“Arder en tres actos”

Por Kristine Balduzzi

Tres franjas verticales dividen el encuadre: a la izquierda, un umbral que se abre y se cierra con titubeos; a la derecha, una superficie translúcida que apenas oculta los movimientos de un cuerpo desnudo; en el centro, un espacio blanco que se convierte en escenario para una danza sin cabeza. Desde esta disposición aparentemente sencilla, Flamenco despliega una coreografía mental que no pertenece ni al teatro ni al documental, sino al mundo interior del gesto cinematográfico. La vibración del flamenco, lejos de disonante, encuentra en este encierro una resonancia inesperada. Lejos de registrar el espectáculo de la danza, Rousseau parece invocarla. El cuerpo que baila no lo hace para el ojo externo sino para una fuerza anterior a toda mirada. No hay representación, hay aparición. Y esa aparición se da en el cruce de velocidades: el cuerpo fragmentado que baila con furia y la figura masculina que parece extinguirse lentamente, como si la contemplación misma consumiera su energía vital.

Es en ese contrapunto donde emerge algo más profundo que la simple yuxtaposición de imágenes: una combustión. Como si el montaje fuera la chispa que encendiera ambos cuerpos —el del bailarín invisible y el del espectador encerrado— en una misma llama. No hay oposición entre placer y dolor, entre éxtasis y encierro. Todo forma parte de un mismo acto de entrega.

La pieza invita a imaginar una historia sin narración. Tal vez ese hombre recorrió las calles de Cádiz, entró en iglesias, se dejó interpelar por los rostros extáticos de los santos barrocos. Tal vez lo que vemos es su intento de incorporar esa intensidad, de traerla de regreso al cuarto vacío, a su propio cuerpo. Como en ciertos trípticos religiosos, lo divino se manifiesta en la tensión entre lo oculto y lo revelado, entre la carne y la luz. Flamenco no representa esa experiencia: la hace ocurrir. No observa desde afuera; arde desde adentro. Rousseau no filma la danza: la reencarna en una forma que desafía el tiempo, el espacio y la mirada. La película no se comprende ni se interpreta: se atraviesa. Y en ese cruce, lo que queda no es una imagen, sino una huella: la de un alma que, por un instante, logró quemarse con lo que vio.

Titulo: Flamenco

Año: 2024

País: Francia

Director: Jean-Claude Rousseau