“¿Oís al pueblo que canta los cantos de hombres furiosos?”
Por Rocío Molina Biasone.
“¿Es necesario?” se ha convertido en una de las preguntas retóricas más comunes en boca de la gente tras una revuelta popular, una protesta, una manifestación, en la cual quienes manifiestan su descontento no lo hacen con palabras educadas y marchando todxs en filita, sino que su ira se convierte en acción o se materializa de alguna manera: graffitis, baldes prendidos fuego, pirotecnia, y todo tipo de vandalismo o vociferaciones que cualquier hijx de vecinx consideraría obscenas. Se trata de una pregunta engañosa, porque la discusión respecto a qué es necesario o inevitable en el comportamiento humano, y qué no, es una discusión eterna e insaldable. Y en todo caso podríamos responder con otra pregunta: “y todo lo que tuvieron que padecer aquellxs manifestantes hasta llegar a ese punto, ¿era necesario?”.
La mirada de Victor Hugo por sobre los conflictos sociales y personajes de sus novelas era extremadamente benévola y comprensiva, algo que hoy nos sobresaltaría, porque en el día a día no escuchamos más que quejas y condenas a quienes protestan de cualquier otra forma que no sea una huelga de hambre o una “marcha del silencio”. Según nos dice el autor francés en su novela Los miserables, ≪el presidio hace al presidiario≫. Y por más que el largometraje debut de Ladj Ly no sea una adaptación de la novela homónima, esta afirmación se puede extender a su universo.
La banlieue parisina está habitada por los sectores más marginales de esta sociedad, los inmigrantes, muchos de los cuales de hecho ya no son siquiera eso, son de hecho franceses, cuyos xadres y abuelxs han llegado al país desde sus territorios colonizados hace ya muchas décadas. Al igual que otros países europeos, como el Reino Unido, Francia ha dejado de ser un país predominantemente blanco hace ya mucho tiempo, y aún así en el imaginario mundial aún no existe la noción de que una persona de piel marrón o negra pueda ser un inglés o una francesa.
Basta con observar las reacciones de lxs espectadorxs en la sala, cuando comienza Los miserables de Ladj Ly y vemos una secuencia entera en la que unos niños y adolescentes negros agitan la bandera francesa y cantan, alentando a su país y vistiendo camisetas de fútbol con el nombre de Mbappé. Y también con escuchar los comentarios que resuenan cada vez que, durante un mundial, Argentina se detiene y gente que tal vez ve un partido de fútbol al año ahora mira con absoluta concentración partidos de cualquier equipo en competencia: siempre que juega un país europeo, las voces dicen “Ah, claro, mirá, ¡se traen a todos los inmigrantes y así ganan!”. Entre las miles de capas de racismo presentes en estas palabras, hay una cosa que queda en evidencia: en sus mentes no cabe la posibilidad de que aquellos hombres negros sean europeos.
No hace falta aclarar que este “error” no es inocente, sino que es una manera de concebir el mundo que termina reflejándose en cómo se organizan las sociedades. En el film de Ladj Ly lo que vemos precisamente es que inclusive en un barrio habitado predominantemente por gente negra, la autoridad es predominantemente blanca. El personaje del policía blanco no solo se considera mejor que ellxs, sino que se considera “más francés” y por eso, con más derecho a pisar la casa de la gente que allí vive, más que sus propios habitantes.
A diferencia de la novela de Víctor Hugo, aquí los oprimidos no son “buenas víctimas”. La película se vuelve difícil de digerir precisamente porque nos obliga a sincerarnos con nuestros prejuicios y con lo más profundo de nuestro pensamiento burgués, porque esa opresión no se vive en silencio. Los muchachos del barrio no ceden fácil ante la autoridad. No tienen miedo. No les tienen respeto. Gritan, atacan, rompen cosas. Su ira los habita y se manifiesta, pero esto la autoridad no llega a leerlo como descontento, como hartazgo de una generación que vive entre un pasado de colonialismo y la conciencia de que eso no tiene por qué ser así, y que hay gente viviendo mucho mejor que ellos tan solo a unos kilómetros de ahí. Son violentos, porque responden a una violencia.
En ese contexto, no existen los héroes, solo el conflicto. El policía “bueno” que está recién llegado, que tiene buenas intenciones, que no se siente a gusto con la violencia de sus compañeros, tampoco termina por hacer una diferencia. Se queda en el medio. Y hay momentos en los cuales la moderación no puede resolver nada. Estamos acostumbradxs, como público, a tenerle pena a ese personaje que intenta hacer lo correcto y no lo logra. Pero Ladj Ly sabotea este prototipo del good sheriff: su bondad no es suficiente para hacer lo correcto; hace de mediador en vez de justiciero, y esto solo hace que el sistema se mantenga en equilibrio.
El joven Issa nos sorprende por completo, y nos hace darnos cuenta de que el cine y los medios nos han acostumbrado a un modelo único de víctima, a normalizar una única posibilidad de reacción luego de sufrir abusos de poder: el silencio, el llanto, el miedo. La fuerza de la ira y la indignación al que pueden llegar los sectores oprimidos ha sido permanentemente subestimada o colocada en el lugar de un obvio exceso o energía maligna. ¿Cómo se hace en el cine para mostrar que “la violencia no conduce a nada”? Se concluye la película con las consecuencias que podría llegar a tener una revolución violenta. Lo curioso es que, para ser sincerxs, no es algo que sepamos.
Las consecuencias de una revolución son, para cada quien, un reflejo de lo que piensan de esa revolución en primer lugar. Por eso es particularmente destacable que Ladj Ly haya decidido que la violencia de los oprimidos no sea una respuesta ni un fin. Una revolución social es, entonces, nada más que una pregunta
Título: Les Misérables
Año: 2019
País: Francia
Director: Ladj Ly