Los tiburones (2019), de Lucía Garibaldi

“Primeros veranos”

Por Belén Paladino.

Rosina corre por la playa seguida por su padre que la llama para que regrese. En esa primera entrada al mar, en ese contacto inicial con el agua Rosina siente algo extraño, al salir se vislumbra una aleta de lo que podría ser un tiburón, ella sola parece notarlo. Esa sensación de extrañamiento no será la única que sentirá Rosina a lo largo de Los tiburones, opera prima de Lucia Garibaldi, el propio cuerpo también se vuelve algo extraño y que es necesario descubrir.

Hay cierto misterio alrededor de los distintos sucesos que tienen lugar en la película, ¿efectivamente es la presencia de los tiburones la que hace desaparecer los peces; la que destruyó el cuerpo de un lobo marino que quedó tendido en la arena; está relacionada con la falta de agua en las casas? Esta anomalía rompe el equilibro de esta pequeña zona costera fuera de temporada. En este espacio amplio de grandes playas, caminos y bosques, de edificios que han quedado vacíos luego de las vacaciones es por donde circula Rosina, casi siempre en soledad. Allí no parece fácil ser joven. La música de sintetizadores que escucha la protagonista parece ser la única manera de marcar en el territorio la presencia juvenil en la zona.

Rosina atraviesa la adolescencia prácticamente sin ningún aliado, las diferencias con su hermana terminaron en un pequeño accidente del cual se conocen pocos detalles pero que genera una tensión constante entre ambas, su madre está ocupada en la venta de cosméticos y ensayos de técnicas de depilación, su hermano pequeño está en una etapa muy diferente, su abuela prácticamente no emite ningún sonido y su padre se dedica tiempo completo a su emprendimiento de jardinería. Sin embargo, es gracias a la obligación de ayudar al padre en su trabajo que Rosina se acerca a Joselo. Ese acercamiento comienza a través de la mirada.

Rosina observa a un borroso Joselo detrás de un plástico con la bordadora de césped, en esta mirada inicial algo distorsionada también se vislumbra cierto temor que acompaña la curiosidad. Pero hay otra oportunidad de estar más cerca y ocurre en la playa, allí Rosina observa la espalda de Joselo, si bien todas las miradas tienen algo de fortuito esta es más significativa, está subrayada a través del uso del macro que permite ver los poros de la piel y nos ubica en el punto de vista de Rosina. Si bien la protagonista es silenciosa y los pensamientos no se articulan en palabras todo queda dicho a través de la mirada reforzada por la elección del encuadre y la simpleza pero contundencia de la acción. El despertar sexual se manifiesta a través de la mirada, de lo que se mira por primera vez y desconcierta al mismo tiempo que genera curiosidad.

Garibaldi no utiliza un tono solemne ni idealizado para referirse a las primeras experiencias y encuentros, más bien logra representar algo de su crudeza. Rosina vive una experiencia frustrada y que se vuelve algo humillante. Ese desconcierto en torno a la situación, algo del enojo y frustración genera una transformación en el personaje. Esa aproximación al sexo y al mundo adulto se ve reflejado en la última escena de la película, en una sonrisa apenas esbozada y algo sarcástica.

Los tiburones no son lo único que genera desconcierto y curiosidad también lo hace el propio cuerpo y el cuerpo masculino, el deseo propio y el deseo ajeno, las expectativas y lo que finalmente es la experiencia. En Los tiburones la rutina y el tedio no son solamente interrumpidos por la supuesta asechanza de animales peligrosos también por la sexualidad y el deseo. Por la expectativa de que algo finalmente nos ocurra y nos haga sentir más vivos.

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Titulo: Los tiburones

Año: 2019

País: Uruguay

Director: Lucía Garibaldi

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