“Entre la dependencia y la autonomía”
Por Valentina Soto
En los últimos años, Rebecca Lenkiewicz se ha consolidado como una guionista con una marcada inclinación por explorar la insatisfacción femenina y la rebelión contra estructuras opresivas. Su incursión en la dirección con Hot Milk, adaptación de la novela de Deborah Levy, confirma esta tendencia al adentrarse en los intrincados vínculos de tres mujeres atrapadas en un paisaje tan hermoso como desolador. Más que una simple historia de emancipación, la película se sumerge en el peso de la herencia emocional y la dificultad de romper con patrones afectivos arraigados.
Sofia y su madre Rose llegan a un pequeño pueblo costero en España con la esperanza de encontrar una cura para el dolor crónico de Rose. La clínica del enigmático Dr. Gómez promete alivio, aunque sus métodos alternativos pronto revelan una naturaleza ambigua. Mientras su madre se somete a costosos tratamientos, Sofia deambula por playas rocosas y cafés decadentes, con la sensación de que su vida ha quedado suspendida en una larga espera. La aparición de Ingrid, una costurera de espíritu libre, introduce en su mundo una posibilidad de cambio, aunque su relación con ella se vuelve tan etérea como las olas que golpean la costa.
El paisaje en el que se desarrolla la historia es crucial para la atmósfera del filme: el sol abrasador, el mar infestado de medusas y las estructuras a medio construir evocan una sensación de inmovilidad y frustración. La geografía de Hot Milk no es simplemente un fondo, sino un reflejo del estado emocional de los personajes, donde cada rincón parece impregnado de expectativas incumplidas. Sofia camina por estos espacios con una mezcla de resignación y deseo, buscando algo que ni ella misma sabe definir. La tensión entre madre e hija es el eje de la narrativa. Rose, con su mordaz ironía y su actitud de mártir, manipula a su hija con una mezcla de culpa y necesidad. Sofia, por su parte, oscila entre la devoción y el resentimiento, atrapada en una dinámica donde la lealtad se confunde con la asfixia. Lenkiewicz muestra con sutileza cómo estas relaciones pueden volverse una prisión invisible, donde la dependencia mutua impide cualquier intento de verdadera independencia.
El encuentro con Ingrid, lejos de ofrecer un escape claro, introduce otra forma de incertidumbre. La atracción entre ambas es intensa pero siempre evasiva, marcada por el deseo y la frustración. Ingrid representa una promesa de libertad, pero su ambigüedad deja a Sofia en una posición aún más inestable. El amor y la necesidad de autoafirmación se entrelazan de forma compleja, sin respuestas fáciles ni resoluciones definitivas.
Uno de los aspectos más intrigantes de la película es su negativa a ofrecer explicaciones concretas. La enfermedad de Rose, el pasado de Ingrid y las verdaderas intenciones del Dr. Gómez quedan envueltos en una bruma de incertidumbre. Este enfoque mantiene viva la sensación de inquietud y refuerza la idea de que la realidad es, en muchos casos, un reflejo de las narrativas que nos contamos a nosotros mismos. Si bien Hot Milk captura la esencia del libro en su exploración de lo psicológico y lo sensorial, su narrativa a veces parece contenerse demasiado, acumulando tensión sin permitir una verdadera catarsis. La historia se desarrolla con una cadencia pausada, como una marea que sube y baja sin llegar nunca a un clímax definitivo. Es una elección que, aunque coherente con el tono del relato, puede dejar una sensación de incompletitud. la película se inscribe en un cine de atmósferas y silencios, donde las emociones laten bajo la superficie sin necesidad de estallidos dramáticos. Lenkiewicz construye un relato donde el deseo de escapar choca contra los lazos que nos definen, y donde la búsqueda de respuestas solo conduce a más preguntas. Hot Milk es una historia de anhelos contenidos y caminos a medio andar, una exploración de lo que significa estar atrapado en un espacio liminal entre la dependencia y la autonomía.

Titulo: Hot Milk
Año: 2025
País: Reino Unido
Director: Rebecca Lenkiewicz