“Entre lo dulce y lo insípido“
Por Kristine Balduzzi
Hay algo seductor en el intento de Amélie Bonnin por construir una comedia dramática que eche mano del musical como vehículo emocional. En Leave One Day, su primer largometraje, la directora traslada la premisa de su corto galardonado con el César a un formato más ambicioso, manteniendo la mezcla de nostalgia, reencuentros familiares y conflictos personales. Pero lo que en una obra breve podía sentirse entrañable y efectivo, aquí termina diluyéndose en una fórmula que intenta ser luminosa, pero rara vez conmueve de verdad.
La historia gira en torno a Cécile, una cocinera de renombre que está a punto de abrir su primer restaurante y que, tras recibir una llamada inesperada, se ve obligada a regresar al pueblo donde creció. El regreso pone en movimiento una serie de encuentros y desencuentros con su pasado: su padre enfermo, una madre resignada, un amor no resuelto de la adolescencia y un embarazo no deseado. A todo esto se suma una tensión de clase latente que atraviesa la película, manifestada tanto en los diálogos como en el contraste entre la alta cocina y el menú del viejo parador familiar. El problema de Leave One Day no radica tanto en lo que cuenta, sino en cómo lo hace. A pesar de tener todos los ingredientes de un drama íntimo con potencial, la película apuesta por una estructura demasiado convencional y una ejecución que se apoya excesivamente en lugares comunes. Cada revelación, cada giro emocional, parece anticipado, como si la película evitara arriesgarse a incomodar o a complicar las emociones de sus personajes más allá de lo esperable.
El uso de los números musicales, que podrían haber sido una herramienta potente para profundizar en la subjetividad de los personajes, se siente, en su mayoría, forzado. Las canciones aparecen en momentos arbitrarios, interrumpiendo escenas sin justificación narrativa clara. Más que sumar capas de sentido, muchas de estas intervenciones terminan funcionando como elementos decorativos, apoyándose en el efecto nostálgico de hits del pop francés o internacional. La elección de los temas no siempre encaja con el tono de la escena, y el hecho de que varios de los intérpretes no estén particularmente cómodos cantando, acentúa la sensación de artificialidad. Solo hacia el final, con una reinterpretación melancólica de “Partir un jour”, el musical encuentra un momento de autenticidad que logra sostenerse. La película intenta establecer un paralelismo entre el viaje emocional de Cécile y el proceso de reconciliación con sus raíces, pero lo hace desde una mirada demasiado amable. El conflicto con su padre, quien representa una forma de vida que ella parece haber dejado atrás con vergüenza, está planteado, pero nunca explorado a fondo. Algunas escenas sugieren heridas más profundas, pero la narrativa prefiere suavizar todo en una redención demasiado rápida, en lugar de permitir la ambigüedad o la incomodidad. Esta falta de profundidad también se refleja en el tratamiento del embarazo y de la relación entre Cécile y su pareja, temas que podrían haber dado lugar a decisiones narrativas más complejas y menos complacientes.
Hay momentos puntuales que funcionan. Una secuencia en una pista de patinaje sobre ruedas, donde los personajes reviven una escena de su adolescencia, destaca por su energía y por un diseño visual juguetón que rompe con la monotonía del resto. También se agradece el retrato que la película hace de ciertos espacios rurales, con sus bares pasados de moda, sus recuerdos congelados en el tiempo y sus habitantes atrapados entre la resignación y el afecto. Bonnin demuestra tener sensibilidad para capturar estos detalles, aunque no siempre consiga articularlos en un todo coherente. Leave One Day es una película bienintencionada, pero demasiado contenida. Quiere decir muchas cosas sobre el retorno, el linaje familiar, el derecho a elegir, la clase social, pero rara vez se permite profundizar en ellas.