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“El cine, una puerta hacia otra dimensión. Algunas palabras sobre los textos antifilosóficos de Jean Epstein”

La edición en Argentina de los libros La inteligencia de una máquina. Una filosofía del cine (1946) y El cine del diablo (1947), ambos del pensador y cineasta experimental francés Jean Epstein, permite conocer o reencontrarse con una perspectiva filosófica absolutamente única y personal, en la que el séptimo arte refleja para él una realidad paralela y fascinante, donde los parámetros habituales de causa-efecto, espacio-tiempo, son trastocados y puestos en duda. El cine es para Epstein un instrumento revolucionario como la lupa y el microscopio, o como el largavistas y el telescopio, porque al agrandar o achicar el universo, al adentrarse en los poros mismos de la materia, pone en duda, relativizándola, la percepción que el hombre tiene de las cosas. Así trastoca la manera habitual que las personas tienen de percibir lo que denominan realidad, negando además varias de las leyes supuestamente inmutables en las que la realidad se sostendría. Para el autor francés, las películas marcan “su representación del universo con una originalidad que hace de esta interpretación no un reflejo, una simple copia de las concepciones de la mentalidad-madre orgánica, sino un sistema diferentemente individualizado que contiene en germen el desarrollo de una filosofía alejada de las opiniones corrientes, por lo cual quizá convenga llamarla antifilosofía”. Ese carácter particular, esa “ideología que ya no puede apoyarse sobre la experiencia de un mundo sólido; una filosofía de la fluidez, donde nada ni nadie son lo que son, sino que devienen lo que devienen”, se expresa en algunas películas a través de ralentis, sobreimpresiones, tomas aceleradas, registros inversos de movimientos y otros recursos mecánicos y fotoquímicos propios del cine, que contradicen la realidad tal cual la percibimos cotidianamente, dando pie a otro universo donde todo es relativo, el tiempo puede contraerse o dilatarse sin respetar reglas causales, corriendo indistintamente hacia futuro o pasado, y donde lo inanimado puede cobrar vida o la vida detenerse y volver a andar. Se trata de algunos de los mecanismos que el propio Epstein, contemporáneo de otros vanguardistas como Abel Gance, Marcel L’Herbier y Germaine Dulac, puso en práctica en El espejo de tres caras (1927), El hundimiento de la casa Usher (1928), inspirada en el relato homónimo de Edgar Allan Poe, o la magistral La tempestad (o El domador de tempestades), de 1947, donde un místico ciego podía discernir y anticipar el devenir de los vientos y las mareas en una bola de cristal.

Epstein debutó como cineasta en 1922 con Pasteur, una biografía del inventor de la penicilina, y a partir de allí desplegó una abundante obra en la que algunos filmes industriales y convencionales dieron paso a otros mucho más personales y arriesgados, deudores del cinetismo y de la vanguardia impresionista francesa, donde también puso en escena algunos de sus postulados “antifilosóficos”. En “El hundimiento de la casa Usher”, por ejemplo, el autor hace una extraordinaria utilización del ralenti y de la poesía autónoma de las imágenes, que se detienen y se desdoblan en dos o muchas más sobreimpresiones, creando así su propio código expresivo, siempre alejado del realismo y afín a una representación mágica de lo cotidiano. “La variancia del tiempo cinematográfico y la interdependencia que lo une a su espacio implican incesantes transformaciones correlativas de todas las apariencias situadas en ese continuo de cuatro dimensiones. Esta relatividad se traduce por la ruptura y por la confusión de todas las clasificaciones que parecen fundamentales e inmutables en el universo extra-cinematográfico”, escribe en La inteligencia de una máquina. Una filosofía del cine, editado al igual que El cine del diablo por Cactus, para su serie Perenne, en 2015 y 2014 respectivamente. En otra página de ese mismo libro, donde desarrolla concepciones ya esbozadas en sus textos anteriores, el autor explica que “según los diferentes valores momentáneos que adquieren las dimensiones del espacio-tiempo, la discontinuidad puede volverse allí continua o la continuidad discontinua, el reposo producir movimiento y el movimiento reposo, la materia adquirir espíritu o perderlo, lo inerte animarse o lo viviente mortificarse, lo aleatorio determinarse o lo cierto perder sus causas”. Epstein advierte que gracias a la inteligencia de esa máquina creada por los hermanos Lumiére en 1895 “los fines pueden mutar en orígenes y las verdades evidentes en absurdos percibidos como tales de manera no menos inmediata”. Al igual que en El cine del diablo, Epstein divide sus ideas en una serie de textos articulados en diversos ejes temáticos, entre los que se destacan “El tiempo intemporal”, “Ni espíritu ni materia”, “El azar del determinismo y el determinismo del azar”, “El revés equivale al derecho”, “Filosofía mecánica”, “Relatividad de la lógica”, “La ley de las leyes” e “Irrealismo”. En ellos despliega reflexiones sobre la validez relativa de diferentes marcos de referencia, y pone en tela de juicio las teorías físicas que consideran que el mundo físico es objetivo y está regido por reglas inmutables. El cine es el instrumento que el diablo utiliza para “poner al alcance de nuestras percepciones dominios hasta entonces inexplorados” y hacernos caer en el pecado de “un linaje antidogmático, revolucionario y libertario”. El cine, dice Epstein, es culpable de abrirnos la mente “a una nueva concepción del universo y a nuevos misterios del alma”. El cineasta insiste en sus libros con la posibilidad de la existencia de otro mundo que no percibimos, una realidad paralela, dueña de otras reglas y leyes físicas, que tiene su demostración en algunas de las imágenes que el cine permite filmar, o que existen sólo cuando el cine las filma. Supuestas imposibilidades que la máquina hace realidad, como sobreimprimir imágenes, detenerlas, acelerarlas, ralentizarlas, dándole vida y movimiento a cosas aparentemente inanimadas o, por el contrario, actuando como Medusa y convirtiendo en piedra -con sólo mirarlo a través de su lente- a cualquier ser vivo⚫

*Publicado originalmente en la web Subjetiva.com.ar.