“Espacios no temporales”
Por Ivan Garcia
Una historia comienza en el sur rural de España, y cuando uno comienza a adaptar la mirada a sus ritmos y espacios, nos mueve rápidamente a una Cataluña urbana y moderna. El cambio es espacial y temporal, pero la mirada persiste. La estética se mantiene en este nuevo entorno, y pronto la nueva protagonista se encontrará con la niña de lo que podemos leer posteriormente como un prólogo.
Antonia es una niña embarazada que da a luz y, asfixiada por los dolores, la opresión y las responsabilidades de su entorno, decide desaparecer. Cincuenta años después encontramos ya en otro lugar, otra mujer que también se encuentra fuera de centro, en un trabajo en el que no se encuentra feliz o sintiendo que realmente haga algo significativo. Carmen es directora de casting para una productora que trabaja en el spot de campaña de un partido político. Su carácter taciturno y desconfiado la aíslan de su entorno, de sus compañeros y la llevan a buscar a alguien que protagonice el spot de forma poco ortodoxa.
Así es como encuentra a Antonia, que se dedica a vender perfumes propios en la vía pública. Carmen encuentra algo en ella, poderoso y auténtico, que la lleva a poco a poco generar un vínculo, una relación que tras unos roces iniciales deriva de a poco en la amistad, y una identificación entre ambas que se construye con charlas y discusiones, pero también con largos silencios y miradas distantes.
La ópera prima de Laura Ferrés parece oponer en principio a estas dos mujeres, para luego abrir de a poco el panorama y dejarlas ver como iguales, o al menos como amigas y compañeras. Lo “permanente” de la imagen se permea en el lenguaje visual, largos planos fijos, mucho énfasis en la composición y en hacer foco en estas dos mujeres, deteniéndonos en dos momentos concretos de su vida, muy distantes pero en los que el pasado sigue haciendo eco en el futuro.
El paso del tiempo es quizás el hilo temático conductor, pero también la reflexión sobre aquello que podemos superar y aquellos dolores que siguen siempre con nosotros, de manera más o menos explícita. Al comienzo de la película, cuando Antonia es aún una niña embarazada en el campo, el cura y jerarca local le dice algo así como “de la salud se encarga Dios”, y más adelante ella repite estas palabras en una conversación textual con Carmen, 50 años después. Claro que esta idea de la influencia de nuestro pasado (ya sea en trauma o recuerdo) se ve más claramente en la canción que Carmen canta en distintas oportunidades, cuya letra habla, con cierto dolor, de esto mismo.
Hay también una búsqueda marcada en representar de una manera realista, que puede vincularse a la narración (los planos son mayormente estáticos y contemplativos, no hay tanta artificiosidad en ellos ni mucho menos en la representación del mundo) pero sobre todo se ve en las actuaciones: el trabajo con “no actrices” y sobre todo el notable rol de Rosario Ortega, que pone la piel en un papel que le pide mucho a nivel emocional y a la vez en lo que se esconde.
La directora del corto Los desheredados muestra en su primer largo una gran capacidad para reproducir en lo formal sus ejes temáticos y, sobre todo, para poner el ojo en sus protagonistas de una menera lacerante pero fundamentalmente empática. Si bien la predominancia de estos planos fijos y de larga duración enfocados en la composición pueden hacer a una narración lenta y son una característica común de un cineasta primerizo, Ferrés lo maneja de forma tal que cobra un sentido en la historia que busca contar, y en el cómo lograrlo.
Titulo: La imatge permanent
Año: 2023
País: España
Director: Laura Ferrés