Por Ivan Garcia
(Publicado originalmente en Revista Caligari Año 1 – Número 1)
Existe una relación profunda e intangible entre las personas y los lugares que estas habitan. Hay también un afecto por la tierra, por el espacio. A veces se da con el paso del tiempo y las generaciones, con el conocimiento heredado. Otras veces surge de la predisposición que uno tiene con las características del lugar. También puede darse por la pura necesidad o la obligación de trasladarse o quedarse. Franca González dedica su filmografía a mostrar estos vínculos, en historias que en muchos aspectos pueden caracterizarse como pequeñas: filmes breves, sobre lugares escondidos y gente desconocida, humilde o silenciosa. Pero es en estas pequeñas historias donde la mirada cuantifica, agranda las experiencias, los momentos y los hogares de la gente llevando su experiencia a lo universal, despertando el sentimiento humano que nos permite ver cómo esas personas sienten el mismo arraigo de uno mismo, ya sea en Tierra del Fuego, La Pampa, o Canadá.
Su obra consta de cuatro documentales que podríamos llamar de observación. En todos existe este elemento común de estudiar la relación de las personas con su entorno físico, su hábitat, y cómo los condiciona. Este año se estrenó Miró: las huellas del olvido, filme en el cual investiga la historia de un pequeño pueblo del norte pampeano que desapareció́ alrededor de 1912, a partir de un trabajo realizado por alumnos de una escuela cercana, que desentierran distintos elementos que habían sido parte de la cotidianidad de Mariano Miró (platos, candados, botellas). De este modo se desentierra la historia de sus habitantes, de una vida colectiva que fue cortada de forma repentina y se permite trazar una genealogía que nos lleva hasta el día de hoy.
Otra de sus películas, Al fin del mundo (2014), se dirige a otro pequeño pueblo, esta vez escondido en el sur de Tierra del Fuego, donde las temperaturas y los vientos son difíciles de soportar. Aquí uno de sus habitantes intentará llevar a cabo un carnaval en pleno invierno para alegrar a la comunidad, luchando contra las bajas temperaturas, los días cortos y la apatía general de una mayoría que quiere irse a otra parte.
Nuevamente aparece el relato de un grupo y cómo lo humano aprende a coexistir con su entorno natural, esta vez teniendo como disparador una idea que es tan delirante como esperanzadora y cálida. Lo mismo ocurre en Tótem (2013), en la cual González viaja hasta Canadá para registrar la creación de uno de estos enormes símbolos de madera de la mano del artista autóctono Stan Hunt. La idea que se plantea es reemplace el antiguo tótem desgastado que se encuentra en la plaza Canadá de Buenos Aires. Así se da lugar a una exploración de la vida de este hombre que vive en las antípodas de la ciudad de la cual le realizan el encargo de la obra más grande que realizará en su vida, según él mismo afirma. La relación entre el hombre, su cultura y su tierra es quizá más palpable aquí que en los otros documentales.
Incluso en su primer largometraje Liniers: el trazo simple de las cosas (2010), si bien se enfoca más en el proceso creativo del reconocido historietista, su mirada nos deja entrever retazos de lo que desarrollará más adelante. La historia comienza con el momento en que Ricardo Siri Liniers y Franca González se conocen en Canadá y comparten el piso, aislados del exterior por las temperaturas de Quebec. Liniers mismo manifiesta el placer que le causa vivir en ese ambiente, aislado en su nido con nieve alrededor. Las inquietudes de la realizadora vuelven a ser entre las personas y su entorno colocando la cámara junto al protagonista para que de a poco el mapa se vaya haciendo más nítido.
Ninguno de los largometrajes alcanza la hora y media. Franca González evita extenderse excesivamente en el tratamiento de un tema y de ese modo perder el eje de lo que se busca contar con el retrato. Esto es importante, y está bien logrado porque aún así logra detenerse y contemplar, darle un espacio a cada protagonista, ahondando a veces en lo personal y otras veces en aquello que lo diferencia o asocia a un colectivo. Miró: las huellas del olvido podría ser la excepción, ya que la historia del pueblo perdido tiende a superponerse a un relato o voz central. Sin embargo, cada testimonio aporta algo del pasado, del presente, o de ese vínculo que parecía perdido.
Cada película parece encontrarse en un rincón distinto, en aquellos lugares donde uno quizá no pensaría buscar. Y es a partir de lo particular, de aquella historia que los distingue de otros pueblos y generaciones, que se llega a lo humano, a ese aspecto universal que nos permite vernos en el otro.
El cine de Franca González puede leerse como una genealogía, distintos relatos unidos por un mismo hilo conductor, y que no necesitan de grandes recursos ni una gran producción para llegar al espectador⚫