“M de mujeres”
Por Lucila Da Col.
Toda moneda tiene sus dos caras, bien distintas y opuestas. Asimismo, toda pérdida tiene una ganancia y viceversa. Y esa continua dualidad nos atraviesa desde la niñez hasta la sucesión de nuestros estadios vitales transformándonos, poseyéndonos, personalizándonos. En un mundo donde la cultura estructura las relaciones de poder entre las personas, también hallamos “submundos” donde los lazos sobresalen por el amparo incondicional y donde las palabras no son requeridas para nombrar lo que sucede. Ese es el caso de Mamá, mamá, mamá de Sol Berruezo Pichon- Rivière donde se elabora un universo especial, un hogar habitado por mujeres y niñas que parece substraído del mundo para crear un orbe singular, un planeta donde los cuentos y las canciones coexisten con el silencio y la tristeza.
Cloe de once años atraviesa un duelo personal. Luego se suscitará otro duelo, uno corporal, que cada niña vive a similar edad. Aquellos cambios viscerales recorren el film donde el componente lúdico es vector del relato y a la vez medio por el cual elaborar tantas vicisitudes. El ambiente creado por las niñas, un constante fluir de agua y la musicalidad que emana del film se comportan como rasgos estéticos de quien aborda la niñez no desde la nostalgia sino recuperando aquellas vivencias que dejan sus huellas perpetuas y que está bueno revisitar cada tanto.
Los objetos y espacios toman preponderancia en un relato circunscrito en una casa. Un punto de vista fuertemente anclado en la mirada de las pequeñas que transitan días y noches los ambientes de un hogar que de a ratos se vuelve sofocante y al mismo tiempo las acobija bajo un mismo techo donde la compañía da paso a la contención y las lágrimas nunca salen, quedan sostenidas por el consuelo.
La psicoanalista Françoise Dolto acudía a la metáfora de la langosta para dar cuenta de la vulnerabilidad adolescente (La causa de los adolescentes – 1993): “Para comprender adecuadamente esta debilidad, tomemos la imagen de los bogavantes y langostas que pierden su caparazón: se ocultan bajo las rocas en ese momento, mientras segregan uno nuevo para adquirir defensas. Pero, si mientras son vulnerables reciben golpes, quedan heridos para siempre; su caparazón recubrirá las heridas y las cicatrices, pero no las borrará. Las personas secundarias juegan un papel muy importante en la educación de los jóvenes durante este período”. Esta metáfora permite analizar el porqué de la fuerza vinculante en la familia de mujeres de Mamá, mamá, mamá en una etapa crucial de las niñas donde los cambios son abruptos y correlativos, sin mucho tiempo o espacio para elaboración de los mismos.
Y hablando de metáforas, esa figura retórica que tan bien elabora el film, hallamos la presencia de una coneja que aparece repentinamente en el hogar. Allí es objeto inmediato de mimos y cuidados para luego escapar y retornar con más conejos. Un animal que expone el ciclo vital de continuidad y procreación, de comunidad y núcleo que a su vez demanda atención y las hace salir de esa casa para encontrarlas nuevamente a reunidas fuera de ella. Porque la vida es un flujo constante que no cesa ante las pérdidas sino que se nutre de ellas y que en cualquier instancia las encontrará unidas, más fuertes y empoderadas.
Hermanas, tías, hijas, primas, abuela, amigas, conejas. Todas féminas guarecidas en una casa donde conviven en una halo de tragedia y contención, compañía y distancia. Cada una como parte de un cosmos indisoluble que las hermana, como un seno materno de sororidad y cariño férreo. Esa es la impronta central de Mamá, mamá, mamá, donde la mirada de género es una realidad que se habita, un legado eterno que trasciende generaciones.
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Titulo: Mamá, mamá, mamá
Año: 2020
País: Argentina
Director: Sol Berruezo Pichon-Riviére