Luciano (2024) de Manuel Besedovsky

“Mirada atenta y abierta a lo que pase”

Por Sebastián Francisco Maydana

El 9 de mayo de 2012 se sancionó en Argentina la Ley de Identidad de Género, una legislación pionera que ofrece protección, inclusión y acceso a información y salud a una parte de la población cuya autopercepción de género no corresponde a la asignada al nacer. En aquel momento, Luciano tenía poco más de quince años y se llamaba Cintia. Eso fue mucho antes de la terapia hormonal, de la operación de remoción de mamas y de las consultas al médico por la faloplastía que está contemplando hacerse. Aún conserva en su habitación una gigantografía de Cintia en su fiesta de quince, firmada por todos sus compañeros con buenos deseos para el futuro y prolijamente tapada con una manta. Está, pero no está. Sigue siendo parte de él, aunque su madre ya haya hecho el duelo por la hija que perdió. La identidad nunca es unívoca, se compone de una infinidad de rasgos, pensamientos, deseos y esperanzas. Son muchos los deseos que se condensan en el nombre de Luciano: él quiere escribir música, diseñar, tener un trabajo estable, ayudar a su familia, y (quizás) gestar un hijo.

La película registra la vida cotidiana de Luciano en el barrio precario de Rosario donde vive, pero no es lo único que pasa. Hay un acostumbramiento, de la cámara a los personajes y de los personajes a la presencia de la cámara y el equipo técnico. El registro es dubitativo al principio, la cámara no se decide a seguir a uno u otro personaje, el foco varía sin un sentido, y las puestas parecen estar pensadas para no molestar antes que para lograr el mejor registro. De la misma manera, las primeras interacciones y monólogos de Luciano son rígidos, tímidos, perentorios, ensayados. Con el tiempo la convivencia entre el equipo y los personajes se hace más familiar, y ahí empiezan a aparecer cosas. Luciano se suelta, se permite emocionarse, comparte las dudas y angustias que lo asaltan antes que discursos que tenía masticados de hace tiempo. Y el documentalista, a esta altura, ya está preparado para retratarlo en toda su complejidad y emoción.

En un documental observacional, sobre todo en una ópera prima, el documentalista tiene el deseo de registrar todo, o por lo menos, todo lo que pueda. Pero eso es una utopía, y más aún cuando se trabaja con lo real, que por definición es impredecible. Entonces hay que tomar decisiones. Un plano muy abierto puede mostrar más cosas y también evita que se le escape nada de lo que sucede en el campo. Pero al mismo tiempo resigna la intimidad, impide la inmersión y el involucramiento con los personajes. A medida que avanza la película, hay planos cada vez más cerrados, nos acercamos a conocer mejor a Luciano, nos emocionamos con él. El recurso a escenas largas casi sin cortes ni inserts también funciona muy bien en el sentido de la inmersión. Lo que se ve en esta película, además de una búsqueda de autenticidad, es un crecimiento muy grande. Esto sólo puede darse en un ámbito en el que se privilegia la escucha, la mirada atenta y abierta a lo que pase. El director no impone una mirada desde afuera, no fuerza un guion premeditado y premoldeado a una realidad compleja sino que construye el relato a partir de lo que va sucediendo, a medida que genera complicidad con los retratados. Así crecen los dos a la par, la película y Luciano.

Titulo: Luciano

Año: 2024

País: Argentina

Director: Manuel Besedovsky

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