“La última película del hombre orquesta. Sobre Historia de una casa, de Ignacio Masllorens”

El cine argentino tiene sobrados ejemplos de realizadores todo terreno que, más que cineastas, parecen hombres y mujeres orquesta. Son artistas integrales que pueden hacer casi todo solos y, curiosamente, suelen hacerlo casi todo bien: desde pensar un proyecto, desarrollarlo, escribirlo, producirlo, dirigirlo, ocuparse del encuadre, la fotografía y la cámara, e incluso seguir creando y reescribiendo a la hora del montaje y la proyección. Es una actitud admirable más allá del talento que puedan desplegar en sus obras, especialmente por el esfuerzo que implica cada una de las instancias de realización, por el dominio mental, físico y técnico que demanda cualquier proyecto en cada una de esas etapas, pero sobre todo por el aprendizaje continuo que este tipo de trabajo full time ofrece a aquel que lo lleva adelante, ya que supone una implicación y una entrega completas, y una planificación estrechamente ligada a los vaivenes propios de sus vidas íntimas y cotidianas. Más que una vocación artística o un deseo profesional, para ellos hacer cine sería ni más ni menos que una forma de vida.

Uno de esos cineastas es, indudablemente, el incansable Ignacio Masllorens. Ya desde sus días de estudiante a fines de los 90 en la Facultad de Imagen y Sonido de la UBA (donde formó parte del grupo Cine Ambulante y realizó dos documentales sobre sus viajes proyectando películas en regiones recónditas del país) inició un proceso de creación ininterrumpido en el que se dedicó a escribir, producir, fotografiar, dirigir y montar numerosos videoclips, cortos, medios y largometrajes. Su elegancia formal, la fineza de sus composiciones y encuadres, la minuciosidad de sus montajes, su interés por la historia del cine y los mecanismos internos del relato cinematográfico, por la fotografía, la música, la escultura y la arquitectura, forman parte esencial de un corpus autoral tan sorprendente y vital como escasamente conocido. La obra de Masllorens podría considerarse incluso como una de las tantas paradojas del cine argentino: se vale inteligentemente de recursos económicos mínimos, frugales, de manera independiente y casi en completa soledad, y sus resultados son tan buenos o aún mejores que los de películas de muchos directores que poseen acceso directo a vías de financiamiento estatal o privado. Sus películas incluyen, en ese sentido, una reflexión sobre los medios a su alcance y sobre cuál sería el sistema de producción y puesta en escena más adecuado en función de sus límites y posibilidades.

Historia de una casa, su última película, contó sin embargo con recursos del Fondo Nacional de las Artes. Se trata de un documental de creación estrenado en la sección Cortos Trayectoria del 21ro. Bafici (donde se vieron también films recientes de Mauro Andrizzi, Juan Pablo Zaramella, Mariano Nante y quien escribe estas líneas, entre otros) que narra la historia de la primera obra de arquitectura racionalista de la ciudad de Buenos Aires, diseñada y construida en 1928 –un poco a regañadientes, debido a la insistencia de Victoria Ocampo, su dueña- por el arquitecto neoclásico Alejandro Bustillo.

Narrado en primera persona por la actriz Claudia Sánchez, su última propietaria antes de que la casa fuera donada al FNA, el corto nos sumerge en las vicisitudes previas y posteriores a su construcción en una zona exclusiva del Barrio Parque, nos recuerda los entredichos estéticos entre Ocampo y Bustillo en el momento de su proyección, repasa los rasgos propios del racionalismo divulgados por el arquitecto suizo Le Corbusier (cuyos bosquejos fueron el embrión de los planos finales de la casa) y relata –con el humor sutil que caracteriza a varias de sus películas- ricas anécdotas y situaciones desopilantes que tienen a la por entonces esposa de un ex presidente riojano, a un conocido mafioso y a un empresario y político inescrupuloso y corrupto (que alquiló la casa y realizó modificaciones edilicias a escondidas) como tristes protagonistas.

Masllorens hace fácil lo difícil y mantiene la atención de los espectadores con muy pocos elementos, emulando la funcionalidad propia de la arquitectura racionalista y apelando únicamente al encuadre de espacios vacíos, a un texto en off tan dinámico como atractivo y al uso de un acervo fotográfico que ayuda a entender la personalidad incansable de Ocampo, una mujer adelantada a su época, su pasión por el arte y las vanguardias y la creación de la revista literaria Sur, cuya foto fundacional –en la que se la ve junto a Jorge Luis Borges, Eduardo Mallea y Oliverio Girondo, entre otros escritores- fue tomada justamente en las escaleras de la casa.

La manipulación creativa de las imágenes de archivo –trabajando en este caso el montaje interno, gracias a una delicada combinación de reencuadres y superposición de fotografías en toma- recuerda a su cortometraje de ficción Japonesita (2014), quizás la mejor de sus películas, en donde construye un inquietante relato de espionaje y suspenso al estilo de La Jetée (1962), de Chris Marker, pero apelando a fragmentos de escenas documentales del viejo noticiero Sucesos Argentinos en lugar de fotos fijas. En esa misma línea de construcción narrativa a través del montaje se inscriben sus videos de apropiación y found footage El artista popular (2013), sobre una canción homónima de Pablo Dacal (a quien dirigió también en 2008 en el telefilm Pablo Dacal y el misterio del lago Rosario) y The girl from downtown (2014), sobre el famoso y pegadizo hit Downtown, de la cantante y actriz británica Petula Clark.

Si bien parece estar más volcado al género documental (como lo demuestran por ejemplo sus filmes sobre el inefable escultor Martín Blaszko, miembro del Grupo Madí en Buenos Aires, su mediometraje de observación y arquitectura Habitat o su largometraje El teorema de Santiago, sobre el trabajo del cineasta Hugo Santiago y el rodaje de su última película, El cielo del centauro), Masllorens se dedicó también desde el inicio de su trayectoria a trabajar en el terreno de la ficción. O, mejor dicho, en el espacio cada vez más difuso y reducido que separa a la ficción del documental. En su cortometraje 1999, que filmó en 2003 en Super 8 milímetros blanco y negro, Masllorens se vuelca al relato naturalista de un romance, en el marco de los festejos de un año nuevo que cambia la vida de sus protagonistas. Otras de sus ficciones adoptaron la forma de videoclips, como la historia de una tenista y su doppelganger en Fondo (2004), de Mi Tortuga Montreux, o Paseo (2007), de Rosal, un pequeño relato fantástico protagonizado por Celeste Cid que recuerda a la relación entre humanos y ángeles guardianes desarrollada por Wim Wenders en Las alas del deseo.

El trabajo de Masllorens es un ejercicio permanente de reflexión sobre las imágenes, la historia del arte y las complejidades de la puesta en escena, sobre nuevas formas y modelos de producción diseñados a medida de recursos escasos, sobre encuadres, desencuadres y composiciones formales, y sobre el tiempo y el ritmo del montaje. Casi siempre ocupándose de todo él mismo, casi siempre en soledad o con muy pocos colaboradores. Su especialidad es hacer mucho con casi nada, valerse creativamente de lo poco que tenga al alcance, como en su cortometraje Trainspotter (2017), en el que un único plano secuencia desde la ventanilla de un tren le sirve para rememorar –en clave de homenaje- el viaje creativo del compositor checo Antonín Dvořák, que imaginó su séptima Humoresque en 1894, durante el mismo trayecto entre Dresden y Praga⚫