Eva Landeck, recuerdo de una cineasta arriesgada
Por Paulo Pécora
A principios de año hablé por primera vez con Eva Landeck. Me atendió con muchísima amabilidad, a pesar de ser un desconocido que la llamaba por teléfono a su casa y sin aviso. Se la notaba muy lúcida y vivaz del otro lado de la línea, a sus 97 años. Le conté que mi amigo Sebastián Tolosa acababa de comprarle su cámara de 35 milímetros y que veía posible que nos entrevistáramos con ella para hablar sobre su trabajo como directora, ya que se la considera como una de las primeras mujeres que escribió y filmó sus propias películas en Argentina. Estuvo de acuerdo y quedamos en que volvería a llamarla pronto para agendar el encuentro. La segunda (y última) vez que conversamos la noté un poco apagada y distraída y me explicó que desde hacía días estaba en cama, afligida por un accidente doméstico. Se había golpeado la cara, me dijo, y no se sentía a gusto para ver a nadie en ese estado. “Fue algo que anímicamente la afectó mucho”, me contó hace unos días en Córdoba un amigo personal suyo, quien me dio además la triste noticia de su muerte.
Así fue cómo nunca pude conocerla personalmente ni preguntarle sobre su forma de acercarse al cine e iniciarse como directora desde la literatura, ni sobre su amor por las películas de Alain Resnais, ni por la estrecha colaboración creativa con su hija, la actriz, pintora y cantante Irene Morack, ni sobre los premios que ganó en Cannes y San Remo, ni tampoco sobre su manera tan particular de poner en escena los deseos, la imaginación y los sueños de sus protagonistas. Pero lo más importante: nunca pude consultarle sobre cómo logró lidiar con el machismo, la censura, el autoritarismo y la persecución política propios de un momento de la Argentina tan difícil y peligroso como los años ’70.
Sus padres la llevaban al cine tres veces por semana y Landeck (1921-2019) creció viendo películas de Fritz Lang, Serguei Eisenstein y Vsevolod Pudovkin. Pero las que más le impactaron cuando era joven fueron las del francés Alain Resnais. “Iba a ver todas sus películas, a veces dos veces la misma. Él es el verdadero exponente de la Nouvelle Vague“, afirmó en 2015 en una entrevista con el programa En Foco, cuando todavía existía Incaa TV. De Resnais, probablemente, tomó ideas para representar los diálogos interiores de los protagonistas, sus viajes mentales, sus desvíos imaginarios. “El uso del inconsciente lo desarrollé en mis cortos, donde quería ensayar cómo hacer esas cosas. Me interesaba mucho la literatura, pero sabía que era muy diferente contar historias a través de palabras y contarlas a través de imágenes”. Antes de volcarse al cine se dedicó a cuidar de sus dos hijos y a cursar la carrera de Psicología, entre 1941 y 1945. Entonces empezó a estudiar de noche en la Asociación de Cine Experimental de Buenos Aires, donde tuvo como maestro a Pablo Tabernero, que daba el Curso de Perfeccionamiento de Dirección y Fotografía Cinematográfica. Obviamente, era la única mujer en el aula. Rodeada de hombres empezó a trabajar como asistente de dirección, vestuarista y escenógrafa en las prácticas que hacían en los estudios San Miguel. Luego aprendió dirección actoral con Hedy Crilla y Augusto Fernandes, cuyas ideas teatrales la ayudaron para desarrollar su propio método de interpretación cinematográfica.
Landeck es considerada como una de las directoras pioneras del cine nacional, luego de Emilia Saleny (El pañuelo de Clarita, 1917) y la austro-húngara Vlasta Lah, que filmó Las Furias en 1960. Pero fue la primera de ellas en ser galardonada en un festival de prestigio internacional: en 1974 con Gente en Buenos Aires, su ópera prima, ganó el premio especial del jurado en la Muestra Internacional del Film de Autor de San Remo. Ya venía de ganar el Diploma de Honor en el Festival de Oberhausen con su corto Horas extras (1967) y una medalla de plata en el Festival de Cortos y Mediometrajes de Cannes con El empleo (1970).
El cine de Landeck fue políticamente atrevido y arriesgado, especialmente en una época donde la censura, las persecuciones, los asesinatos, las desapariciones y las torturas eran moneda corriente. Mezclando lo real con lo onírico, ella hablaba principalmente de la enajenación propia del trabajo, de la represión en la vida cotidiana y de la soledad en las grandes urbes. “Quería describir la alienación en la vida cotidiana, sus causas. Quería mostrar por qué la incomunicación no tenía que ver con la índole de la gente sino con el medido en el que se movía”, recordó alguna vez Landeck, una marxista confesa, cuya primera película se estrenó en 1974 en Buenos Aires, inmediatamente después de la muerte de Juan Perón y en pleno auge de López Rega y la Triple A. Ese día explotaron veinte bombas en la ciudad. Poco después rompieron los carteles de su película, la amenazaron y entonces decidió irse del país, hasta dos años después, cuando regresó de incógnito, usando un pasaporte con el apellido de su esposo.
Cuando tenía listo su segundo largometraje, Ese loco amor loco (1978), el censor Miguel Paulino Tato, conocido como “el señor de las tijeras”, la llamó a su oficina. “¿Cómo puede ser que esa chica y ese muchacho se vayan juntos sin casarse?”, la inquirió sobre una de las escenas finales. Ella le dijo: “¿Ese es el problema? La película está terminada, no puedo cambiarla. Lo que puedo hacer es que en una voz en off él le diga ‘tenés que casarte conmigo’”. Pero Tato insistió: “No, tiene que ser de blanco y por la iglesia”. Para peor, durante el rodaje en Uruguay de su tercer largometraje, El lugar del humo (1979), descubrió que uno de sus actores era sobrino de un coronel de la junta militar uruguaya. “Tenía un espía en la película. Me volvieron loca y me exigieron cambiar el argumento en el medio del rodaje. Quería irme, porque no podía seguir haciendo eso. Me persiguieron de todas las maneras. ‘El lugar del humo’ me enfermó. Volví a Buenos Aires depresiva y enferma. Y después no hice más nada. No tenía ganas ni siquiera de ir a conseguir un productor”, recordó con tristeza la cineasta, que luego escribió la novela Lejos de Hollywood (1995), sobre un director perseguido por la censura.
“Una directora de cine es primero que nada una artista. Después tiene que conocer un poco de todo”. Así definía su vocación Landeck, ganadora en 2013 del Cóndor de Plata a la trayectoria, que estudió también en el Instituto de Altos Estudios Cinematográficos de París, la misma escuela donde cursó Resnais y donde entre otras cosas debía saber de arqueología, óptica, arquitectura, idiomas, drama, historia y geografía. En otra entrevista publicada por la revista Cinémas d’amérique latine del Festival de Toulouse, Landeck recordó que en su época había mucho machismo y que a veces le tenía miedo a los miembros varones del equipo técnico, porque no estaban acostumbrados a trabajar con una mujer. “Yo había leído mucho sobre cine y sabía lo que hacía. Eran otros quienes no sabían. Para mí era más difícil pelear estas ideas nuevas y diferentes que el hecho de ser mujer, que ya de por sí, era un problema”⚫