La ansiedad, en este contexto, es casi una forma de resistencia. Es lo único que mantiene a los personajes en movimiento, aunque sea dentro de un círculo vicioso. En Vivir Mal, los cuerpos se agitan, se cruzan, se rozan; pero cada contacto es un malentendido. Hay algo desesperadamente humano en esa insistencia: la búsqueda de sentido en medio del ruido. Las conversaciones entre parejas o amigos son intentos fallidos de encontrar una salida al encierro emocional. La ansiedad es el precio que pagan por no soportar el silencio del mundo. Los personajes de Canijo no son enfermos, son contemporáneos. El mal vivir es el síntoma de una época que ha perdido la capacidad de creer en algo. Las relaciones humanas se sostienen por inercia; el amor se ha convertido en una forma de negociación; el tiempo libre, en una pausa entre dos angustias. En este sentido, el hotel es un microcosmos del mundo moderno: un lugar donde todos buscan descanso, pero nadie encuentra alivio.
En Mal Vivir, cuando un personaje dice “no sé vivir”, no está confesando una fragilidad, sino constatando una verdad universal. No saber vivir es el punto de partida de toda existencia actual. La diferencia está en cómo se sobrevive a ese descubrimiento: con resignación, con humor, con rabia o con miedo. Los personajes de Canijo eligen la ansiedad porque es lo único que les recuerda que siguen vivos. Ver ambas películas seguidas produce un efecto hipnótico. Es entrar en un ritmo extraño, entre el sopor y la tensión, donde el tiempo parece haberse desajustado. Uno termina por respirar al compás de los personajes, compartiendo su incomodidad.No se trata de empatía, sino de contagio.
Mal Vivir y Vivir Mal son dos capítulos de una misma idea sobre la condición humana. No hay héroes ni villanos, sólo seres que intentan sostenerse en medio de una calma insoportable. El mal vivir no es un accidente, sino una forma de destino. Canijo lo filma con una precisión que incomoda porque nos incluye: toda persona actual seguramente sintió esa ansiedad sin causa, esa tristeza sin nombre, ese cansancio que no se cura durmiendo. Parecería que la idea de fondo es que vivir bien no es lo contrario de vivir mal, sino una ilusión que apenas sirve para sobrevivir un poco más y que la vida, según el díptico de Canijo, es un intento fallido de felicidad. Canijo lo filma con una especie de ternura trágica. donde incluso el sufrimiento tiene dignidad.