“La obsesión por lo imposible”
Por Natalia Llorens
Werner Herzog es un cineasta que parece vivir al borde de lo extremo. Sus películas, ya sean documentales o ficciones, reflejan una fascinación por lo insólito y lo arriesgado, un mundo donde el individuo se enfrenta al caos y a la incertidumbre con disciplina, tenacidad y una extraña alegría por el peligro. No se trata solo de aventuras físicas, sino de una búsqueda existencial que desafía la realidad y la percepción. Su obra más reciente, Ghost Elephants, es un ejemplo claro de esta constante en su filmografía: el encuentro entre lo real y lo mítico, entre la ciencia y lo espiritual, entre un hombre y un sueño que trasciende la lógica. El documental sigue a Steve Boyes, conservacionista sudafricano, en su empeño de encontrar una especie de elefante cuya existencia se presume extraordinaria, pero cuya prueba tangible se reduce a un ejemplar momificado en el Museo Nacional de Historia Natural de Washington, conocido como «Henry». Este elefante, que superaba en un tercio el tamaño de cualquier otro conocido, representa para Boyes un misterio que combina ciencia, mito y memoria histórica. Para los pueblos indígenas de la región, el elefante encarna una conexión directa con el origen de la vida humana, un espíritu que guía y preserva la comprensión ancestral del mundo.
Desde los primeros minutos, Herzog subraya la dimensión espiritual de esta búsqueda. El viaje no es solo una expedición científica, sino un ritual, un desafío al mundo desconocido comparable a la persecución obsesiva de la ballena blanca en Moby-Dick. La cámara de Herzog sigue a Boyes mientras se prepara con los trackers más experimentados de los Ju/’Hoansi San Bushmen del Kalahari, una de las culturas más antiguas de la humanidad. Los rituales nocturnos, las meditaciones y las ceremonias se muestran con respeto y cierta reverencia irónica: Herzog es capaz de comentar con humor seco escenas cotidianas, como un anciano afinando su instrumento rodeado de gallinas, diciendo que «no se puede mejorar más que esto», mientras el espectador percibe la solemnidad de un momento cultural profundo. El viaje de Boyes se convierte en un desafío físico y psicológico extremo. Desde Namibia hasta las remotas tierras altas de Angola, atravesando ríos, llanuras y paisajes casi vírgenes, el equipo enfrenta obstáculos que recuerdan a las expediciones más temerarias de Herzog en su carrera. La participación de los Luchazi, tribu angoleña con un conocimiento profundo del ecosistema del Okavango, aporta un contexto único: cada paso está impregnado de respeto por la tierra, por los animales y por una tradición que se percibe como casi mítica. El propio Herzog, permaneciendo en Nigeria para dirigir el rodaje, observa y comenta, construyendo su narración característica, mezcla de ironía, asombro y gravedad filosófica.
Ghost Elephants no rehúye las sombras de la historia. Herzog incorpora imágenes de archivo impactantes, desde cacerías aéreas que terminaron con la muerte de innumerables elefantes hasta fotografías de Josef Fénykövi, el cazador de Henry, junto al cadáver del animal. En estos momentos, la voz de Herzog subraya la brutalidad humana y la prevalencia del caos y la violencia en el mundo natural. Su frase, «Creo que el común denominador del universo no es la armonía, sino el caos, la hostilidad y el asesinato», resuena con fuerza al recordar la historia de la caza y la guerra en Angola. Sin embargo, la cámara también se detiene en la poesía de la vida: elefantes jugando bajo el agua, criaturas que parecen flotar y transmitir una belleza inalcanzable, un contrapunto a la violencia que los humanos infligen.
A medida que la expedición avanza, la película se centra tanto en los desafíos como en los momentos de asombro. Boyes documenta lo que puede, incluso con su teléfono, capturando breves apariciones de los elefantes que busca. Herzog se mantiene sobrio y reflexivo: el éxito de Boyes, incluso parcial, es suficiente para el espíritu de la misión. La verdadera fascinación del director reside en la búsqueda misma: la dedicación, la pasión, el compromiso con lo imposible. Encontrar el elefante no es lo más importante; comprender la magnitud de la empresa humana frente a lo desconocido es el verdadero premio.
La película también juega con la tensión entre el documental de ciencia convencional y la exploración mística. Aunque está financiada por una institución tradicional y su producción recuerda a documentales de naturaleza, el corazón de Ghost Elephants late al ritmo de Herzog: se centra en los sueños, en la obstinación por perseguir lo intangible, en la capacidad de asombrarse ante lo desconocido. Los planos amplios de los paisajes, los detalles de los trackers y las cámaras cercanas a Boyes crean un tapiz que mezcla realidad, mito y poesía visual, reforzando la idea de que la humanidad sigue aprendiendo, explorando y soñando en cada paso. Ghost Elephants confirma que Herzog sigue siendo un testigo del límite humano y natural, alguien que se interesa tanto por los que buscan lo imposible como por aquello que permanece fuera de nuestro alcance. La película es un homenaje a la perseverancia, al respeto por lo ancestral, y a la inquebrantable fascinación por el misterio que nos rodea.