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Entre lo real y lo fantástico. Sobre Los Tonos Mayores, de Ingrid Pokropek

“La película utiliza la noche no sólo como un espacio físico, sino como un reflejo del estado emocional de la protagonista, que navega entre el desconcierto y la certeza de que lo que experimenta es real.”

Por Franco Alvés

La película parte de una premisa sencilla, pero enigmática: Ana, una adolescente marcada por un trauma del pasado, comienza a percibir pulsaciones extrañas en su muñeca, un fenómeno que rápidamente se convierte en el catalizador de una búsqueda mucho más profunda, es en sí una exploración intrigante del universo adolescente, donde los límites entre lo real y lo fantástico se disuelven de manera fluida. Esas pulsaciones, interpretadas por una amiga como canciones y luego traducidas en código morse, revelan una serie de números y palabras que parecen tener un significado oculto, un mensaje que sólo Ana puede descifrar. Desde sus primeros compases, Los tonos mayores parece perfilarse como un relato de iniciación juvenil, típico del “coming of age”. Sin embargo, la película toma un giro inesperado y se distancia de los códigos habituales del género, optando por una narrativa que explora la transición hacia la adultez de una manera más emocional y surrealista. Pokropek crea un ambiente cargado de misterio y ambigüedad, donde lo inexplicable es parte de la cotidianidad y donde la protagonista, con una admirable interpretación de Sofía Clausen, se adentra en una travesía que oscila entre el descubrimiento personal y el delirio adolescente.

Lo que lo distingue de otros filmes juveniles es la manera en que entrelaza elementos de lo sobrenatural con una reflexión profunda sobre el duelo y la soledad. La historia de Ana está marcada por la ausencia de un ser querido, un dolor que, aunque no se aborda directamente, permea cada escena de la película. Pokropek, influenciada por su experiencia en producciones como Las poetas visitan a Juana Bignozzi y Trenque Lauquen, incorpora a su relato un tono literario y aventurero, evocando a autores como Borges y Bioy Casares, así como a referentes del cine de misterio como Fritz Lang y Jacques Rivette. La atmósfera de la película es clave para mantener al espectador sumido en el enigma que envuelve a Ana. El montaje de Zuviría, la fotografía de Roy y la música de Gabriel Chwojnik crean un ambiente inquietante, donde la frontera entre la realidad y lo fantástico se vuelve borrosa. Las escenas nocturnas, en particular, refuerzan la sensación de misterio, pues es en la oscuridad donde las emociones y los miedos de Ana se hacen más palpables. La película utiliza la noche no sólo como un espacio físico, sino como un reflejo del estado emocional de la protagonista, que navega entre el desconcierto y la certeza de que lo que experimenta es real.

Uno de los aspectos más interesantes es su tratamiento del código morse como un lenguaje secreto que Ana debe descifrar. Este código, que en un principio parece ser sólo una curiosidad, se convierte en un símbolo de la complejidad emocional de la protagonista. El hecho de que Ana reciba un mensaje cifrado refleja su desconexión con el mundo que la rodea, y su intento de traducirlo puede interpretarse como una metáfora de su búsqueda de sentido en un momento de crisis personal. La película, en este sentido, dialoga con otros relatos sobre la adolescencia y la transición hacia la adultez, pero lo hace desde una perspectiva única, donde la aventura interna de Ana es tan importante como la externa.

Pokropek destaca también en su capacidad para crear una aventura urbana que no se limita a los espacios tradicionales de Buenos Aires. La ciudad, en Los tonos mayores, no es el Buenos Aires turístico que suelen mostrar otras películas, sino un espacio de tránsito, de movimiento constante, que refleja el estado de agitación emocional de la protagonista. Ana se desplaza por la ciudad en trenes y colectivos, en una búsqueda que la lleva de un punto a otro sin que nunca parezca llegar a su destino. Esta sensación de movimiento perpetuo refuerza la idea de que Ana está en un limbo, atrapada entre su pasado traumático y un futuro incierto. En una entrevista, Pokropek menciona que se inspiró en el género fantástico, tan importante en la tradición literaria argentina, donde un elemento sobrenatural irrumpía en un contexto realista. Esta influencia es evidente en Los tonos mayores, donde el componente fantástico no se presenta como algo ajeno a la realidad, sino como una extensión natural de la experiencia de la protagonista.  Aquí no se no buscan respuestas fáciles ni se preocupa por resolver todos los misterios que plantea, sino que invita al espectador a sumergirse en el mundo interior de Ana y a acompañarla en su viaje de autodescubrimiento.

El trabajo de Pokropek con Sofía Clausen es otro de los puntos fuertes de la película. La joven actriz aporta una autenticidad y una vulnerabilidad que hacen que el espectador se sienta profundamente conectado con su personaje. A través de los ojos de Ana, la película nos invita a recordar nuestra propia adolescencia, ese momento en el que todo parecía posible y donde los límites entre lo real y lo imaginario eran más difusos. Los tonos mayores no es sólo una película sobre una adolescente que recibe mensajes en código morse, sino una reflexión sobre el duelo, la soledad y la búsqueda de sentido en un mundo que a menudo parece incomprensible. La película no sólo destaca por su narrativa intrigante, sino también por la manera en que aborda temas universales desde una perspectiva profundamente personal. Ingrid Pokropek ha logrado crear una película que, al igual que su protagonista, busca su lugar en el mundo, y lo hace con una sensibilidad y un estilo que la convierten en una importante voz del cine argentino contemporáneo.

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