La vida dormida (2020), de Natalia Labaké
“El despertar”
Por Belén Paladino.
Haydée registra actos políticos, viajes de negocios, la frivolidad y el lujo- para pocos- de la década del noventa, escenarios de la campaña política de su esposo Juan Labaké como candidato a presidente del partido justicialista junto a Carlos Menem. Pero en el registro también hay espacio para las celebraciones familiares: cumpleaños, casamientos, donde la política también se hará presente. Años más tarde, su nieta Natalia Labaké volverá a esas imágenes del archivo familiar- registro de la consolidación del peronismo de derecha en la década de los noventa-. Al igual que su abuela registrará escenas familiares, pero no se trata de la repetición de un mismo gesto, de una continuidad, más bien de todo lo contrario. Mientras Haydée registraba con admiración el mundo masculino de la política de aquel entonces, al que únicamente puede acceder como espectadora, Natalia en La vida dormida pondrá el foco en quienes quedaron en los bordes de los encuadres de su abuela: las mujeres de su familia.
Hay un pasaje estético y ético entre la cámara frontal, el color brillante y la dureza del VHS y una cámara interesada en el detalle, en el silencio, en la construcción de un espacio más íntimo y cercano. La cámara de Natalia Labaké es paciente, respetuosa. Es una cámara que no busca interpelar a quien está delante, sino que espera ser interpelada. Una cámara a la espera de que algo se manifieste delante de ella, una forma de acercarse al silencio. A partir del silencio, de la fragilidad de quienes quedan privados del uso de su voz, la directora construye un relato que se vuelve poderoso. No hay una única forma posible de romper el entramado del silencio al que fueron relegadas históricamente las mujeres. Labaké en lugar de poblar el silencio con palabras y recurrir a la voz en off procura correrse de la lógica del lenguaje como patrimonio masculino, del uso de la palabra vinculada al poder y a la proclama de “verdades universales”; recurrirá a la observación y a la sensibilidad de quienes habitan los márgenes- de la historia y de su familia-. Allí radica el gesto político de la directora en la intención de despatriarcalizar la mirada y la palabra, de establecer nuevos lazos, de posibilitar un espacio seguro de escucha donde lo que hasta hace un momento estaba silenciado pueda ser puesto en palabras. La vida dormida también es un ejercicio de escucha.
Las imágenes se resignifican con el tiempo- es lo que ocurre con cualquier archivo- se las ve desde otro paradigma, otra coyuntura. Son testimonio de una forma de ser y estar en el mundo atravesadas por asimetrías y relaciones de poder, dan cuenta de los procesos sociales que posibilitan nuevas formas de vinculares con otres. Toda imagen lleva consigo algo latente que se descifrará con el tiempo, toda imagen esconde un secreto. El montaje se vuelve herramienta fundamental para reinterpretarlas, para intentar descubrir algún destello de lo que esconden, para generar nuevos sentidos y establecer nuevas relaciones posibles. Es allí donde está alojada la voz de Labaké, en la forma en la que vincula imágenes, en el tejido en el que entrelaza pasado y presente, en su inconformismo, rebeldía y esperanza. Es a partir de aquellos fragmentos, de las historias de las mujeres de su familia, que se constituye el relato y su propia autora.
La vida dormida se vuelve despertar, un abrir de ojos, un extrañamiento frente a lo cotidiano. Este descubrimiento se hace posible y se vuelve potente porque es colectivo. Lo que está dormido está vivo, puede despertar en cualquier momento para romper el hechizo, para cambiarlo todo.
Titulo: La vida dormida
Año: 2020
País: Argentina
Director: Natalia Labaké