La laguna del soldado (2024) de Pablo Álvarez-Mesa

“Paisajes, memorias y sombras coloniales”

Por Fernando Bertucci

Pablo Álvarez Mesa nos ofrece una reflexión profunda sobre la construcción de narrativas históricas y sus repercusiones ambientales, centrada en la figura de Simón Bolívar y su huella en el paisaje colombiano. A través de este largometraje, el director revisita los territorios por los que pasó Bolívar durante la campaña de liberación hace doscientos años, y lo hace con una mirada crítica hacia el presente, donde el legado de la colonización, el extractivismo y la violencia endémica continúan afectando estas tierras. La película se erige como una exploración audiovisual de la memoria histórica y ecológica, entretejiendo el pasado heroico con las consecuencias actuales. El páramo, un ecosistema vital y frágil, sirve como telón de fondo para esta travesía. La película nos sumerge en la niebla densa y misteriosa de esta región, un espacio liminal donde el pasado y el presente coexisten de manera inquietante. La laguna, lugar simbólico en la campaña libertadora, es ahora testigo de los efectos de la devastación ambiental y los conflictos que han asolado el territorio. A través de las voces en off de habitantes locales, muchos de ellos descendientes de los pueblos originarios, Álvarez Mesa nos enfrenta a las injusticias y las historias silenciadas por la violencia que persiste en estas zonas de desgobierno.

Uno de los aspectos más destacados de la película es su enfoque especulativo y místico. Álvarez Mesa utiliza la figura de Bolívar como un espectro que habita el paisaje, reencarnado en la lectura del poema “Mi delirio sobre el Chimborazo”. Este texto, escrito por el Libertador, adquiere una nueva resonancia en el contexto de la película, donde la contemplación del entorno natural se convierte en un acto de resistencia. Las palabras de Bolívar, leídas en voz alta por el cineasta Camilo Restrepo, evocan un romanticismo del siglo XIX que, en el presente, parece estar en peligro de extinción.

La película plantea preguntas cruciales sobre la capacidad de un país para interiorizar el trauma de su historia y cómo este se reproduce de generación en generación. La violencia en Colombia no es solo física, sino también simbólica, y se manifiesta en la manera en que el paisaje ha sido explotado y devastado. El páramo, que alguna vez fue un lugar sagrado y de vida, se ha convertido en un recurso más dentro de una lógica extractivista que no respeta ni la naturaleza ni las comunidades que dependen de ella. No estamos sólo ante un viaje a través de la geografía colombiana, sino también a través de su historia y sus mitos. El páramo de Pisba, donde las tropas libertadoras cruzaron bajo condiciones extremas, es ahora un espacio de memoria en el que se superponen las historias de Bolívar, los soldados caídos y las comunidades indígenas que han sido marginadas y despojadas de sus tierras. El agua de la laguna, que alguna vez fue símbolo de vida, ahora se percibe como un recordatorio de la sangre derramada y de las promesas incumplidas. La estética de la película, con planos fijos de paisajes neblinosos, cascadas y frailejones dorados, crea una atmósfera etérea que contrasta con la dureza de las historias que se cuentan. Las imágenes de la naturaleza, bellamente filmadas en 16mm, capturan la majestuosidad del páramo, pero también su fragilidad. El uso del sonido es igualmente poderoso, con una banda sonora que mezcla música experimental con los sonidos propios del paisaje, creando una experiencia inmersiva que envuelve al espectador. Hay una crítica sutil pero contundente al extractivismo que ha devastado la región. En su retrato del páramo, Álvarez Mesa nos recuerda que para los colonizadores el oro era el tesoro, mientras que para las comunidades indígenas y los habitantes actuales, el verdadero tesoro es el agua. Los frailejones, plantas endémicas del páramo que mantienen el equilibrio del ecosistema, se convierten en un símbolo de resistencia frente a la depredación humana. El director utiliza estas imágenes de la naturaleza para interpelar a los espectadores sobre las contradicciones inherentes a las intervenciones humanas en estos territorios.

En cuanto a la estructura narrativa, la película sigue una línea no convencional, oscilando entre el documental, la ficción y el cine experimental. Esta forma híbrida le permite a Álvarez Mesa explorar las múltiples capas de la historia y la memoria, y al mismo tiempo cuestionar las narrativas oficiales que glorifican el pasado sin reconocer las cicatrices que este ha dejado en el presente. Hacia el final del film, la transición entre el día y la noche simboliza el paso de un sueño romántico a una realidad oscura y desconcertante. La invocación al Chimborazo, que en los primeros minutos del film parece una conexión espiritual con lo divino, se desvanece lentamente, dando paso a una contemplación más sobria del presente. El clímax de la película, marcado por la oscuridad y el uso del negativo colorizado, refleja el desencanto de un país que aún lucha por reconciliarse con su pasado.

La laguna del soldado es una obra que invita a la reflexión sobre la relación entre el ser humano y su entorno, sobre cómo las narrativas históricas moldean nuestra percepción del presente, y sobre las repercusiones ambientales de nuestros actos. A través de su tratamiento visual y sonoro, Álvarez Mesa logra crear una película de gran belleza y profundidad, que nos confronta con las cicatrices de la historia y nos recuerda que, al igual que las lagunas del páramo, nuestras memorias están siempre en peligro de ser enterradas bajo la niebla del olvido.

Titulo: La Laguna del soldado

Año: 2024

País: Colombia

Director: Pablo Álvarez-Mesa