“La sombra de un viejo fantasma errante”
Por Miguel Peirotti.
Los documentales de denuncia (o los que emplean denuncias en su retórica, sin llegar a ser “de denuncia” específicamente) pueden sostener la fuerza de su iracundia al permitir la convivencia de las fuerzas del bien con las del mal, extrayendo rasgos de ternura de los impactos de una tragedia. El 3 de noviembre de 1995 estalló la Fábrica Militar de Río Tercero y miles de proyectiles se dispararon y llovieron espectacularmente sobre cientos de heridos y siete muertos e infinidad de casas destruidas nunca reconstruidas. Aunque en medidas homeopáticamente sutiles, los documentales pueden hacer que la luz impregne la oscuridad, porque de eso se tratan las sombras del cine.
A esta precaria teoría, no obstante, se la comprueba firmemente en Esquirlas, opera prima arrebatadora y emocionante de la periodista, programadora y cineasta Natalia Garayalde, nacida y criada en Río Tercero, que circunscribe su foja de imputación alrededor de una de las fechas más siniestras en la historia de la provincia de Córdoba, ni que mencionar de la pobre Río Tercero. El villano de este documental es el presidente más cínico que tuvo el período democrático en curso. Y por ser el más cínico es el ser más despreciable que contaminó alguna vez nuestra política. No hay más que verlo a Carlos Saúl Menem, responsable del tráfico de armas que propició delictivamente esa explosión encubridora, entrar sonriente a la conferencia de prensa tras el atentado junto a otro imbécil sonriente, el gobernador de Córdoba Ramón Bautista Mestre, dos cómplices de centroderecha supuestamente de partidos antagónicos que escupían como cerdos babeantes respuestas con matonería sin ningún atisbo de sensibilidad ciudadana ante cualquier pregunta de la prensa que pusiese en duda la endeble respuesta oficial que estaban barajando a escasas horas de la explosión, con una certeza que no existía, disfrazada de patriotismo (un patriotismo que el tiempo dictaminó también inexistente). Menem sabía que era culpable y se daba el lujo de humillar a los habitantes aún estremecidos de la ciudad cordobesa. La onda expansiva de la cultura del cinismo atacó a los dos partidos mayoritarios que padece Argentina.
Las voces que eligió Garayalde para guiar el relato son dos: ella misma y ella misma.
Ahora explicamos.
Uno de los aspectos cruciales de la calidad de Esquirlas se debe a las decisiones de conducción y montaje. La edición de la cronología de los sucesos rescatados mediante la óptica de una cámara Sony adquirida para registrar eventos familiares permite la ilusión de que Garayalde, casi siempre al frente como operadora de cámara entre juguetona (por la edad que estaba abandonando) y comprometida (por la edad que estaba alcanzando), tomó la decisión hacer Esquirlas cuando tenía 12 años, aún antes de la explosión. Su histrionismo periodístico es muy simpático, y la Garayalde adulta –la autora del proyecto “Esquirlas”– permite generosamente que su yo preadolescente sea su coprotagonista en un juego de desdoblamiento de tiempo-espacio que no alcanza para un abordaje desde la de Ciencia ficción pero sobra para hacerlo desde la investigación y la búsqueda de la verdad, que es el basamento argumental de este documento audiovisual cálido y absorbente contado en primera(s) persona(s). Esquirlas se abre espacio con autoridad en el terreno de una tendencia de un nuevo cine de lo real de registro intimista que en Argentina ha dado resultados sobresalientes en los últimos tiempos, desde El silencio es un cuerpo que cae (2017), de Agustina Comedi –una de las colaboradora de Esquirlas–, a Nosotras/ellas (2015), de Julia Pesce, ambas cordobesas, ambas premiadas internacionalmente. Esta tendencia presenta síntomas de contagio y el virus benévolo seguramente se esparcirá entre las próximas operas primas del acervo nacional. Si la calidad es la de este tipo de productos, bienvenida sea.
Esquirlas inicia como si fuera una divertida sitcom familiar ensamblada con material de archivo encontrado en el ropero de un pariente pero a los 12 minutos se convierte en una historia de suspenso con autos, perros y personas huyendo de un desconcierto que modula la amplitud sónica de una película bélica colonialista rodada por Hollywood en Afganistán. Siempre terminamos reconociendo que la realidad supera a la ficción y que ésta es un vulgar ciervo esclavizado de aquella. Es Río Tercero, Provincia de Córdoba, y las imágenes nos dejan la sensación amarga de que no sólo en el cine comercial de Occidente que transcurre en Medio Oriente hay explosiones militares. Corderos somos, y corderos seremos mientras sean lobos quienes nos gobiernen. ¿Lobo está o no está? Lobo está soplando las paredes de una fábrica militar. El lobo aún ejerce un cargo político y toma café Cabrales, por lo que esperemos que las paredes del Senado no vuelen en mil millones de fragmentos. ¿Argentina, potencia? Argentina potencia criminales cuyo poder de desequilibrio encuentra resistencia y contraparte en los y las artistas de la región que no silencian el dolor. La política es parte de nuestras vidas, pero el arte es nuestras vidas. No permitamos que próximos imbéciles que no ven cine intenten convencernos de lo contrario. Adiós al cinismo, bienvenidas las artistas. Que las Esquirlas atraviesen las paredes que encierran lo innombrado y revelen lo aún no revelado.
Titulo: Esquirlas
Año: 2020
País: Argentina
Director: Natalia Garayalde