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Entrevista a Julieta Lande

“La película me transformó en un montón de aspectos de mi vida que me convirtieron en quien soy hoy. En términos concretos, la película misma me hizo cineasta: podría decirse que tuve una formación no tradicional y en una primera etapa sentía que había algo en mi recorrido que “no alcanzaba” para hacer cine.”

Por Mauro Lukasievicz

¿De dónde crees que nacen tus preguntas acerca de tu historia familiar y qué momento de tu vida comenzaron a surgir? 

No podría identificar cuándo fue que empecé a preguntarme por mi historia familiar, pero sí nombrar algunos momentos a dónde ese interés estaba latente. Por un lado, cuando tenía doce años en mi escuela primaria se realizó un festejo en el que cada familia debía entregarle a su hijo un objeto a modo de legado. Le pedí a mis papás que me regalen un libro que había escrito mi abuelo Joel junto a otros sobrevivientes de su pueblo de origen. En ese momento no sabía que ese libro era un Yizkor Buj, éstos son libros memoriales que realizaron distintas comunidades de sobrevivientes de pueblos que fueron destruidos por el nazismo. Decidieron colectivamente escribir para transmitir su historia a las futuras generaciones. Hoy, mirando para atrás, no sé cuándo me había enterado de la existencia de ese libro ni qué me habían dicho para intuir que allí había una historia importante, pero eso estaba presente. Más allá de lo simbólico de que me lo hayan entregado como un legado familiar, la realidad es que en ese momento no supe mucho más de su contenido: está escrito en ídish y eso creaba una barrera. Años más tarde, cursé dos materias en la universidad que me llevaron a volver a conectar con ese tema. En una de ellas veíamos películas de guerra y, específicamente, analizábamos la representación del cine de la Shoá. En la otra, la forma de acercarse a una fotografía como documento histórico. En ese momento volví a recordar las fotografías que había visto del pueblo de mis abuelos. Eran de los años 30’ y me parecían bastante atípicas para la época, en ellas se los veía alegres y espontáneos, con sus amigos en el bosque de Stok, su pueblo. En ese momento estaba cerrando un concurso para viajar a Polonia en el marco de un programa educativo en el que se visitan los campos de concentración y exterminio del nazismo y participé escribiendo una monografía en torno a esos temas: el Yizkor Buj, las fotografías, la representación del cine de la Shoá. Gané y tuve la oportunidad de realizar ese viaje. Allí aprendí mucho sobre la historia pero al volver había algo que resonaba cada vez más fuerte: me daba cuenta de que siempre recibí un mandato – en mi casa, en la escuela – que insistía en la importancia de la memoria de la Shoá, pero por otro lado, no sabía nada de mis abuelos ni de su familia, que atravesaron en carne propia esa historia, percibía una contradicción en eso. Creo que todas esas preguntas que habían estado presentes desde chica se volvieron más pesadas a partir de ese momento y terminaron de confluir en lo que sería el germen del proyecto de la película.

¿Y siempre tuviste en claro de que se trataba? ¿Cómo fue el proceso para crear Hemshej?

El inicio del proceso de Hemshej se sitúa un tiempo después de mi vuelta de ese viaje a Polonia que mencionaba antes. Me anoté en un taller de escritura que dictaban Romina Paula y Cynthia Edul, allí podíamos llevar textos en los que estábamos trabajando y comencé a escribir a partir de las fotografías de mis abuelos. Como no sabía nada de su historia – y cuando preguntaba en mi entorno familiar no recibía muchas respuestas – decidí crear una ficción. Partí de los pocos elementos que tenía y luego fui construyendo de alguna forma ese mundo que imaginaba en torno a ellos. Estuve trabajando durante tres años sobre esos textos narrativos y ese espacio fue clave porque ahí surgieron ideas, preguntas y sobre todo un imaginario que comenzaba a delinear, sin saberlo, el universo de la película. Ya en uno de los primeros encuentros apareció algo que también sería clave, que tenía que ver con la construcción de la primera persona. El primer texto que había llevado estaba escrito desde la voz de mi abuela Jana y una de las primeras devoluciones que me hicieron fue: esa voz tiene que ser la tuya. Es decir, apareció la pregunta por el punto de vista. Ese fue el primer paso para entender que en realidad no se trataba solo de la historia de mis abuelos sino de mí búsqueda en torno a esa historia. Así también fueron apareciendo textos que evocaban no sólo lo que podrían haber sido las vivencias de Joel y Jana sino también relatos sobre distintas experiencias que yo había vivido y que habilitaban una pregunta sobre la identidad que iba de ese pasado a mi presente. Luego, por distintas influencias que venía teniendo en el ámbito académico en el que me movía, me di cuenta que lo que tenía entre manos podía tomar la forma de una película. No siempre tuve claro de qué se trataba, pero sabía varios de los temas que quería abordar: el intento de recuperar la historia de Joel y Jana, la pregunta por el libro de Stok y la pérdida del ídish… inicialmente no imaginaba que esos interrogantes me llevarían también a trabajar sobre otros temas, a preguntarme sobre la narrativa que recibí del Estado de Israel. Eso fue llegando gracias al proceso mismo, desde el principio había algo que me hacía ruido, el hecho de que la guerra era una constante en la historia, no solo en la de mis abuelos sino en la mía de forma tangencial. Me crié en la comunidad judía Argentina durante los años 90’, era muy chica cuando fueron los atentados a la Embajada de Israel y a la AMIA, a lo largo de mi infancia resonaban muy seguido palabras como “bomba”, “explosión”, “atentado”, no solo por lo que había sucedido acá sino por tener familia muy directa viviendo en Israel. Tenía primos que fueron soldados del ejército, era algo muy natural para mí. Por eso, aunque no sabía desde el principio el camino hacia el que me conduciría la película, sí intuía que la presencia de la guerra a lo largo del tiempo me hacía ruido y empecé a explorar por ahí. No sabía que la propia película me llevaría a revelarme una nueva perspectiva sobre ese tema.

¿En qué crees que te cambió este viaje de intentar entender de dónde surge tu propia identidad?

Todo el proceso de la película implicó un gran cambio en mi. No solo transformó mi mirada sobre la narrativa que recibí a lo largo de mi educación respecto al conflicto palestino – israelí, también me dio una visión sobre cómo fue cambiando la identidad judía luego de la Shoá y de la Creación del Estado de Israel. A su vez, la película me transformó en un montón de aspectos de mi vida que me convirtieron en quien soy hoy. En términos concretos, la película misma me hizo cineasta: podría decirse que tuve una formación no tradicional y en una primera etapa sentía que había algo en mi recorrido que “no alcanzaba” para hacer cine. Hacer la película fue un proceso de muchísimo aprendizaje e implicó un gran crecimiento. Hemshej también movió muchas cosas en términos personales, meterse con temas familiares e identitarios no es fácil y fue un proceso de a momentos doloroso pero también muy gratificante: implicó acercarme a mi papá de otra manera, así como a mi tío y a mi familia israelí con las que siempre tuvimos un vinculado mediado por la distancia física. Implicó también transformarme en polaca, ya que en toda la investigación aparecieron documentos de mis abuelos que me permitieron sacar la ciudadanía, y más allá de lo burocrático del asunto, hay algo muy simbólico en terminar la película siendo polaca también. Siempre hubo un tema en relación a la mirada que tuvieron mis abuelos – así como la generación siguiente – respecto a sus orígenes: se fueron de Polonia sintiendo que sus vecinos habían sido cómplices del nazismo y eso fue lo que le transmitieron a sus hijos. Yo encontré en Polonia, y en muchas de las personas que me recibieron, mucha hospitalidad y sobre todo interés en ayudarme a recuperar la historia. De alguna forma esa fue una manera de resignificar el vínculo con esos orígenes, creo que no solo para mí sino para el resto de mi familia.

En esta idea de la continuidad del legado ¿crees que puede cambiar algo en cuanto al futuro y esos silencios que marcas en la película? 

Creo que siempre se producen silencios en ciertos aspectos de nuestras historias, tanto en las familiares como en los grandes relatos. Siempre hay algo que queda afuera o que se elige no contar, siempre se está haciendo un recorte. Puedo decir que en el caso de la película, el proceso y las preguntas que éste trajo habilitaron llenar algunos de esos vacíos o silencios. No solo por las cosas que fueron apareciendo, los hallazgos, la información que antes no teníamos y ahora sí, sino desde un lugar más profundo. Hablar de algo de lo que no se hablaba tanto. Lo mismo aplica en mi caso a las preguntas sobre qué implica esa continuidad para mí. Es decir, qué relato elijo transmitir, o cómo se compone “mi relato”. Un poco ese relato es quiénes somos, ¿no? Y eso se va transformando. Mi visión sobre ciertos temas que aborda la película cambió, no pienso lo mismo que cuando empecé el proceso, y eso implicó también hablar, explorar, sobre temas que no había indagado antes. Pienso que eso tiene su consecuencia a futuro, seguramente lo que yo pueda contar de esa historia va a ser diferente a lo que me contaron, porque estará atravesado por este proceso inevitablemente.

Hay algo que resulta fascinante de la película, y no es solo el tema en sí, sino la presencia de una investigación profunda a la que le pusiste la cabeza, pero también el cuerpo ¿cómo fueron esos viajes y qué dificultades tuviste para avanzar?

Es verdad que hubo algo muy de poner el cuerpo en torno a la realización de la película y sobre todo de mucho movimiento. Fue un trabajo de muchos años, que me encontró atravesando distintas situaciones y etapas de mi vida. El primer viaje que realizamos para empezar a filmar fue de un mes, estuvimos junto a Pablo Linietsky – con quien hicimos cámara y sonido – entre Francia, Polonia, Alemania e Israel. No todo ese material quedó en la película, pero había un deseo de querer rastrear los movimientos de mis abuelos que me llevó a decidir visitar esos lugares. Hicimos un montón para el poco tiempo que tuvimos, y eso fue agotador, además era la primera vez que yo me embarcaba en algo así y realmente no era consciente de con qué me iba a encontrar ni qué implicaba. Me pasaba que por un lado, era una persona que estaba viviendo muchas cosas relacionadas con la búsqueda familiar, con todos sus hallazgos y todas sus dificultades, y por otro lado, esa misma persona tenía que ocuparse de que ese material que estábamos generando fuera lo suficientemente potente para hacer algo con eso después. Sentía mucha presión por volver de ese viaje – que habiamos hecho con tanto esfuerzo – con un material que funcionara. Teníamos poco presupuesto así que realmente ese viaje fue una aventura. Pero fue muy hermoso hacerlo así y eso también abrió las puertas a otras experiencias, nos hospedamos muchas veces en casa de locales que nos ayudaron con la investigación, conocimos un montón de personas, fue todo mucho aprendizaje. Casi un año después, empecé el trabajo de montaje con Miguel Goya. Nos habíamos propuesto hacerlo en unos cinco meses, yo tenía un viaje largo programado para después y él planeaba mudarse a Alemania. Creo que fuimos un poco ingenuos en esa estimación, ya que fue muchísimo trabajo el descubrir la película que queríamos contar en el montaje. Había escrito distintas versiones de tratamiento de guion previo al viaje pero luego de éste, el material había crecido y había que encontrar otra forma de articular un relato posible. Después de los primeros meses de trabajo nos dimos cuenta de que faltaba material y empezamos a pensar en ir a buscarlo. Algunas cosas las iba filmando en paralelo al montaje, pero surgió la idea de volver a Israel en busca de más material, aprovechando ese viaje que tenía en el horizonte. Meses más tarde, luego de volver a filmar en Israel viajé a Berlín a dónde Miguel ya estaba viviendo y continuamos trabajando unas semanas ahí para cerrar un primer corte. Cuando volví a Argentina continuamos trabajando a distancia, no era tan fácil pero fluyó bastante bien, como habíamos estado sentados juntos editando la película durante varios meses, los dos teníamos clara la búsqueda y ya nos entendíamos bien. A mediados del 2020, me salió una beca para ir a hacer una maestría en España, y aprovechando esa nueva oportunidad, volví a viajar a Berlín en dos ocasiones más para terminar el montaje de la película. Trabajar así con tanto movimiento suena bien pero fue bastante difícil, no fue un proceso lineal y hubo que remar mucho siempre para avanzar. Ni hablar de las dificultades económicas, ya que aunque tuvimos fondos para poder hacer gran parte de la película, gracias al INCAA, FNA y Mecenazgo, no fueron suficientes y hubo que hacer un esfuerzo grande para poder terminarla. En todo el proceso hubo mucha energía puesta, mucha carga emocional y como decía tu pregunta, mucho cuerpo y cabeza dedicados a esto. Pero creo que fueron necesarios tantos años para que la película sea sólida, no está hecha a las apuradas, hubo muchas cosas que tuvieron que ir decantando. Pienso que eso se transmite en la película y que hoy en día toda esa travesía es la forma que encontró para existir.

Son momentos difíciles los que se están viviendo en la región de Israel-Palestina ¿cómo te sentís con respecto a esto?

No sé ni por dónde empezar. Esta semana van a cumplirse seis meses desde el 7 de octubre y realmente es muy duro todo lo que está sucediendo. En un primer momento me sentí muy abrumada por la forma de acercarnos a lo que ocurre en la región a través de las redes sociales. Todos parecían tener una opinión sobre el tema pero era como una conversación de sordos. Es decir, cada vez prima más el hecho de manifestar una idea desde un lugar de convencimiento y no darle lugar a alguien que piensa distinto a uno. El trabajo de la película me llevó a querer escuchar o conocer una narrativa diferente a la que yo había recibido. Es necesario eso para habilitar un diálogo, a mi modo de ver. Son décadas y décadas de una ocupación del Estado de Israel sobre territorio palestino y eso va generando consecuencias a lo largo del tiempo. De más está decir que condeno el ataque de Hamas y el secuestro de tantos civiles israelíes, pero también la respuesta de Israel en Gaza es gravísima, así como la violencia sistemática en Cisjordania que crece cada vez más. Esto va a traer consecuencias que todavía no somos capaces de ver, además de la destrucción actual y las decenas de miles de víctimas que hay a la fecha. Es un momento bisagra y es muy doloroso pensar lo que va a venir después de esto. Conozco de adentro cómo se piensa o entiende el conflicto desde el punto de vista de la narrativa israelí, que se replica en comunidades judías de otras partes del mundo y pienso que ese relato genera una brecha muy grande que hace imposible ni siquiera considerar que puede haber otra visión sobre el tema. El 7 de octubre fue muy traumático para la sociedad israelí, creo que nunca se había vivido una violación a la seguridad estatal como esa, lo que ocurrió fue una masacre y eso también termina de arraigar posiciones extremas en cierto sector de la sociedad. Por otro lado, el trauma de los palestinos, que están perdiendo familias enteras, sus casas, volviendo a tener que exiliarse de sus territorios, en fin, es algo que va a dejar una huella muy profunda por generaciones. Yo entendí en un momento del proceso de la película que lo que de chica yo festejaba como Día de la Independencia de Israel, para otro pueblo era la conmemoración de la Nakba, el inicio de su exilio. Eso me abrió la cabeza, saber que del otro lado había otra historia. Mostrar la película en este contexto hace que se resignifique un montón y creo que es un documental que invita a hacerse preguntas, no creo que las soluciones sean fáciles y mucho menos ahora, pero sí es necesario poder habilitar una conversación que en ciertos espacios se omite. 

¿En qué otros proyectos te encontrás trabajando?

Me encuentro trabajando en un cortometraje titulado Las excursiones. Es un proyecto que nació en el 2022 en el marco del Programa de Cine de la Universidad Di Tella. Ahí trabajamos a partir de consignas y gracias a una de ellas comencé a explorar un material de archivo que había encontrado durante el proceso de Hemshej. Una cinta de audio que cuando fui a digitalizarla terminó siendo una grabación que envió mi mamá desde Israel en 1969, cuando se encontraba allí estudiando para ser maestra. Al escucharlo, no solo me interesó y emocionó la forma en que ella le narraba a su familia sus experiencias, sino que había algo muy interesante en cómo en su discurso estaban naturalizados los cambios territoriales que se dieron en la región tras la Guerra de los Seis Días en 1967. En el audio, ella va contando sus viajes por el país, en ese discurso de una joven de 18 años se traslucen las marcas de la ideología dominante y del relato oficial de aquel entonces. Es un cortometraje a partir de ese material de archivo sonoro en el que luego fui incorporando imágenes de archivo que entran en juego con eso. Evidentemente hay temas que, tras una investigación de tantos años para Hemshej, siguen apareciendo como aristas que encuentro la necesidad de explorar. Todavía le estoy encontrando la vuelta formal y estructural pero ahí va avanzando.

Hemshej

2023

Argentina

Julieta Lande