“Pulpos y magdalenas”
Por Lucila Da Col.
Si hay una costumbre europea sedimentada en la escena porteña es la de juntarse en un café a discutir sobre política, fútbol, arte o cualquier otro tema convocante. Desde la Revolución francesa, el sitio de tertulia ha sido el café y esa tradición es recogida por la mirada de María Álvarez en el documental El tiempo perdido que sigue por años las reuniones literarias de un grupo de hombres y mujeres que encuentran allí un espacio de compañía y discusión. La esquina de Libertad y Lavalle es la guarida de estxs lectorxs que dedican sus reiterados encuentros al análisis sobre la novela En busca del tiempo perdido de Marcel Proust, obra dividida en siete volúmenes que mantiene vivo al grupo formado en 2001 en una sostenida tarea por ir deglutiendo sus personajes y vinculaciones con la vida privada del novelista.
Una sucesión de primeros planos va introduciendo y demarcando a unos protagonistas que se prestan con autenticidad al registro sonoro y audiovisual. Cuantiosos años invertidos en una suerte de celebración metafísica de la lectura donde se conjugan la disección tenaz, el juego libre de las interpretaciones y una puesta en escena de meriendas. Las imágenes en blanco y negro parecen expresar en sí mismas una retórica sobre el tiempo, un tiempo pasado de la obra y de los lectorxs, un tiempo que transcurre en ese café con una lógica propia de ese espacio y donde el afuera no interviene.
Toda una serie de achaques de la edad van delineado a los personajes: anteojos varios, audífonos, bastones y demás dolencias o intervenciones médicas que se comparten en una mesa de café donde cada asistente da cuenta del paso del tiempo en sus cuerpos. “Tratar de llegar a un acuerdo con el cuerpo es como hablar con un pulpo”, dice uno de los señores citando al mismísimo Proust. Un acuerdo de imposible diálogo que se amplía con el paso del tiempo y apresura a la biología. Sin embargo, se abre otro tiempo, aquel que pierde la prisa de la rutina y se vuelve más tranquilo y ocioso, un tiempo ideal para dar provecho a lo postergado y explayar las meditaciones.
Así es que El tiempo perdido postula una viaje a las entrañas de una novela extensa a través de las apreciaciones de este grupo y como hiciera en Las cinéphilas (2017), María Álvarez nuevamente sigue los pasos de personas reunidas por un interés común y una transformación personal que el arte despliega con solidez sobre sus concurrentes. Esa labor constante expone recurrencias y obsesiones de lxs lectorxs y manifiesta de qué manera la obra de Proust se cuela en sus vidas personales. Con frases repetidas, interrupciones, debates, risas y conexiones con anécdotas pasadas, labran un entramado de sensaciones únicas y la vez compartidas. Como esas magdalenas que describe Proust en su novela, aquellas que subrayan un fenómeno memorístico en el cual una percepción evoca un recuerdo, en el documental la rememoración es traída a la escena a través de la lectura y esa memoria es parte central de las vinculaciones entre ellxs, la obra y el resultante documental.
La lectura entre líneas que se registra por largas temporadas da cuenta de una historia que en sí misma se centra en las posibilidades infinitas de relectura de una obra de arte en donde intervienen nuevos sensaciones y espacios de controversia. Años vividos que los reúne una vez por semana en una cita que ya es parte de la agenda, donde el arte despliega su poder de acción en un ámbito colectivo perteneciente a un tiempo que se perpetúa y se conserva en los fotogramas como esas postales antiguas que conservan su huella de época en un futuro lejano.
Titulo: El tiempo perdido
Año: 2020
País: Argentina
Director: María Álvarez