajena que de pronto parece propia. Es fácil pensar en el cine de Éric Rohmer, por esa manera de mostrar vínculos que se construyen más con silencios que con palabras, y por esa ligereza que, sin embargo, nunca es superficial. En Miroirs No. 3, la transformación no es rotunda ni evidente. Es más bien una deriva. Una mujer se instala en la casa de otra, duerme en la cama de su hija ausente, come las manzanas que encuentra en la cocina, y poco a poco parece deslizarse dentro de otra existencia, probándosela como quien se prueba un abrigo ajeno en invierno. ¿Es una impostora? ¿Una invitada? ¿Una aparición?

Lo interesante es que la película nunca se apresura en definir ese vínculo. Tampoco hace de la ambigüedad un enigma forzado. Más bien, lo impreciso es su modo de mirar el mundo. Las relaciones entre los personajes no se explican: se intuyen. Y esa intuición resulta suficiente para sostener la atención durante todo su breve metraje. Petzold elige no subrayar nada. Cada escena parece desarrollarse con la ligereza de una pieza musical tocada con dedos atentos, sin estridencias. El título remite a Ravel y al reflejo: no solo al de los espejos, sino a ese otro que a veces reconocemos en quien acabamos de conocer. Como en un juego de duplicidades, algunos personajes recuerdan a otros que ya no están, y en esa semejanza se abren espacios para el deseo, el afecto o el consuelo. Hay una ternura muy particular en esa repetición: no se trata de reemplazar a nadie, sino de dejarse atravesar por la memoria de lo perdido. También hay humor, en pequeñas dosis, y un leve desconcierto que nunca llega a ser amenaza. La película se desliza, se escurre, invita a no entender del todo. Su belleza reside en esa renuncia al control, en esa manera de confiar en la potencia de lo sugerido. El resultado es una experiencia íntima y melancólica, como hojear el diario de alguien que no conocemos pero cuya escritura, por alguna razón, nos resulta familiar.

Titulo: Miroirs No.3

Año: 2025

País: Alemania

Director: Christian Petzold